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Un viaje a la raíz más remota de su propio apellido

Jaime Botero ha publicado cinco libros sobre su apellido. La genealogía le permitió conocer a sus ancestros.

  • Estas son las portadas de los cinco libros que hasta ahora ha publicado Jaime Botero sobre la historia de su apellido. Foto Jaime Botero.
    Estas son las portadas de los cinco libros que hasta ahora ha publicado Jaime Botero sobre la historia de su apellido. Foto Jaime Botero.
  • Un viaje a la raíz más remota de su propio apellido
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17 de mayo de 2021
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Esta es una historia que, como muchas, comienza mirando hacia atrás. Solo hace falta tener un apellido para emprender este viaje al pasado. Dejándose llevar por la vorágine del tiempo, por los siglos que se suceden, aparecen sorpresas: que un decabuelo fue un afamado escritor o un expedicionista que, en un arranque febril, salió en busca de El Dorado. A fin de cuentas, esa historia de gloriosas evocaciones, o de modestos silencios, es el resultado de lo que somos. Es todo lo que tenemos.

Para los colombianos, en su mayoría, la historia comienza con el desembarco de los europeos en Tierra Firme; con la codicia de un Pedro Arias Dávila, la cólera de un Lope de Aguirre o el arrojo de un Vasco Núñez de Balboa. Hombres que llevan siglos muertos, pero que, además de sus nombres en los libros de historia, nos dejaron algo: sus apellidos. Y, si bien Núñez de Balboa fue el primer europeo en ver el Océano Pacífico, o Lope de Aguirre uno de los pioneros en recorrer el Amazonas, sus apellidos son comunes entre nosotros.

Para ayudarnos a desentrañar esas historias, que parecen lejanas a nuestras vidas, está la genealogía, una ciencia auxiliar de la Historia. A esa disciplina se ha dedicado Luis Álvaro Gallo Martínez los últimos 30 años. Estudió Economía, pero se decantó por los árboles genealógicos, las infinitas generaciones que van tejiéndose hacia el pasado. Para el año 2000, luego de una búsqueda incansable, se propuso publicar pequeñas biografías de 2.000 antioqueños nacidos entre 1850 y 1960. La tarea, con el tiempo, se fue extendiendo y culminó con la publicación del Diccionario de apellidos antioqueños, una vasta obra que contiene a más de 16.000 personas nacidas en ese rango.

La obra de Martínez Gallo es monumental y está basada en otra de comienzos del siglo XX: el Diccionario biográfico y genealógico del antiguo departamento del Cauca, de Gustavo Arboleda Restrepo. “Quise hacer algo similar, pero en Antioquia. En mi libro está el origen de más de 200 apellidos. Una buena genealogía sirve para conocer quién es uno en detalle. Por ejemplo, conocí el caso de un hombre de una familia Vargas, en Medellín, que se accidentó y necesitaba una transfusión de una sangre muy escasa. Gracias a un buen árbol genealógico, completo, buscaron al familiar que también la tenía y lo salvaron”, relata el genealogista.

El libro de Martínez Gallo tiene una singularidad: contiene el apodo o mote de muchos de los antioqueños registrados. Entre 2003 y 2005, como lo recuerdan aún algunos lectores, EL COLOMBIANO publicó el origen de más de 200 apellidos en sus páginas. Cada martes y jueves, en una página entera, salía la información recopilada por Gallo durante años.

Otro referente del departamento es el libro Geneaologías de Antioquia y Caldas (1942), de Gabriel Arango Mejía, uno de los fundadores de la Academia Antioqueña de Historia.

Los apellidos vascos

Muchos de los apellidos de la región paisa, incluso los más populares, vienen del País Vasco, ubicado en el extremo nororiental de España. En Los Vascos en Antioquia durante el reinado de los Austrias, una concienzuda investigación de John Alejandro Ricaurte Cartagena, se cuenta cómo fue poblado el departamento. Todo comenzó, en los primeros años del siglo XVI, con las incursiones de Alonso de Ojeda en Urabá. Luego, Santa María de la Antigua del Darién (en lo que ahora es Unguía, Chocó), la primera ciudad en Tierra Firme. Más tarde, la conquista del Atrato, llamado Darién por los ibéricos, y el poblamiento completo del departamento.

Según esa investigación, 3.500 apellidos en Antioquia son de origen vasco. En el texto se cita, por ejemplo, que otra pesquisa de la década del 80 del siglo pasado estimó que los vascos representaban el 22 % de los emigrantes a Antioquia. “La discusión sobre la preponderancia de los apellidos vascos en Antioquia se extendió a lo largo del siglo XX y aún continúa vigente en el siglo XXI”, dice la investigación.

Si bien es difícil diferenciar de dónde vinieron los españoles que se asentaron en Antioquia durante la Colonia, pues a América llegaron naturales de Castilla, Aragón y Granada, la influencia de los vascos es sobresaliente.

En la historia del departamento quedó como hito la fundación de Santa Fe, una pequeña villa que se asentó, originalmente, en el valle de Ebéjico, hoy municipio de Peque. Luego de hambrunas, sequías y cataclismos propios de la época, el pueblo fue trasladado, en 1946, a su punto actual.

El resto, dice el adagio popular, es historia. Los apellidos de esos españoles que se asentaron en busca de minas de oro en el Occidente antioqueño —y las encontraron— se regaron ante la disminución de la población aborigen, que había sufrido plagas y el rigor de la encomienda. Entre los apellidos vascos en Antioquia están, para mencionar algunos, Alzate, Amaya, Cano, Carranza, Montoya, Tabares y Zuluaga.

