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No es la hermana de Beyoncé: es Solange

La artista texana lanzó la semana pasada When I Get Home, mezcla de sonido experimental y géneros contemporáneos.

  • Solange ha construido un fuerte sentido simbólico en sus discos, de esto da cuenta también en la tapa del disco. FOTO Saint Records
    Solange ha construido un fuerte sentido simbólico en sus discos, de esto da cuenta también en la tapa del disco. FOTO Saint Records
18 de marzo de 2019
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Hasta hace un par de años hablar de Solange Knowles era, de alguna manera, hacerlo de un capítulo menor en la biografía de su hermana, la superestrella Beyoncé. Ahí terminaba todo.

Hoy el panorama es distinto: Solange (así, sin apellido) se ha convertido en un símbolo de lo autóctono, lo diferente, y crece, entre la crítica especializada, el reconocimiento por los logros de la artista que no solo hace música, sino que también produce, dirige material para ella y para otros músicos y genera movimientos estéticos a su alrededor.

Hace una semana, y después de meses de ires y venires publicitarios en los que dijo que un nuevo álbum saldría a finales del año pasado, por fin la intérprete norteamericana publicó su cuarto larga duración When I Get Home, lleno de mensajes íntimos y encriptados: referencias a su ciudad natal, Houston, a su crecimiento como música desde lo independiente y la identidad como mujer afro sureña. El trabajo ha calado entre un público cada vez más amplio.

Rareza para las masas

Cuando en 2003 lanzó su primer disco, Solo Star, Solange tenía 16 años y un precedente muy fuerte de lo que era ser una estrella pop. Por un lado, estaba la carrera como solista de su hermana y por otro, el sonido pop que se coqueteaba con el hip hop y que era la tendencia en esos años.

De ese punto a hoy, hay un abismo gigante. La artista se separó de la corriente principal, del sonido mainstream y se refugió en la experimentación, en el jazz mezclado con funk, hip hop, música clásica y tradicional del sur de Estados Unidos.

El año pasado en una entrevista para la revista de The New York Times, la cantante habló de su carrera y de su disco anterior, A Seat at the Table, como un tiempo de revelación. “Constantemente lo llamé mi álbum punk porque era como mi momento de cambiar las cosas y ser ruidosa”. También fue un punto de quiebre con las audiencias por su contenido rico en poder femenino y autoconciencia sobre ser negra, sobre el dolor y la tendencia política de la época. Esto se puede escuchar en temas como Don’t Touch my Hair o el intro de ese álbum, Rise.

Siguiendo esa línea su nuevo proyecto sobresale, tiene la carga simbólica, pero la envuelve en una estética más personal. When I Get Home suena a Houston, el hogar de la compositora, y también a sincretismo, a mezcla entre elementos que antes de pasar por el crisol de Knowles parecen inconexos. Lo dice Anupa Mistry, periodista especializada de Pitchfork: “Solange juguetea aquí, utilizando una plantilla libre que apunta a la magia infinitamente edificante de Stevie Wonder, los placeres psicodélicos del chopped and screwed (técnica del rap de Houston de los años 90), o el jazz espiritual de Alice Coltrane y la Arkestra of Sun Ra”.

La mezcla podría sonar como una bomba para alienados o una barrera para el público general que tiene su misterio en que logra atraerlo hacia su centro con sonidos relajantes y explosiones instrumentales, todo en menos de tres minutos, que es el promedio de duración de las 19 pistas que arman el trabajo.

Otro punto fuerte son las imágenes, del fotógrafo Max Hirschberger, que acompañan el disco. Solange construye su manifiesto desde la honestidad de su cara, y mientras en su disco anterior la carátula era su rostro sin maquillaje, en este sigue la misma línea con un accesorio diseñado por la joyera Keren Wolf en una onda que se pasea por el afrofuturismo.

3:56
minutos dura Almeda,
la canción más larga de When I Get Home.
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