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Conozca la historia de una donación de arte que transformó a Medellín

Hace 20 años se creció el Museo de Antioquia y nació la Plaza Botero.

Un trabajo en equipo.

  • El maestro Botero siempre quiso que las esculturas estuvieran cerca de la gente, él mismo diseñó los pedestales y su altura. Fotos Archivo y Julio C.Herrera.
    El maestro Botero siempre quiso que las esculturas estuvieran cerca de la gente, él mismo diseñó los pedestales y su altura. Fotos Archivo y Julio C.Herrera.
14 de octubre de 2020

Haga memoria y trate de recordar ese regalo que marcó su vida, ese detalle que aunque ya no atesore dio un giro a su existencia. Imagine esa sensación aumentada no a una persona, sino a toda una ciudad.

El maestro Fernando Botero le ha dado regalos al Museo de Antioquia desde 1974, cuando se llamaba Museo Zea y estaba ubicado junto a la actual sede. El primero un cuadro de una virgen de más de dos metros llamado Exvoto. Ahí comenzó el idilio del artista antioqueño con este lugar y en adelante hubo más entregas, en 1976 y en 1984, luego el ofrecimiento de una gran donación en 1997 condicionado a la adquisición de una nueva sede para el museo que necesitaba adaptarse a lo que estaba pasando.

Esa oferta llegó por carta, enviada por Fax, a la directora del museo en ese entonces, Pilar Velilla, para que la hiciera llegar a las autoridades locales de ese momento, Álvaro Uribe Vélez en la gobernación y Sergio Naranjo en la alcaldía: “Medellín necesita un gran museo que sea un atractivo más de la ciudad (...). Si el municipio o la gobernación donaran un lote realmente importante en tamaño y ubicación, se podría construir (...). Si este proyecto se inicia yo estaría dispuesto a hacer una donación de una nueva sala de pintura, otra de escultura y una de dibujo y contribuiría con un millón de dólares al presupuesto de la construcción del edificio”, escribió a puño y letra. Esa carta fue el inicio de todo.

A finales del 97 (ver Cronología), ya finalizando el mandato de los gobernantes de turno, Botero y Uribe firmaron un acta de intención para el cambio de sede del museo en los terrenos de la Fábrica de Licores de Antioquia y para que su obra estuviera allí.

“Esa gestión no fue fácil y era una propuesta muy ambiciosa, como también lo fue el hecho de que el museo haya permanecido en el Centro”, precisa Velilla, al hablar de esa fallida ejecución.

Los primeros pasos

Juan Gómez Martínez llegó a la Alcaldía de Medellín el 1 de enero de 1998 y la primera cita que tenía agendada era con Pilar Velilla. La idea de reformar el Museo era común y empezaron a trabajar para recibir la donación del maestro. Velilla cuenta que en total alcanzó a visitar 28 sitios en los que podría estar el museo. El tiempo fue corriendo y la historia tuvo un giro particular.

“Se armó la gorda”

El artista paisa lo ha contado muchas veces y se lo repitió hace casi dos años, en noviembre de 2018, a este diario en una entrevista exclusiva en su casa en Mónaco: “Cuando decidí donar mi colección se la ofrecí a Medellín y no me pararon bolas (...). Envié la carta al Banco de la República (en Bogotá) y me respondieron de inmediato”. Entonces en el ambiente quedó la idea de que Botero no le iba a dar nada a Medellín y sí a Bogotá y empezó el alboroto.

Una recién graduada arquitecta, Ana María Villa, inició una campaña de recolección de firmas cuando se dio cuenta del hecho, “como algo pequeño y se fue volviendo grande. Eran tiempos sin redes sociales, sin celular, esa campaña era a mano y a pie, firma tras firma para decirle a Botero que los ciudadanos queríamos su obra”.

La campaña, que comenzó en agosto de 1998, tuvo como lema, “si Botero no regala sus obras se nos arma la gorda”, y se convirtió en un tema de ciudad. Encontró las puertas abiertas de empresas y medios de comunicación, los niños hacían hasta dibujos para demostrarle su amor y admiración al maestro. Villa terminó recogiendo 150.000 firmas que gracias al entonces secretario de Educación de Medellín, Juan Luis Mejía, quien la contactó con uno de los hijos de Botero, Juan Carlos, pudo darla a conocer al artista.

Primero fue una llamada telefónica, a Pietrasanta, Italia, para hablar con Botero. “Él sabía todo lo que se estaba generando en la ciudad, no hizo sino darme las gracias, y me explicó que tenía que cumplir su promesa y darle a Bogotá lo que le había ofrecido, pero que la oferta a Medellín y su museo seguía en pie, ‘quiero hacer un museo con la obra mía’, me dijo”, cuenta Villa.

