¡Llegó carta! ¿Para quién? Para Carlos Trujillo, funcionario de la Contraloría General de Medellín. Le llegó un mensaje de cumpleaños. La remitente: su esposa. El mensajero: Juvenal Juanetes, el Carterito del Amor.
Pero antes de subir al sexto piso del edificio homónimo del fundador de Medellín, Miguel de Aguinaga, junto a la recepción, Juvenal Juanetes, hombre alto y delgado, con barba un poco teñida de blanco y sin bigote, con nariz de payaso, vestido de chaleco, corbata, pantalón negro, quepis y tenis inmensos, recibió los datos del destinatario:
Nombre: Carlos Trujillo. Apodo: Pingüino. Anécdota: una vez, siendo un muchacho de bachillerato, perdió seis materias. El director, un sacerdote, leyó la lista de asignaturas perdidas y él lloró desconsolado. Sus compañeros trataron de alentarlo. Él les dijo: no lloro por las materias. Lloro porque a mi gato lo mató un perro anoche.
Apuntó todo esto en el bloc de notas de su teléfono móvil porque él, a menos que sus clientes soliciten por algún tipo de guiño a la nostalgia, el uso de cartas de papel y sobres de bordos de rayitas azules y rojas, como los casi extintos empaques de correo, es un mensajero moderno. Allí tenía anotadas las palabras cariñosas de su esposa, la remitente.
Infló tres bombas de caucho largas y recibió el desayuno organizado por la empresa especializada en llevar agasajos de cumpleaños.
Estaba listo. Entonces abordó el ascensor y llegó a ese piso de oficinas encerradas en cristales.
Rodeado de una docena de empleados, una vez detectó al homenajeado, comenzó su fiesta. ¡Llegó Carta!
Le dio la noticia de que su esposa estaba feliz de emprender con él otra vuelta al Sol y de que “él fuera un ser amoroso, tierno, excelente esposo y un ser maravilloso”.
Contó que su apodo era Pingüino. La risa de los compañeros no se hizo esperar ante tal revelación. En las caras de muchos se dibujó la maliciosa idea de que, en lo sucesivo, no estaría de más usarlo.
El cumpleañero, que había permanecido más o menos inexpresivo con el festejo, se dejó ganar por la emoción cuando escuchó la anécdota del gato y hasta se animó a repetirla con más detalles.
El Carterito sacó la primera de las bombas y, mientras hablaba, le formó con ella un cinturón que le ató a Trujillo alrededor de la cintura.
“El Cinturón del Amor protegerá tus principios y tus sentimientos”.
Luego, con otra bomba formó un yelmo y lo puso en la cabeza del destinatario y le dijo: “Este casco te protegerá de los malos pensamientos”.
Y con la tercera formó una espada para ordenarlo caballero andante: “Es la Espada del Amor. Te cuidará de las tretas del desamor. ¡En este momento te ordeno Sir Pingüi, el Caballero del Amor!”.
Y mientras cantaban en Feliz Cumpleaños, él hizo malabares lanzando al aire, por turnos, pañuelos de seda china.