Por luz maría sierra
Si hay una persona que pueda hacer un recorrido por la historia de la cultura en Antioquia ese es Juan Luis Mejía. No solo tiene una memoria extraordinaria y una especial curiosidad por el detalle, sino que se ha dedicado a recoger los trazos y cuentos que han construido eso que podríamos llamar la identidad del antioqueño. Dice que lleva más de 40 años (casi 50) tomando notas y recogiendo las historias que hoy se han convertido en el libro El hilo que teje la vida (Editorial Eafit) que retrata los cambios y los protagonistas de la cultura antioqueña desde 1820 hasta 1940.
Juan Luis Mejía fue Ministro de Cultura, Director de la Biblioteca Nacional de Colombia, rector de la Universidad Eafit y Secretario de Educación de Medellín, entre otros.
¿Por qué se le ocurrió hacer este libro?
“Desde hace más de 40 años, cuando yo trabajaba en La Piloto, a fines de los 70 y principios de los 80, empecé a recoger crónicas, papeles, porque encontré que la historia de la cultura en Antioquia tenía muchos vacíos. Este es un libro construido hace casi 45 años. Era como un libro que yo tenía trancado”.
¿Cómo fue el trabajo de recoger todos esos documentos?
“Primero, gratitud a la editorial Eafit, a Claudia Ivonne Giraldo, a María Isabel Duarte, a Alina Giraldo. Gabriel Saiz dice que un escritor no escribe libros, sino manuscritos que un editor convierte en libro. Uno escribe una cosa desordenada, llena de flechas y más, y ellos la convirtieron en esa belleza de libro y, por eso, estoy agradecidísimo. Y lo otro es que un libro de cultura debe también renovar la iconografía que hay sobre la historia. Por ejemplo, la historia de Antioquia, antes de la constitución del Centro de Memoria Visual de la Piloto a hoy es completamente distinta, porque antes hablábamos, escuchábamos, leíamos de la historia, pero no veíamos los personajes de la historia. Entonces, este libro tiene mucha imagen”.
Y tiene muchos detalles como códigos QR, también e pudo incluir música...
“Esa es como una novedad en el mundo editorial, no solamente es un libro, pasivo, sino que es un libro activo. Trae varios códigos QR, por ejemplo, está la primera grabación del Himno Nacional, por allá en 1910, en México, está toda la película Bajo el Cielo Antioqueño, de Don Gonzalo Mejía. Estas nuevas tecnologías permiten una interacción mucho mayor del lector con las expresiones culturales”.
De todo lo que usted leyó, ¿cuál es el porqué del antioqueño?
“La historia nacional ha sido un relato centralista. Tú compras un libro de historia del arte en Colombia sin historias regionales. Ya hay muchas investigaciones y muchos historiadores que plantean que, paralela a la construcción del Estado Nacional empezaron a desarrollarse las historias regionales, pero que no se han contado. Y hay un estereotipo nacional, que se resume en algo que decía Miguel Antonio Caro, que decía que las únicas letras que se podrían ver en Antioquia eran las letras de cambio, que aquí éramos absolutamente materialistas, mercantilistas. Pero lo que quiere demostrar este libro es que, paralelo al relato de ese antioqueño mercantilista, comerciante, negociante industrial hay una historia paralela, que mientras unos contaban plata, otros contaban cuentos. He tratado de contar esa historia paralela al desarrollo económico, porque, además, hay una relación natural entre lo económico y el desarrollo cultural, y por eso empiezo con el oro, sobre todo, cuando empieza la explotación de minas de veta en el norte. El norte antioqueño fue importantísimo en la construcción de lo que es hoy Antioquia. Todos los importantes pensadores, artistas del siglo XIX, eran del norte antioqueño”.
Del norte antioqueño nació no solamente el diario El Espectador, los Canos son de San Pedro, sino EL COLOMBIANO, nuestro fundador es de Entrerríos...
“Cuando empieza la explotación de minas de veta — en regiones como Anorí, Santa Rosa, todo el norte— se desarrolla una sociedad que lentamente se va convirtiendo en ilustrada”.
Usted menciona como fueron los inicios o mucha parte de la obra de Tomás Carrasquilla,Pedro Nel Gómez y Manuel Uribe Ángel, los tres dedicados a la minería...