Y es que si algo tenía claro Pilar Velilla era que el ofrecimiento de Botero a Medellín iba a ser una realidad. “Él nunca se negó, nunca dijo que no se la iba a dar”. Así como Florencia alberga las obras de Miguel Ángel, Barcelona las de Gaudí y Girona las de Dalí, Botero quería que Medellín tuviera las suyas y la campaña de Villa ayudó a acelerar el proceso y a tocar fibras.

Con las muestras de afecto ciudadano y la visita de las autoridades de turno a la casa del maestro en París, en septiembre de 1998 se oficializó la construcción del nuevo Museo de Antioquia y una plaza con 10 esculturas. El alcalde creó una gerencia del proyecto con Tulio Gómez a la cabeza, se convirtió este en un tema de ciudad y empezó la odisea.

Liderazgo visible

Para el rector de Eafit, Juan Luis Mejía, hay dos nombres a resaltar en todo este proceso, el de la arquitecta Ana María Villa, por el movimiento cívico que armó, y el de Juan Gómez Martínez como alcalde, “quien se la jugó logrando que EPM cediera el edificio del antiguo Palacio Municipal, y eso tiene un doble valor, porque recuperó una construcción vital para nuestra historia”.

Detalla María del Rosario Escobar, actual directora del Museo de Antioquia, que justo se unieron las personas precisas en el momento indicado: Juan Gómez Martínez, Pilar Velilla, Juan Luis Mejía, Ramiro Valencia Cossio como gerente de EPM, Álvaro Sierra Jones como director de la Fundación Ferrocarril de Antioquia y más. “Se juntan todas estas personas y toman esta donación, la plaza y el nuevo museo como una señal de esperanza, como una metáfora de lo que Medellín podía alcanzar y no lo hacen solamente desde un esfuerzo personal”.

Botero se empieza a emocionar como lo cuenta Gómez Martínez. “La primera oferta fueron 10 esculturas, cuando el maestro vino, vio que estábamos tumbando todo y organizando la plazoleta y la aumentó a 14. Seguía pendiente, pidiendo árboles y luego subió a 18. Después corrigió los diseños, él mismo esbozó los pedestales para cada escultura, decidió hacia dónde debía mirar cada una y la altura para que la gente las pudiera tocar y siguió aumentando hasta 23 y ahí sí dijo, ‘no vengo más, cada vez sumó y esto va a salir muy caro’”, cuenta entre risas. Él también estuvo pendiente de los trabajos de adecuación de la nueva sede.

Gómez, Mejía y Velilla recuerdan ese ejército de personas que se unieron en una misma voluntad y cómo el museo es el resultado de ese trabajo conjunto entre lo público, lo privado y la comunidad.

EPM, dueña del antiguo edificio se lo vendió a la administración municipal por un peso, “cuando se decidió que sería ese el lugar, proponer la demolición de los edificios que literalmente tapaban la imponente fachada también fue una tarea ardua”, puntualiza Velilla. “Lo bonito fue que los dueños de los locales colaboraron”, agrega Gómez, quien además recuerda que él ordenó tumbar un edificio que había hecho el Metro de Medellín, que tenía tres meses y que ni siquiera se había estrenado. “Ese fue un acto de valor cívico y político inmenso”, dice Mejía, y añade Valencia Cossio, que fue una decisión dura del alcalde, “pero que había que tomar para que la plaza realmente pudiera lucir con las esculturas”.

Juan Gómez confiesa que nunca pensó que se convertiría en algo tan grande, “fuimos a pedirle su colección y nos ganamos una plaza y un museo”. Al preguntarle si faltó algo por cumplir Velilla piensa que una entidad de esa naturaleza nunca debe estar terminada, “siempre debe estar en continua revisión de su misión y de sus actuaciones, pues cada época trae nuevos retos y necesidades de la comunidad”.

Para la actual directora del museo hasta las condiciones ambientales han cambiado, “y eso representa hacer el mantenimiento de las esculturas más seguido, por ejemplo”. Todos coinciden en que hoy es un símbolo de la ciudad y no hay turista que venga y no pase por allí.

El 14 de octubre de 2000 se inauguró la primera etapa de la Plaza Botero y la sede del nuevo museo, al año siguiente se inauguró completa con el resto de esculturas. Quien da un regalo se emociona cuando quien lo recibe lo hace con felicidad, así como Medellín recibió al renovado museo y la nueva plaza. ¿Para el maestro, qué significó? Lo escribió por correo esta semana: “Mi donación fue la mejor idea que tuve en mi vida y la que más placer me ha dado” .

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