Pocas familias en Colombia tienen la prosapia de la Caballero. Entre sus miembros se cuentan los escritores Eduardo, Lucas y Antonio Caballero. Y el pintor Luis, de quien su hermana Beatriz ha publicado un libro que narra el origen y la evolución de su arte. Luis, hermano mío —incluido en el catálogo de Taurus— retrata con ternura y acidez la trayectoria de uno de los pínceles más importantes de la plástica colombiana de la segunda mitad del siglo XX. Luis plasmó una obra en la que el cuerpo masculino es sinónimo de una belleza mezclada con la muerte.
EL COLOMBIANO conversó con Beatriz de su familia y el legado pictórico del artista. Este es su segundo libro sobre su parentela, ambos de corte biográfico. El primero fue Papá y yo, un relato sobre sus vivencias con Eduardo Caballero Calderón, el autor de El cristo de espaldas, Caín y Memorias de Tipacoque, entre otros títulos valiosos de la literatura colombiana.
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El libro además de ser un relato de la vida de Luis Caballero es un retrato de la familia...
“Sí, pero es involuntario. Era inevitable contar la familia porque estábamos metidos en ella y Luis no era un hongo”.
En el libro se narran las tensiones entre Luis y Eduardo Caballero Calderón...
““En un momento cito una frase de Luis: él dijo que mamá era el hombre de la familia. Él prefería no hablar mucho con papá porque papá era injusto y arbitrario. El mismo papá lo reconocía. Él decía: soy injusto como la divina providencia. Mamá lo que contaba es que papá se saltó a Luis. Primero está mi hermana mayor, María del Carmen, y luego nació Luis. Papá estaba fascinado con la niña. Desde bebé, Luis era tremendamente tímido, se sonrojaba, se escondía. A papá ese niñito no le interesó.
Y muy pronto nació Antonio y Antonio resultó extrovertido, lleno de gracia y papá se encantó con él. Y luego llegué yo y papá decidió que yo era la preferida porque cuando nací él estaba en París, de juerga, con su amigo el poeta José Umaña. Yo le decía que era por eso que él decía que yo era la preferida, por el complejo de culpa. Con los años papá fue el primero en reconocer el talento de Luis. Tanto a él como a Antonio les pusieron clases de pintura. Al final papá decía: tengo dos hijos: el mejor pintor de Colombia y el mejor periodista”.
Hablemos del origen de la vocación artística de Luis.
“Retocó unas pinturas de una iglesia que en el pasado mandó a construir Margarita Holguín Caro, una tía abuela nuestra que era pintora. Luis iba y la veía mucho. La iglesita se llama Santa María de los Ángeles, queda en la carrera séptima con setenta y nueve. En esa calle vivía toda la familia Holguín. Él dijo que una de las impresiones más fuertes que tuvo en su infancia fue ver a la tía Margarita completamente ciega pintando paisajes en el jardín. Él le ayudaba a mezclar colores. Con 16 años Luis retocó la pintura.
Además, Antonio y Luis dibujaban muy bien. Se la pasaban dibujando y pintando. Luis sintió que Antonio era mejor que él. Ellos tuvieron una rivalidad intelectual constante. Luis no podía permitir que Antonio, que era menor, fuera mejor que él”.
¿Cuál fue el camino de la evolución estética de Luis?
“Él estuvo muy influenciado por los ingleses y por los gringos de los años sesenta, por el pop art. Su mujer —una norteamericana, Terry Guitar, que era pintora— fue la que lo introdujo en la pintura anglosajona. Se conocieron en París en una academia de pintura y se enamoraron locamente. Él se ganó la primera bienal de Coltejer en el 68 con la obra culmen de esa época, llamada por él entre chiste y chanza ‘Mi pequeña capilla Sixtina’. Los críticos terminaron llamándola La cámara del amor. Consistía en 18 paneles gigantescos, que lo envolvían a uno. Esa era su idea: que la pintura envolviera al espectador.
En París él comenzó a soltar la mano y a hacer figuras inspiradas en las imágenes religiosas. Hizo trípticos, descendimientos. Ahí se va suavizando la imagen femenina y aparecen los hombres. Y luego eso convierte poco en una relación entre hombre y mujer en la que no se sabe si hay rechazo o búsqueda. Uno puede contar una historia viendo esos dibujos, y eso coincide con la separación de la pareja, comienzan a tener un matrimonio abierto. En ese periodo, Luis asumió su homosexualidad y se dedicó a pintar el cuerpo del hombre, porque lo consideraba lo más bello”.
El relato concluye con un desencuentro con el Banco de la República. ¿Cómo va ese asunto?
“El trato con el Banco de la República va de mal en peor. Eso empezó muy bien. Luis había mandado una exposición, que se inauguró dos días antes de su muerte y el Banco solo podía devolverle las obras a Luis. Teníamos que esperar que se hiciera la sucesión: Luis dejó un testamento en el que me dejaba todo a mí. No me entregaron los cuadros hasta que no se hizo una sucesión en París y otra en Bogotá, que certificó que los cuadros eran míos. No supe que hacer con ese montón de cuadros, no me cabían en la casa. El Banco me ofreció tenerlos en comodato. Mientras el comodato, ellos hicieron exposiciones, una gira con obra de Luis por todas las sedes del Banco y por Argentina y Uruguay. Tenían una sala preciosa en la Casa de la Moneda de solo obra de Luis. Apenas hice la donación descolgaron la sala, no volvieron a hacer ninguna gira. Empecé a defraudarme, a desilusionarme”.