Hablemos de la gestación de esta novela. ¿Cómo aparecieron la historia y los personajes?
“Se podría hablar de tres historias, pero en realidad es una sola contada a partir de 3 o 4 protagonistas y desde diferentes momentos. En casi todas mis historias, he hecho uso de una herramienta literaria que me ha permitido jugar con el tiempo, saltar en el tiempo y esta novela no es la excepción. El detonante para escribir esta historia no está contado en el libro. Creo que a comienzos de 2019 se disparó en mí el deseo de contar esta historia, cuando me invitaron a la demolición del edificio Mónaco, de Pablo Escobar. Esta no es una historia que tenga que ver ni con Escobar ni con narcotráfico ni nada, pero ese hecho me llevó a pensar mucho en el papel de las víctimas. En ese momento había cambiado un poco el discurso de lo que había pasado en la ciudad, el discurso de nuestra historia, y Escobar se había convertido en el protagonista. En ese tiempo estaban en su apogeo los narco-tours y se llevaba a la gente a mirar este edificio y otros lugares emblemáticos, que fueron parte de la vida de Escobar. Es decir, se dejó atrás el tema de las víctimas, que son los protagonistas de esta triste historia de Medellín y de Colombia”.
¿Y cómo se enlaza ese fenómeno social con su libro?
“Quise enfocarme en las víctimas. La historia comienza con un atentado terrorista en el que un niño desaparece, no se le encuentra ni vivo ni muerto. La madre estaba con él en el momento del atentado, ella sobrevive y comienza una búsqueda intensa, desesperanzadora, porque no hay pistas de él. La historia da un salto y nos encontramos con un joven que fue recogido en ese atentado por un personaje bastante extraño, que tenía un deseo enorme de ser padre y guardó silencio respecto a ese niño. Se quedó con él, ese niño se convirtió en este joven y este joven se convirtió luego en un escritor, ganó un premio muy prestigioso que le dio dinero y fama, pero al mismo tiempo lo castró literariamente. Entonces el escritor cuenta cómo ha sido su vida con este hombre que lo recogió y, a su vez, el raptor cuenta cómo fue la crianza de ese niño. Por otro lado, estoy contando las vicisitudes de una pareja joven que perdió a su hijo y cómo esa pérdida rompió la relación...Básicamente es un libro en el que narro el vacío que dejan todas estas ausencias”.
¿Ha sentido la presión editorial o del público respecto de los temas que debe trabajar un escritor colombiano? Es decir, los temas del narcotráfico, los de la violencia...
“No, no realmente. En lo editorial nunca he sentido esa presión ni siquiera la sugerencia de algún editor. El tema narco genera reacciones opuestas. Hay gente que lo rechaza de plano, no están de acuerdo con que estas historias deban ventilarse públicamente porque generan, supuestamente, una imagen negativa del país. Estoy en el otro bando. Estoy convencido de que toda cultura y toda sociedad tiene que contarse a sí misma. Si el narcotráfico ha sido parte de nuestra historia pues hay que contarlo. La literatura ha estado allí donde están los errores humanos, donde aparecen las fisuras de la humanidad: en las guerras, en las tragedias, en el dolor, en la consternación.A mí me han encasillado como autor de historias de narcotráfico, pero, en realidad, apenas tengo dos historias que tocan de lleno ese tema: Rosario Tijeras y El cielo a tiros. De resto mis otras historias no tocan directamente el tema narco. Paso por ahí en muchas ocasiones, en otros libros, porque cuento a Medellín y contar a Medellín implica contar aspectos de esa realidad”.
¿Medellín es una constante en sus obras?
“En este libro he tomado un poco de distancia de la ciudad, aunque puede percibirse que sigue siendo Medellín. La del libro es una ciudad cualquiera que ha sido abatida por el terrorismo y por las constantes explosiones de bombas. Está prácticamente en ruinas, pero no me refiero en esta novela a Medellín. Tampoco es una novela que toque directamente el tema del narcotráfico. Si bien toca el tema del terrorismo, no es narcoterrorismo en sí a lo que se refiere en la novela”.