El caso Botero

Pero en Antioquia hay un caso excepcional por donde se le mire. Cuando tenía doce años, llamado por una intuición pueril, Jaime Botero comenzó a armar el árbol genealógico de su familia. El inicio fue empírico, con la rigurosidad a la que puede llegar un niño de esa edad. Armado solo de curiosidad, y unas ganas insondables, incomprensibles, de conocer a sus antepasados, se dio a la tarea de entrevistar a sus abuelos.

Escuchando sus historias, que a veces conjugaban elementos míticos, armó un primer árbol genealógico. A los 16, cuatro años después de comenzar la aventura al pasado, tenía ya una cantidad considerable de información. “En unos pliegos de papel enormes, que ocuparon mucha parte de la casa, armé la genealogía de los Botero, que incluyó a Andrés Botero, el primero en portar el apellido en Colombia”, cuenta Jaime.

El primer Botero en América, efectivamente, fue Andrés Botero (Andrea, en italiano). Ese hombre, sin saber la estirpe que regaría en el Nuevo Mundo, se embarcó hacia las Indias en 1715. Ese mismo año, según la investigación de Jaime, se asentó en Antioquia en busca de las minas de oro y en donde, a la postre, tuvo once hijos con Antonia Mejía.

El recién llegado al continente había partido de Cádiz, en donde aprendió la lengua española. Pero esa primera estirpe americana tuvo un final amargo. “Andrés muere de una manera trágica. Se suicidó luego de que cuatro de sus hijos hicieran lo mismo. Pero fue la semilla del apellido en Colombia”, narra Jaime. Fueron sus nietos los encargados de regar el apellido por el Oriente de Antioquia, en especial desde La Unión y La Ceja.

La investigación de Jaime, en la que ha estado sumergido durante 20 años, ha dado como fruto la publicación de cinco libros. El primero de ellos es un anecdotario de los personajes de apellido Botero. El segundo, por su parte, cuenta cómo el apellido se enquistó en las montañas del Eje Cafetero durante la Colonización Antioqueña. Para este momento, Jaime había dejado ya de ser un niño curioso y se había convertido en un genealogista empírico.

Abandonó la Publicidad, que era su profesión, para dedicarse a vivir, como él dice, del apellido. En esos años recibió una comunicación de Argentina. Le decían que allá, en el Río de la Plata, habían leído sus libros. La comunicación la firmaba un “Bottero”. Entonces emprendió el viaje a Buenos Aires, una capital que se le antojó cosmopolita y en donde, para sorpresa de todos, conoció a otro lado de su familia.

La explicación, aunque parezca compleja, es simple. El apellido Botero tiene su raíz más remota en el Piamonte italiano, una región que fue conquistada por el Imperio Romano en el año 125 antes de Cristo. Según las investigaciones de Jaime, el apellido nació en el comienzo de la Edad Media, por el año 500. “Es un apellido ocupacional. En esa época se fabricaban toneles, unos recipientes en los que se transportaba vino, granos o agua. Boterus es la denominación que se daba a quien fabricaba los toneles”, dice el escritor.

Con el paso de los siglos, el apellido fue mutando. En latín, por ejemplo, se escribía Botterius o Botteris; en piamontés, la lengua que se hablaba en esa región, Botero, Botera o Boteri; en italiano, Bottero, Botteri.

Todos, con una o dos “t”, provienen del piamonte italiano, de un poblado minúsculo llamado Bene Vagienna. Los argentinos, como los colombianos, son descendientes de los fabricantes de toneles de ese pueblito.

De la ida al Río de la Plata salió otro libro, el de los Botero, o Bottero, en Argentina. Pero quedó pendiente el viaje a Italia, el comienzo de todo. Jaime se dio a la tarea y se contactó con algunos Botteros italianos. Estuvo seis meses en ese país, escudriñó archivos y partidas de bautismo. “Logré identificar al primer Botero del que podemos tener plena certeza: Giovanni Botero, un ensayista, poeta y pensador nacido en Bene Vaggiena en el siglo XVII”, explica.

La genealogía confiable solo puede ir hasta ahí, porque hasta antes del Concilio de Trento (1545-1563) no se hacían partidas de bautismo o de defunción. Es decir, solo hasta ahí puede probarse con documentos.

De la ida a Italia quedó el último libro: Bene, el origen de todos. En él está reunida toda la información de 20 años de labor investigativa, trabajo en archivos y cientos de entrevistas.

Jaime dice que su tarea se ha visto recompensada. Él y los Botero del mundo, no importa si con una o dos “t”, se han reunido en Colombia, Argentina e Italia. Hoy tienen un grupo de 8.000 personas que se mantiene en contacto a través de las redes sociales. Además, pudo detectar patologías frecuentes en la familia, como los problemas respiratorios o el trastorno bipolar.

“Es una enfermedad mental muy frecuente entre nosotros. Lastimosamente, hemos tenido gente muy brillante, pero con ese problema, que ha terminado suicidándose. Para eso nos sirve la genealogía, para prevenir”.

Otra de las particularidades de los Botero, dice Jaime, es su alto índice de endogamia. Sus padres, primos segundos, son prueba de ello. “Somos una familia muy endogámica, de parientes cercanos que se casan. Es algo muy curioso que hemos encontrado”, expone.

Entre los personajes conocidos está, claro, el artista Fernando Botero. También el ciclista Santiago Botero y la cantante Naty Botero.

Emprender el viaje al pasado no es tan complicado (ver Paréntesis). Solo se necesita tener un apellido y armarse de paciencia. Después, dejarse llevar por las generaciones que una vez pisaron este Planeta; por las desgracias, desventuras o glorias de los antecesores.

La historia puede remontarse a un navío, a un palacio venido a menos o a una humilde posada. Al final, el apellido es la única herencia segura que tienen los que vienen al mundo. Segunda oportunidad sobre la Tierra no hay, dice un conocido libro sobre una compleja genealogía familiar

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