En el segundo piso del Pasaje La Bastilla –centro de Medellín– un hombre de barba blanca custodia la memoria de una sombra, de un poeta silencioso. Gustavo Zuluaga –el Hamaquero– regenta una pequeña librería en cuyos estantes se ven los rostros de escritores de muchas latitudes: Darío Lemos, Emil Cioran, Jean Arthur Rimbaud, Raúl Gómez Jattin. Sin embargo, una presencia ocupa todos los espacios: la de José Manuel Arango.
El Hamaquero –nombrado así por su antiguo oficio de artesano– conoció a José Manuel en los pasillos de la Universidad de Antioquia. Por más de dos décadas fueron amigos. Por eso, cuando habla de José Manuel lo hace con esa mezcla de precisión cruda y de cariño que dan las amistades largas. “Uno iba con él y la gente parecía no verlo. Era muy reservado. Solo cuando tomaba hablaba con largueza”.
La poesía flechó a José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, 5 de octubre de 1937- Medellín, 5 de abril de 2002) a los diez años: un profesor de castellano leyó en la clase del curso de quinto de primaria los poemas de Rafael Pombo y Ricardo Nieto. Descubrió en ese momento –lo contó en el documental La humildad del jardinero– que la palabra también era música. Uno de los primeros poemas de Este lugar de la noche lo expresa con belleza y precisión, dos términos usados con frecuencia por la crítica para hablar de sus versos: “Perdido/por los ciegos senderos/de la música/tienes/el rostro/que tendrás en la muerte”. La música y la poesía son los caminos para alcanzar el verdadero rostro. A fin de cuentas, el arte es eso: el doble descubrimiento del yo y del mundo.
José Manuel escribió de los grandes asuntos –la muerte, el amor, el padre, la noche– en un tono medido, sin desbordarse. Por eso muchos de sus lectores –entre ellos el Hamaquero– enlazan sus búsquedas estéticas con la poesía oriental, en la que el silencio es importante, completa lo dicho. A los 36 años, siendo profesor de filosofía, publicó con plata de su bolsillo Este lugar de la noche –un folletico lo llamó él, recuerda su hermana Gloria Arango–. Allí están los versos más conocidos de su obra. Buena parte de su prestigio de poeta descansa en este título y en Signos, un libro impregnado de erotismo. En el primer libro hay poemas de sabiduría sencilla, al alcance de la mano de quien mire con detenimiento las cosas del mundo: “Ante el obstinado embate del pájaro/contra el cielo falso de la vidriera/No cabe/Ironía”. En todos los empeños humanos late la fragilidad.
Elkin Restrepo –con quien José Manuel fundó y dirigió Acuarimántima, una revista de poesía que hizo época en Medellín– acompañó a José Manuel a los talleres de la editorial Oveja Negra. La edición de Este lugar de la noche costó cinco mil pesos. El poemario está dedicado a Clara, su esposa. Tras la muerte del poeta, ella se fue a vivir con una hija a Pereira. Un retrato de José Manuel es la foto del perfil de WhatsApp de Clara. José Manuel le escribió en Signos: “La mano/que ha sopesado un pájaro/o una moneda/la que empuñó el cuchillo/es la misma que ahora/te toca/y te crea”. El amor es la invención del otro: el amante modela con la arcilla de la palabra al amado.
A José Manuel se le recuerda por las traducciones de loa poemas de Emily Dickinson, de William Carlos Williams, de Walt Whitman. Los suyos son versos anclados en la emoción, no en el discurso. La disposición de las líneas privilegia el ritmo. A sus deudos les dejó la instrucción de quemar sus manuscritos inéditos. Estos consultaron a los amigos y estos decidieron publicarlos. Por eso se conservó Himno al sol, el más largo de sus poemas. Allí el poeta –acompañado por una botella y un perro, en sutil alusión a Li Bai– saluda al sol. No teme contradecir a los científicos y a los filósofos: le confiere de nuevo estatus de dios al astro. Al igual que la religión, la poesía es otra forma de reparar el encanto del mundo. “Por eso pongo la botella entre los muslos y extiendo/ los brazos/ como el gallinazo del caballete del tejado abre las alas/ para alabarte”. Ese mismo dios el poeta ya lo había encontrado en el lomo de su perro. Todo poeta es en el fondo un panteísta.
Hace 20 años José Manuel murió en la Clínica Cardiovascular. No alcanzó a ver impresa la antología La sombra de la mano en el muro, que dio a conocer su voz en España. En los últimos años volvió a la naturaleza –cuenta el Hamaquero–, le interesaban los nombres de las plantas y de las aves . n