“La cultura es un proceso lento, es una flor que se va abriendo lentamente. Y van a ser Carrasquilla y Pedro Nel, casi 100 años después de lo que ellos oyeron de sus padres y de sus abuelos, de lo que había sido esa gran gesta de la minería, los que aborden el tema. Ambos del norte minero, uno de Santo Domingo, el otro de Anorí, creciendo en un ambiente de minería. Lo que trato de mostrar ahí es que hay una lectura paralela de los murales de Pedro Nel con las dos últimas novelas de Carrasquilla. Es muy curioso que Carrasquilla —y lo dice pues Álvaro Pineda Botero— al principio narra un presente, pero sus dos últimas obras van a ser un pasado, a donde él regresa a sus orígenes con La marquesa de Yolombó y después con esa gran trilogía de Hace tiempos a la descripción de las distintas etapas de la minería. Y esas dos últimas novelas de Carrasquilla, y sobre todo la última, es, hagan de cuenta, un mural de Pedro Nel”.
También toca el punto de los extranjeros. La minería atrajo una cantidad de aventureros que querían venir por el oro...
“Llegaron de carambola. Primero los suecos con un interés comercial. Después de la independencia, los ojos de los europeos que veían en América ese Dorado que nunca pudieron explotar porque España nunca los dejó entrar, hacen que se abran estos mercados y ese apetito, y sobre todo se junta la necesidad con la ambición. La necesidad de la Nueva Granada o de la Gran Colombia de recursos para poder continuar la guerra e independencia, y la ambición de los banqueros londinenses. Habíamos empezado empeñados, porque ese mito de la legión británica tan romántico, pero eran mercenarios.
Ellos vinieron aquí porque nos habían prestado plata para poderle pagar los barcos, los uniformes y los fusiles. Porque eso se iba a pagar con el tesoro que íbamos a encontrar en el virreinato. Y ese tesoro no existía. Es muy curioso que los dos primeros empréstitos, los negociaron paisas. El primero, Francisco Antonio Zea, y el segundo, Francisco Montoya y Manuel Antonio Arrubla. Y lo garantizan con las minas de oro de Supía, Marmato y Riosucio. En 1823 hubo en Antioquia unos 300 denuncias de minas, pero en el 1824 ya había 1.100”.
Cuando dice denuncias, es gente que pedía pedazos de tierra. Eso fue como las películas que uno ve del oeste...
“Total, eran linderos muy difíciles de determinar, pero los banqueros ingleses, que estaban llenos porque estaba con ya todo el capital acumulado de la revolución industrial, querían beneficios inmediatos. Entonces las minas de Antioquia empezaron a valorarse en la bolsa de Londres”.
¿Qué fue lo característico o diferente de Antioquia con respecto a otras regiones con respecto a la minería?
“Los antioqueños comerciaban con Jamaica desde hacía mucho tiempo y los ingleses sabían que Antioquia era un emporio minero porque aquí, desde mucho antes, en la colonia, se comerciaba con oro y de alguna manera, los negociadores eran paisas. Eso hasta que se generó la primera gran crisis del capitalismo mundial y en diciembre de 1825 estalla la burbuja. Era puro cuento. Entonces, el gran prestamista colombiano que era el señor Goldsmith, se suicidó en Londres. Esos mineros que habían empezado a mandar a Supía, Marmato y Riosucio, con los que habían garantizado el empréstito, pues quedaron en el aire y estos comerciantes paisas ven que ahí está la oportunidad porque desde siempre los mineros paisas intuían lo que había dentro de la montaña, pero no tenían tecnología. Aprovechan para atraer todos esos personajes y empezar las construcciones de mina de veta con tecnología que es la que nos va a diferenciar del resto del país”.
Ese punto me parece muy interesante. Cómo el destino hizo que finalmente tuvieran que transformarse ellos, los extranjeros...
“Y los extranjeros traían la tecnología y aquí necesitaban conocimientos de mineralogía, de geometría, para meterse a la veta. Conocimientos de la transformación de la materia por el fuego, de los altos hornos, de la construcción de molinos para poder mover, porque era muy distinta a la mina de aluvión, que era simplemente lavar el oro”.
Entre esos extranjeros estaban los De Greiff...
“Estaba Carlos Segismundo de Greiff y su hermana. Llega un sueco-ruso, que es Carlos Häusler, que era casado con María de Greiff. Y nos vamos llenando de esos nombres extranjeros. Carlos vino como ingeniero y en su descendencia están personas como León de Greiff, el gran poeta. Y no solamente son los De Greiff, sino los Häusler, es la vertiente alemana, con Enrique Häusler, el famoso Mr. Aila, es el abuelo materno de De Greiff”.
