Nacido por el azar diplomático en Bruselas el 26 de agosto de 1914 –ciudad en la que su padre era el agregado de la embajada argentina– Julio Florencio Cortázar Descotte fue uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX. Sus novelas, cuentos y poemas han pasado a la posteridad por el espíritu lúdico, bohemio y juguetón que impregna cada uno de sus renglones. Tal circunstancia ha hecho que Cortázar sea asumido por la crítica y la academia como un escritor que conviene ser leído en los años de la adolescencia y la juventud. En efecto, sus cuentos conectan muy bien con la imaginación de las nuevas generaciones. No resulta asombroso, entonces, encontrarse en la silla del metro a una adolescente sumergida en Historia de Cronopios y de famas o toparse en un parque con un muchacho deslumbrado con El perseguidor.
La vida de Cortázar fue la de un migrante que vivió en la encrucijada de dos culturas. Por un lado, su universo literario se cimienta en la educación recibida en la Argentina y muchas de sus posturas políticas y vitales no se entienden si se saca la variable latinoamericana de la ecuación. Sin embargo, también es cierto que sus relatos y novelas suceden con una fresca naturalidad en las calles de París. No se cae en la hipérbole al decir que Rayuela –el hit editorial más importante de su trayectoria y uno de los libros canónicos del Boom latinoamericano– es impensable sin la sensibilidad de los parisienses de la década del cincuenta. De alguna forma Cortázar adquirió en la Ciudad Luz las formas y los modales de hombre de mundo con los que luego dotó a Horacio Oliveira, el complejo protagonista de la ficción.
A pesar de ocupar un lugar relevante en las letras latinoamericanas –solo comparable al que tiene Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, o Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño– el tiempo no ha sido benévolo con Rayuela. Al estar tan atada a referencias culturales y musicales de su época, el libro resulta de lectura pesada para los lectores actuales. Además, la crítica feminista y los movimientos woke han puesto en tela de juicio el tratamiento que a lo largo del libro se les da a los personajes femeninos, en particular a la Maga. Esto, sin duda, resulta interesante para medir las transformaciones que en los últimos años se han operado en los imaginarios vinculados con el género y el sexo. Las lectoras de los sesenta y setenta aspiraban a encarnar a la Maga, mientras que en la actualidad sus nietas huyen de hombres del talante de Olivera.
Dejando de lado las lecturas feministas, otro rasgo de la biografía de Cortázar que despierta polémicas fue su postura frente a las revoluciones en Cuba y en Nicaragua. Confeso izquierdista, Cortázar expresó su entusiasmo inicial por la toma del poder de los barbudos en La Habana y de los sandinistas en Managua. De ese compromiso con la izquierda salieron los dos libros más criticados del argentino: la novela El libro de Manuel y el divertimento ilustrado de Fantomas contra los vampiros multinacionales. La adhesión de Cortázar al régimen de Fidel Castro le hizo romper varias amistades intelectuales y hacer varias piruetas para justificar las restricciones que la dictadura le impuso al arte y a la prensa. “Con los años, Cortázar se transformó en una especie de propagandista del régimen cubano”, dijo en su momento Guillermo Cabrera Infante.
En lugar de eclipsar una obra, estos puntos de discusión sirven para completar la silueta intelectual del argentino y vislumbrar los quiebres ideológicos de una época de la historia latinoamericana. En todo caso, la posteridad de Cortázar está asegurada gracias a muchos de sus cuentos –de los mejores del siglo XX–, a la experimentación de Último round, a buena parte de su copiosa correspondencia y a la novela breve El perseguidor.
Julio Florencio Cortázar Descotte murió el 12 de febrero de 1984 en París, Francia. Su cuerpo de 1.93 m. fue enterrado en el Cementerio de Montparnasse, al lado de la tumba de Carol Dunlop, su última pareja.