Ahora usted mencionaba al personaje que se gana un premio importante y uno piensa en el Alfaguara que usted se ganó en 2014. De alguna manera, ¿el premio ha torpedeado la escritura?
“Durante el premio Alfaguara, que es un premio que recibí con muchísimo agrado, efectivamente no pude escribir una sola palabra. Ese año tuve una gira maratónica de promoción. Los momentos libres los dediqué al sueño, a descansar, a intentar conocer un poco los países, aunque casi no se conoce nada en estos viajes. Esa es mi experiencia. Pero, en esta novela desnudo el mundo editorial, ese mundo relacionado con la vanidad literaria, el mundo de los premios, el mundo de los festivales, de las ferias de los libros, de los egos de los escritores. Esta línea narrativa probablemente despierte muchos comentarios, porque, aunque no trabajo nunca con nombres propios, cuento que el de la literatura es un mundo que se mueve mucho por vanidades, por egos. Además es un mundo que ha entrado también en la cultura del espectáculo. En ese sentido también hay ciertas pullas y ciertas críticas hacia esa faceta del mundo editorial”.
¿Ha cambiado su proceso de escritura? ¿Sigue siendo el mismo desde Mala noche, su primera novela?
“El proceso de escritura no ha cambiado mucho. Sigo consagrándome a la escritura casi que a diario. Solo interrumpo esta rutina cuando hago trabajos que quiero hacer y que, de alguna manera, ayudan en el tema económico. Por ejemplo, los trabajos para la televisión y para el cine. Desde que comencé a escribir, me inspiró una frase que usaba la escritora danesa Isak Dinesen. Ella decía: ‘Escribo un poco todos los días sin esperanza y sin desesperar’. Esa es la premisa con la que yo trabajo a diario. La uso siempre y eso no ha cambiado. Ha aumentado la autocrítica, trato de ser más exigente, por eso cada vez me demoro un poco más en la escritura. Trato de ser mucho más cuidadoso, más limpio. A medida que uno va ganando lectores, uno siente que el compromiso también aumenta y que uno tiene que estar a la altura de ese compromiso. Trato de ser muy cuidadoso en la escritura, entonces escribo sin mucho afán. Rosario Tijeras me permitió romper ese cascarón del anonimato, ya perdí ese afán de ser publicado y me dedico con toda la calma a la escritura. Eso es un logro en todo este proceso: poder escribir sin afán y con calma. Mi vida cambió radicalmente a partir de Rosario Tijeras. Me gusta mucho encerrarme a trabajar, encerrarme a escribir”.
¿Los títulos de los libros están desde el principio o se van gestando? El cielo a tiros es un gran título...
“Algunos van apareciendo a lo largo de la escritura. Yo voy haciendo una lista de títulos posibles. Hay unas novelas en las que la lista es más larga, en otras es más corta, en unas casi que ni siquiera hubo lista, como en el caso de Rosario Tijeras. Esa novela desde siempre se llamó Rosario Tijeras. Por el contrario, Paraíso Travel fue un título que nos dio mucho trabajo llegar a él, escogerlo, hicimos unas listas larguísimas. Yo tenía unas, pero con los editores discutíamos, hablábamos de cuál sería el más conveniente y bueno, finalmente llegamos a Paraíso Travel”.
Ahora usted mencionó que de alguna manera su literatura tiene una conexión muy fuerte con Medellín. ¿Cuándo fue la última vez que vino y cómo es su relación con la ciudad?
“Voy mucho a Medellín, trato de ir varias veces al año. Mi relación con Medellín es una relación de amor y de odio. De amor por una tierra que es bella, una ciudad maravillosa, una ciudad que a mí me ha dado, entre tantas otras cosas, las historias que cuento y por eso tengo que estar también muy agradecido. Obviamente a veces surgen sentimientos encontrados cuando uno se encuentra con situaciones de violencia o que son reprochables dentro de la ciudad. También, situaciones del manejo político que se le ha dado a la ciudad en los últimos años. En este sentido hay un retroceso muy grande en Medellín. Siempre he dicho que cargo a Medellín como un caracol, la cargo aquí, en mis espaldas, a donde voy”.
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