La teoría suya dentro del libro, de cómo se desarrolla esa cultura antioqueña, es que todos estos extranjeros también trajeron una cantidad de elementos que pudieron contribuir a que se desarrollara la cultura...
“Para poder explotar esas minas había que capacitar una mano de obra que pasara de un artesanado que construía objetos utilitarios a cambiar la mentalidad, es otro artesano más parecido al obrero que construye maquinaria elaborada con base en planos. Hay la necesidad de generar todo un desarrollo mental y manual.
Mi hipótesis es que esos artesanos que van formando estos extranjeros van dando una evolución. Los primeros son carpinteros, los segundos ebanistas y la tercera generación van a ser los artistas. Va a ser Marco Tobón Mejía, Francisco Antonio Cano, Tomás Carrasquilla, Porfirio Barba Jacob, todos del norte”.
Siguiendo con los capítulos del libro viene todo el tema republicano...
“Es pasar de súbdito a ciudadano y es toda esa sustitución de ese sustrato colonial que se ve muy claramente en la pintura. Entonces se ve como el pintor de los virreyes, pues Joaquín Gutiérrez, de casacas, de peluca, empieza una nueva iconografía, estos héroes de patillas, de bigote. Las calles no se llaman la calle del príncipe ni la del virrey, ni la calle real, sino Boyacá, Colombia, todo es una reidentificación y los símbolos se van borrando. Y lo más representativo de eso es el cuadro de Pedro José Figueroa, que está en la Quinta de Bolívar. A Bolívar nadie lo esperaba, ellos cayeron por el patio de atrás y se les entraron y entonces Figueroa estaba pintando un personaje de esos de la colonia cuando le dicen, oiga, que Bolívar quiere que lo pinten. Entonces el tipo tiene que borrar a la carrera y pinta a Bolívar, pero con el tiempo ha ido apareciendo el personaje detrás que él estaba pintando”.
Y todo eso se puede documentar también en Antioquia o eso es más un relato nacional...
“En Antioquia también, aquí empezamos a sustituir todos los símbolos del poder y empezamos a convertirnos en ciudadanos, un proceso muy interesante. Y luego empiezan las primeras manifestaciones, todavía con mucho origen español. Las primeras expresiones son muy bonitas porque es el teatro. Y el teatro tiene una evolución, primero leían. Cuando Boussingault llega aquí en 1825, él dice que la diversión por la noche era leer teatro, sobre todo las obras de Moratín y que a él le tocaba ser un sargento. Pero ya en 1831 se crea una compañía de teatro y pasan de la lectura en voz alta a una lectura colectiva y luego a la representación.
Empiezan los primeros actores y se construye el primer teatro, donde quedaba el Teatro Bolívar. Luego llegan los primeros pintores. Un pintor que se llamaba Antonio Meucci, el último pintor que pinta a Bolívar vivo y es muy impresionante leer los dos relatos. El de Pedro José Figueroa en 1819, que dice que era imposible pintar a Bolívar porque no se quedaba quieto, que él estaba dictando órdenes. Once años después, y eso lo describe muy lindo Gabo en El General en su laberinto, él ya no puede ni siquiera quedarse quieto porque se fatiga. Y ese pintor, Antonio Meucci, luego de estar en Cartagena, viene a Medellín. Y es el que pinta el primer gran telón de Boca, que era el gran descreste, era el primer cuadro con perspectiva y empieza a pintar ya estos personajes republicanos, en donde ya, a diferencia de lo español, no eran los blasones ni los escudos sino sus obras”.
Expone muchas otras épocas, y llega hasta los años 30, en realidad da la sensación de que hay un poco de injusticia en la valoración que se hace de la cultura antioqueña, el estereotipo asociado con aguardiente, pura bohemia. ¿Encontró en realidad que hay una cultura, tal vez incluso por descubrir?
“Total, como decía Walter Benjamin, el pasado es un acto inconcluso. El miércoles pasado se presentó un libro de Luis Fernando González sobre los artesanos que construyeron, por ejemplo, la bóveda de la catedral, de la Candelaria. Son personajes que todavía no hemos descubierto. El papel de la mujer, por ejemplo”.
Ese lo tocó de manera importante en un capítulo...
“Hay mujeres importantísimas. Lucía Cock Quevedo, que la echamos al olvido, Teresita Santa María, doña Sofía Ospina de Navarro, etc., pero en el siglo XIX también, personas como Marina Lenma, como Luisita Uribe, la bisabuela de Blanca Uribe, la pianista y ahí hay otra cosa que yo quiero resaltar y es que hay unos núcleos familiares fundamentales. Unos linajes culturales.
