La primera vez que Ángela Restrepo cruzó la puerta del taller de grabado que Luis Fernando Mejía y Ricardo Peláez habían fundado, llevaba consigo una prensa amarilla, es decir, una carta de entrada a un mundo donde el tiempo se atrapaba en líneas y texturas.
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”Una vez, en una exposición, le pregunté a Luis Fernando si me recibirían en el taller. Yo ya tenía la prensa, le dije eso, y él me respondió que hablaría con Ricardo. Al final, me dejaron entrar, y desde entonces, el taller ha sido mi casa”, recuerda la maestra.
Han pasado más de 40 años desde ese momento. Hoy, La Estampa, el taller de grabado más antiguo de Medellín, celebra su historia con la exposición 1983, en la galería Policroma, en donde se exhiben las obras de quienes han pasado por este lugar y se revela el pulso de una comunidad enamorada de la técnica.
Un taller, una historia compartida
El taller nació en 1983 como Taller de Grabado, un nombre sencillo que reflejaba su propósito: ser un espacio de experimentación donde Mejía y Peláez, arquitectos de formación y grabadores por pasión, pudieron poner en práctica lo aprendido en Italia.
Pero esa idea pronto trascendió, en especial por la influencia de Ángela, pues el taller se convirtió en un punto de encuentro para artistas de distintas disciplinas.
“No me imagino trabajando sola —dice ella—. El grabado es un arte de paciencia y esa paciencia se nutre de la compañía de otros, y el taller siempre ha sido eso: un lugar donde se comparte, se observa, se aprende”.
El arte de grabar el tiempo
El grabado es un arte que desafiaba lo inmediato. A diferencia de otras técnicas, en las que la imagen aparece de inmediato sobre el lienzo, aquí cada trazo es un proceso de construcción y espera. Se parte de un boceto, se trabaja sobre una lámina de metal, se somete al ácido, se entinta, se limpia, se pasa por la prensa... y solo entonces se revela la imagen.
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”El grabado te obliga a desacelerar. No es un proceso inmediato, sino una técnica que te enseña a mirar con calma”, explica Ángela.
Y en La Estampa, la tradición se ha mantenido fiel a las técnicas clásicas. A pesar de que hoy existen alternativas menos tóxicas, Ángela sigue prefiriendo los métodos que aprendió con el maestro Aníbal Gil en la Universidad de Antioquia. “Yo sigo usando ácido nítrico. La línea es perfecta. Es como me enseñaron y es como quiero que siga”, aclara.
1983: un archivo de memorias
Desde su fundación, La Estampa ha cambiado de sede varias veces: estuvo primero en la Avenida Las Vegas, luego en la 10B, después en el Parque Lleras, y con cada mudanza, cajas repletas de pruebas de impresión y herramientas, de quienes habían pasado por allí, acompañaban el traslado.
Por eso, la exposición 1983 es una recopilación de ese archivo itinerante y de aquellas historias personales que encontraron en el grabado su mejor vehículo de expresión.
Jorge Rodríguez, curador de la muestra, lo resume así: “Un taller de grabado vale tanto por sus prensas como por quienes lo ocupan. La esencia de La Estampa es su gente, sus artistas, sus alumnos, su historia”.
Para organizar la exposición, Juliana Vélez, que ahora es quien acompaña de cerca la labor de la maestra en el taller, y su equipo, revisaron los archivos para hacer la curaduría.
“Algunas obras llevaban décadas guardadas en carpetas, esperando ser descubiertas de nuevo. Muchas de ellas son pruebas de impresión que los artistas dejaron en su paso por La Estampa y otras fueron enviadas desde distintas partes del mundo por quienes quisieron ser parte de la celebración”, cuenta, mientras Ángela se une a la conversación.
“Aquí se ha hecho de todo —murmura al pasar las páginas de un libro de grabados que menciona su legado—. Este archivo es una prueba de lo que ha sido La Estampa para la gráfica en Medellín”.
Un legado que cruza fronteras
Aunque La Estampa nació en Medellín, su impacto ha trascendido las fronteras. A lo largo de los años, el taller ha participado en intercambios con artistas de Holanda, Argentina, Japón y Estados Unidos, entre otros países.
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Uno de los proyectos más significativos ocurrió con un grupo de artistas holandeses. “Ellos nos propusieron hacer una exposición en la que nosotros interpretamos cómo veíamos Holanda y ellos cómo veían a Colombia. Fue un ejercicio hermoso”, recuerda Ángela.
Estos diálogos internacionales han permitido no solo expandir el alcance del grabado, sino también traer nuevas técnicas y formas de enseñanza a Medellín.
El futuro de La Estampa
Hoy, el taller sigue siendo un espacio vivo. Cada semana, nuevos estudiantes llegan con la misma curiosidad con la que alguna vez Ángela insistió en ser admitida en el taller de Aníbal Gil.
”Lo primero que les digo cuando empiezan las clases es que quiero que les guste el grabado tanto como me gustó a mí”, dice. Y lo ha logrado.
Ahora, La Estampa también busca adaptarse a los nuevos tiempos y hoy, quieren fortalecer su presencia en redes sociales y digitalizar su archivo para que más personas puedan conocer su historia.
”Este taller no es solo un espacio físico, es una comunidad. Y queremos que esa comunidad crezca”, señala Juliana.
Por lo pronto, la exposición 1983 sigue abierta en Policroma (Carrera 35 # 10B 80) hasta febrero.