A sus 16 años, Alejandro Duque –a quien conocen ya es por su apellido–decidió que quería ser baterista, a pesar de no tener cómo conseguir una batería. Al igual que muchos de su generación se inventó una: tarros de pintura con radiografías hacían las veces de redoblantes, parrillas de arepa a modo de platillos, el bombo era una poltrona sin patas con una ponchera empotrada, y el pedal fue fabricado en una carpitería.
Así comenzó, pero tampoco vendrían días mejores. La primera batería que consiguió después fue “un tumbis”: un fabricante de guitarras en Manizales le ofreció armarle una por partes. Cuando las recogió nunca fue capaz de armarla. “No tenía forma, ni pies ni cabeza”, dice ahora, entre risas.
Al final, pudo comprar con sus ahorros y los de su mamá una “nave” decente. Todavía hoy lo acompaña esa Tama Rockstar japonesa del 88, su primera compañera oficial.
Colgar los guayos
Antes de entrar a la música fue futbolista, y de los buenos: fue arquero en las inferiores del Deportivo Pereira y preseleccionado para la Selección Colombia en el Mundial Juvenil en Japón. Por otro lado tenía unos amigos que oían en el colegio “música pesada: metal, harcord y punk”. Veía que los bateros (bateristas) podían seguir tocando hasta el final de sus días, cosa que no sucedía con los del balón. Dejó la selección.
Según cuenta El Duque, Pereira era entonces una ciudad muy metalera: “Todos tenían que ir y romperla allá para hacerse un nombre a nivel nacional”. Eso hizo que el metalero también fuera un radical: “Si oías cualquier otro tipo de música eras una caspa”, pero El Duque no se casaba con nada, le gustaba de todo: punk, hardcore, metal o el ska. No se encasillaba.
Otros lugares
Se fue a Bogotá a estudiar en la Javeriana Filosofía y Letras, pero se dedicó mucho más a la batería. Dejó la universidad.
Mientras tanto se fue haciendo conocido en el medio por su estilo diferente. Era un pelao de provincia con referentes de todo el país. Héctor Buitrago, a quien había conocido en Pereira, lo invitó a tocar en Aterciopelados.
Las oportunidades que le abrió el disco El Dorado con la banda bogotana fueron muy grandes: visitó más de 22 países solo en la gira del disco –llegó a tocar en Argentina ante 220.000 personas–. En el 98, mientras preproducía Caribe atómico, comenzó su historia con Bajo Tierra.
“Los bajotierras”, como les llama, le telefonearon para pedirle ayuda con unos conciertos. El Duque llegó al “castillo de piedra” –la casa de Lucas Guingue– a inicios de 1998, un año después de haber lanzado Lavandería real y los acompañó por esos días en una gira por Bogotá, Cali y Medellín.
Cuando llamó a Bogotá para regresar con los Aterciopelados, se dio cuenta que ya no tenía banda: “Su productor ya estaba empujando para que no hubiera batería acústica. Me sacaron sin aviso. Nunca hubo una razón ni un por qué, solo recibí la noticia de que ya no estaba ”.
De todas partes
En Bogotá creen que El Duque es de Medellín. Incluso muchos paisas creen que es de la capital antioqueña, pero solo estuvo aquí dos años, entre 1998 y 2000, tiempo suficinente para enrolarse con algunos proyectos locales.
Por lo menos son 20 agrupaciones con las que ha estado de planta, entre ellas Bajo Tierra, Aterciopelados, Lina & Los Bandidos, Ritual, La Burning Caravan, Bohemia Suburbana, Veneno, Nadie, Dub Killer Combo, TBCB y Alerta Kamarada. Aunque con las que ha hecho colaboraciones pueden ser más de 50 (entre giras, grabaciones de conciertos, sencillos, maquetas y videos).
En la última década tuvo problemas con sus tobillos y rodillas de tanto darle a los tarros, pero la ley era no parar, así doliera, así tuviera qué transformarse.
Se volvió drum-tech (el responsable de los instrumentos de percusión en escenarios) y roadie (u a especie de mánager de gira, producción o escena). Y bajo estos dos oficios ha estado por casi dos décadas en Rock Al Parque, bares, ferias y festivales; ha tocado con artistas de rancheras, DJs y hasta en parches de reguetón. Desde hace años gira con Carlos Vives.
Ahora El Duque se siente agradecido de volver a estrenar banda (ver recuadro) y celebrar un reencuentro con uno de sus grandes amores, “los bajotierras”. Apenas este año, una vez volvió Lucas Guingue de Londres, 1o años después de haber dejado en el limbo a la agrupación paisa, fue solo necesario un mensaje para que Bajo Tierra resurgiera del subsuelo: “Q’hubo, ¿ruido?”. Toda la alineación de hace 18 años contestó al unísono: “Voy, voy, voy...” .