Entonces está, por ejemplo, la familia Rodríguez, que se une con los Cano y los Márquez, la de Melitón, la de Horacio Marino, la de don Jorge Rodríguez Lalinde, pero emparentados también con Francisco Antonio Cano, con Fidel Cano. Son como grupos familiares, los Vieco, los Molina, los Paniagua en la música, etcétera”.
Lo que demuestra que también hay mucho de genética en los oficios y en las profesiones...
“Claro y Alarca era una historia familiar alrededor de los talleres artesanales, porque como no había ni centros de enseñanza, el taller de marmolería del viejo Melitón Rodríguez, el taller de carpintería de Camilo Vieco, el taller de imaginería de don Álvaro Carvajal, etcétera. Todos esos talleres artesanales se convirtieron en las universidades y la transmisión de generación en generación y de ahí nace todo. Está la música popular, la pintura, está la escultura que va desarrollándose lentamente”.
¿Y el Mejía también es un linaje? ¿Por Manuel Mejía, por Juan Luis Mejía, por Débora Arango, por el Mejía Arango?
“Pero más dispersos (risas), mi Mejía es el de Yarumal con Epifanio. Mi origen es de Yarumal. Entonces, mi bisabuelo era el socio de Epifanio, entonces ahí hay vínculo. Y con los Arango de Abejorral también”.
Sé que es difícil concluir algo, pero luego de todo este trabajo de 45 años, pues que más allá del libro es realmente un trabajo de haber vivido la cultura, haber sido gestor cultural, haber sido ministro y poderse meter en toda esta historia, ¿se puede concluir algo de la identidad de los antioqueños?
“Claro, se va configurando lentamente, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, porque a partir de esa segunda mitad empieza a generarse unos hechos de identidad. Ya Gregorio Gutiérrez González dice, yo no escribo en español, sino en antioqueño. Y Tomás Carrasquilla quizá por eso no ha tenido una repercusión internacional, porque es dificilísimo de traducir, porque es un español muy arcaico.
Empieza todo un proceso de identidad, primero de apropiación del territorio. La geografía de don Manuel Uribe Ángel es realmente la primera geografía regional en Colombia, Es todo un hito de identidad.
Los trabajos científicos del doctor Andrés Posada Arango y de todos los botánicos del momento, todo el reconocimiento y la identificación de nuestra flora, de nuestra fauna, los primeros coleccionistas, etcétera. Cano en 1892 pinta los primeros paisajes autónomos, un hito de la pintura en Colombia, mucho antes de que llegara Luis Llanos a la sabana en Bogotá. Es decir, nos estamos apropiando de un territorio y yo creo que eso sí genera un ethos cultural”.
De alguna manera ese lenguaje tan arcaico tiene que ver con que no los conozcan tanto en el mundo, pero también como que eso hubiera fortalecido la identidad de los antioqueños como antioqueños...
“Claro, porque vivimos encerrados y yo tengo la hipótesis de que tenemos un ansia interna de comunicarnos con el exterior. Yo me pongo a ver qué es feria de las flores, realmente es una añoranza de transporte. El silletero era el que transportaba. El desfile de autos clásicos y antiguos, el desfile de las chivas. En realidad, nos falta incorporarle el ferrocarril y la fiesta de la aviación. Y realmente la fiesta de las flores es una nostalgia, una necesidad de comunicarnos. Es eso, había una necesidad que nos vamos a demorar mucho, porque es que si bien el ferrocarril empezó en 1874, sólo vinimos a unirnos a Medellín en 1929”.
Usted al principio dice “el pasado para poder imaginar el futuro”. ¿Qué se le ocurre a usted esta frase en el contexto que vivimos hoy en nuestro departamento y en el país?
“A mí una de las enfermedades que más me impactan es el Alzhéimer. Yo asimilo a eso a una sociedad con Alzhéimer. Una sociedad perdida en el tiempo y en el espacio que no sabe de dónde viene, cuáles fue todo su proceso para ser lo que es. Entonces lo que yo trato es eso es demostrar, mire, no sé si es mejor, peor, buena o mala, pero es la nuestra historia. Y esa historia hace parte de una historia nacional y de una historia universal que es tan válida como las otras. Lo que me propongo es eso, decirle a la sociedad que esto no se ha construido de un día para otro. Ha sido un largo proceso de asimilación, de influencias buenas y malas y de generación. Pero es lo nuestro, es lo que somos”.