En Muerde perra espléndida, la primera novela y el cuarto título de la bibliografía de Jorge Iván Agudelo, un hombre de mediana edad espera en un bar al poeta que fue su profesor de bachillerato. Y mientras espera bebe tragos de whisky y recuerda las vivencias al lado de quien, de alguna manera, es el responsable de su amor por la literatura. En estricto sentido, eso es todo lo que pasa en la novela. El personaje no vive muchas anécdotas: su mundo es el de la espera y la reminiscencia.
El peso del libro descansa en una prosa de oraciones largas y en las evocaciones que el narrador hace de un tiempo en el que las lecturas de Cesare Pavese fueron el refugio de una generación que salió del cascarón de la infancia mientras el mundo se descosía por los bombazos del narcotráfico. La novela de 140 páginas fue publicada por 4U, una alianza de las universidades Eafit, Cesa, Uninorte e Icesi.
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Nacido en Medellín en 1980, Jorge Iván ha publicado antes de esta novela los poemarios La calle por cárcel, Ni el abrazo ni el refugio y Otro hermano terror. Su paso del verso a la prosa se dio con la naturalidad de quien ha dedicado sus horas de lectura a los poemas y a las novelas. Entre sus novelistas de cabecera están James Joyce, Juan Carlos Onetti y Juan José Saer. Es decir, aquellos escritores en los que hay una tensión evidente entre el lenguaje y la realidad a la que refieren sus narraciones. “Mi mirada ante la literatura privilegia esa extrañeza frente a la realidad y frente al lenguaje mismo. Esto ocurre sin importar el género literario”, dice Jorge Iván.
Esa búsqueda estética salta a la vista en los pasajes en los que el narrador de Muerde perra espléndida deja en evidencia la lenta ebriedad de John: lo hace al relatar el tiempo que demora el personaje, en reparar a la muchacha que atiende las mesas detrás de la barra o en la atención que presta a la consistencia del trago que bebe. Justo en esos pasajes el personaje se hunde en sí mismo y en las imágenes que conserva de su pasado.
En tales tramos de la narración, Agudelo reproduce en su libro las iluminaciones que ocurren en el cerebro de aquellos que pasan de la prenda a la borrachera. Esos fuegos de artificio que estallan en las cabezas de tantos y que a veces los conducen al abismo. En ese sentido, la novela tiene ecos de Bajo el volcán, la mítica narración de Malcolm Lowry, y de Adiós a Las Vegas, el filme de Mike Figgis protagonizado por Nicolas Cage. En las tres obras el trago está despojado de los quiebres sentimentales y éticos y se presenta más bien como una sustancia que alimenta y quema al alma.
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Además de los asuntos del alcohol y la memoria, la novela de Jorge Iván se interesa en la amistad entre los hombres. De alguna manera, el poeta y el alumno son los extremos que existen en los caminos del arte. El primero sobrevive en condiciones precarias porque consagró su energía vital al trato con las musas, mientras el segundo tiene una cuenta bancaria generosa pero un saldo en rojo en el corazón. Salvo contados ejemplos, la mayoría de los artistas pendulan entre la pobreza —o la modestia económica— y la traición a las banderas del arte por el arte. Sin embargo, a pesar de encarnar distintos destinos, o quizá por ello mismo, el alumno y el maestro se necesitan mutuamente, no se pierden de vista. Para usar una expresión al uso, son las caras contrarias de una misma moneda.
Todo esto ocurre en los pocos metros cuadrados de un bar del centro. O, para ser preciso, en los centímetros cúbicos de la materia gris del personaje que espera el arribo del pasado. En ciertos momentos, el poeta que no llega encarna la vida que no tuvo, quien está con un vaso de whisky en la mano.
Muerde perra espléndida es una novela breve que se interesa más en el lenguaje que en la historia. Lo que ocurre en sus páginas es lo mismo que pasa por la mente de los borrachos cuando se quedan solos.
