El rigor de la calle es vertical
Calcina como el rayo
Exhuma como la vida
No podés pensar
Se obra o se muere
Es como una flecha cuando sale del arco
Sin reversa
Eso lo escribió Jorge Alberto Restrepo Gómez, también conocido como el Gallero o Tapeto, el poeta Barbacoas. Es apenas una estrofa del poema Barbacoas 1, pero esas pocas palabras sintetizan lo que Jorge vio y vivió en los más de 20 años que pasó en las calles del centro de Medellín. Dan cuenta de ese mundo, que parece otro.
Jorge empezó a andar por las calles del centro siendo un adolescente, en los años 70. Cada sábado, después de jugar fútbol se iba con sus compañeros de equipo, un par de años mayores que él, por los lados de Palacé, a los bares de salsa, pero como era menor de edad y no lo dejaban entrar, sus compañeros le sacaban algo de tomar, y él se quedaba afuera entre ladrones, celadores, chaceros y prostitutas.
—¿Qué le llamó la atención de la calle, del centro?
—No sé. Pero si era como una película distinta, dice Jorge.
—¿Cómo terminó haciendo vida ahí?
—Me fui quedando, me fui quedando porque es una seducción brava, tenaz, y la noche es más seductora todavía. Los habitantes, los olores, los colores, la manera de hablar, de moverse, todo. Para mí era algo distinto, todo nuevo, fantástico, dice Jorge.
—Pero fue un proceso lento, de años...
—Muchos años porque yo seguí yendo a Palacé mucho tiempo, de ahí me fui a Niquitao y en la universidad (estudiaba veterinaria en la Universidad de Antioquia), por la cercanía me fui a Lovaina, que en ese entonces era distinto a lo que fue después. A mi me tocó el acabose, el descenso, lo sórdido. Llegué en el momento que llegó la basuca, el crimen, la vuelta, Pablo... Y la basuca desordenó y aceleró todo y ahí caímos muchos.
Jorge creció en una casona en el barrio La América, la recuerda grandota, dice que tenía once piezas, un platanal en el patio interior, pesebreras.... Era la última finca que quedaba en el barrio y por eso mismo era el centro, entonces se reunían y hacían sancochos y jugaban balón. El papá de Jorge era gallero, de ahí es que le viene el apodo por el que lo conocen tantos.
—La infancia de nosotros fue muy linda. Imagínense un potrero para nosotros y todos los hermanos encaramados de árbol a árbol, jugando, éramos cohetes, éramos barcos, éramos de todo.
—¿Cuándo empezó a escribir?
—Antesitos de los 70. Yo estudiaba en la UPB, pero me sacaron por indisciplina y pasé al Liceo San Javier, que en ese entonces se llamaba Agustín Nieto Caballero, ahí en el barrio donde yo crecí. Estaba en plena guerra de Vietnam y yo escribí acerca de la guerra y en unas fiestas del liceo pegaron en la pared lo que yo escribí al lado de los dibujos de mis compañeros. Me acuerdo mucho de un profesor que tuve, el que más recuerdo, Hernando Hincapié, él me ponía el dedo en la frente y me decía, que no se muere ese enredo, que no se muere ese enredo. Un profesor fuera de serie, dice Jorge.
Desde entonces no ha dejado de escribir, pero sus escritos nunca habían sido publicados hasta hace poco que la gestora cultural Teresita Rivera Ceballos incluyó algunos en el libro Resistiendo y perviviendo en Barbacoas, prácticas estéticas e identidades en el centro de Medellín.
—Yo veo a Jorge como el Helí Ramírez de Barbacoas. Tiene muy buena pluma y hay una vaina que parece ficción pero es la realidad que nos hemos ocultado por años, la realidad de lo que se vive en las calles de Medellín, del centro y es lo que él describe de manera cruda, pero también con una belleza absoluta, dice Teresita.
Y eso que dice Teresita de Jorge, se parece a lo que hace años escribió Víctor Gaviria sobre Helí Ramírez en el número 13 de la revista de poesía acuarimántima:
“Helí Ramírez no evoca, hace presente un mundo cuya fidelidad a la vida es más estrecha que el actual (...) La conciencia que tenemos de la ciudad, que circula entre nosotros con la pretensión de coincidir con la realidad, está hecha de exclusiones, de cegueras que son marginamientos violentos de otras realidades, en el fondo, de otros hombres (...) Ese gesto en apariencia simple, es en el fondo una escogencia moral que sin saberse mina nocivamente la existencia de una clase, de un grupo, de una generación”.
En los textos de Jorge se hace presente el centro de Medellín, la calle Barbacoas y sus habitantes, los que llegaron buscando vicio y se fueron quedando sin darse cuenta, los que llegaron a esconderse, los que huían del maltrato y el abuso, hombres y mujeres, jóvenes, niños, adultos, todos. En las letras de Jorge se revela esa realidad que muchos prefieren no mirar, pero que es consecuencia de cómo vivimos. En sus letras se dibujan las tensiones que mueven la ciudad, sus violencias, pero también las relaciones, el amor, las amistades, la complicidad y la ternura que tienen lugar allí.
Jorge estuvo más de 20 años en Barbacoas, y lleva más de 10 fuera de ahí. Ya casi no baja al centro, pero lo conoce a la perfección.
—¿Cómo han cambiado las cosas, la calle?
—Todo muy maquillado pero horriblemente multiplicado. La gente dice que la calle es libertad, pero es donde más mandamientos hay que cumplir.
—Cualquiera llega, pero no cualquiera sale...
—Claro, cualquiera llega, lo que pasa es que uno no se da cuenta. A mí me pasó eso, cuando me di cuenta ya estaba seducido, ya era parte de ahí.
—¿Qué es lo que seduce y retiene?
—Todo, todo, el vicio, eso lo atrapa a uno, el alcohol, la fumada, la esquina, el parche, la habladuría, y estar ahí, ver... yo a veces pensaba en volver, pero me daba pena. Es una sensación muy complicada porque uno es como atrapado en uno mismo.
Jorge se reencontró con su familia a través de un amigo de Cristina, su exesposa y madre de sus dos hijos. Ella, cuando supo que su amigo iba buscar a su papá en el centro, le pidió que de pasó buscará a Jorge y lo encontró.
Llevaba un par de días enfermo, y lo llevaron a la clínica, allá estuvo un par de días. Su exesposa le llevó unos cuadernos y Jorge los fue llenando todos, porque tiene historias de sobra, como la de Talento, un amigo de Barbacoas que llegó a las calles del centro después de robarse las limosnas de la iglesia de Sonsón cuando tenía 12 años; o la de María, la mujer a la que todos ayudaron a matar porque nadie hizo nada para que no se muriera, o la de Reblujo, la murciélaga, los almuerzos de mil y dos mil pesos, el mudo, el mono, la policía, la serie de historias de lo fácil que es morir en el centro, el hambre, el alcohol, la angustia, el dolor, la fiesta y otro montón de historias porque a Jorge casi nada se le olvida y lo ha visto casi todo.
La idea de Jorge y Teresita es publicar una antología con sus textos y poemas. Hay libretas sobre libretas, cuadernos y más cuadernos llenos de historias, y muchos más por llenar de todos esos años en la calle, de todas esas personas. Historias que no conocemos pero que nos dicen tanto de nosotros.
Una vecina de Barbacoas solía decirle a Jorge que no entendía porqué él ahí era tan diferente y tan igual a todos. Él siempre se sintió igual porque nunca en ningún lugar se ha sentido más ni menos que nadie, pero lo que lo hace diferente es que es capaz de hacer que todos nos sintamos iguales, eso es lo más fascinante de su escritura.