Por Luis Fernando Quiroz Jiménez
La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad presentó el martes el informe Hay futuro si hay verdad. Es el intento oficial más amplio por comprender, y cerrar, un largo y difuso periodo de heridas, mezquindades y sinrazones. No es el primer intento.
En 1958 la Junta Militar de Gobierno, con la venia del entonces presidente electo Alberto Lleras Camargo, nombró la Comisión Investigadora de las Causas Actuales de la Violencia, compuesta por dos militares, dos sacerdotes católicos, dos jefes liberales y otros dos conservadores. Debían investigar el desafuero que cundía, sobre todo, en las regiones, el mismo que la capital solo descubrió con ocasión del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán Ayala el 9 de abril de 1948.
“No quiero ironizar sobre la tragedia colombiana. Hay que decir sin circunloquios que esta comisión no va a servir para nada”, advertía Jorge Gaitán Durán en sus “Apuntes sobre la crisis y el desarrollo de Colombia”, publicados a lo largo de 1958 y compilados un año después con el título de La revolución invisible.
Este intelectual, nacido en Norte de Santander, ampliaba así la labor que emprendió con la revista Mito, de la cual fue el principal responsable. Desde el primer número —mayo de 1955—, la publicación articuló a un grupo de amigos y colaboradores que se opuso al fanatismo —político y religioso—, la mediocridad conceptual y el servilismo en que también se fundaba la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla.
La oposición desde Mito
El prospecto de la revista declaraba: “Rechazamos todo dogmatismo, todo sectarismo, todo sistema de prejuicios. Nuestra única intransigencia consistirá en no aceptar nada que atente contra la condición humana. No es anticonformista el que reniega de todo, sino el que se niega a interrumpir su diálogo con el hombre. Pretendemos hablar y discutir con gentes de todas las opiniones y de todas las creencias. Esta será nuestra libertad”.
Una traducción del Marqués de Sade, a cargo de Gaitán Durán, publicada en el número inaugural, fue el pretexto para que el gobierno metiera la revista en el saco de “publicaciones lesivas del sentimiento católico” e impusiera sanción y multa, recapitula el periodista Mauricio Ramírez Gómez. En el mismo año se decretó el cierre de El Espectador y El Tiempo, entre otros diarios.
En vez de ejercer la autocensura sobre la política nacional y otros temas sagrados —a la que se vieron obligados Clemente Airó y el equipo de la revista Espiral—, Mito reafirmó su vocación crítica. Incluyó en varios números documentos, testimonios y fotografías sobre las atrocidades promovidas de forma abierta o solapada por políticos y literatos. La discusión pública de estos y otros materiales servía de sustento para que Gaitán Durán declarara inútil la comisión investigadora.
Si bien Mito participó de las protestas de civiles que lograron el 10 de mayo de 1957 la renuncia de Rojas Pinilla, el nortesantandereano sabía de un obstáculo: a partir de esa fecha, “cualquier investigación sobre militares hecha por militares es un imposible; las Fuerzas Armadas no la consideran un acto de justicia o una reivindicación del honor guerrero, sino una traición”. Análoga evasión de responsabilidades individuales e institucionales podía preverse de los sacerdotes y los representantes del Liberal y el Conservador.
La fundación de un paradigma
“Todo [lo de la comisión] concluirá en un silencio embarazoso. Y las causas de la violencia seguirán siendo raíces múltiples en lo más hondo del pueblo colombiano”. Y así fue. Esta comisión acabó su ejercicio de ocho meses sin entregar ningún informe, incapaz, por lo demás, de concebir la violencia como un problema científico, imputar relaciones causales y postular soluciones fundadas.
Solo la iniciativa de monseñor Germán Guzmán Campos, párroco en El Líbano, Tolima, extendió el alcance del ejercicio: el material que recopiló como comisionado nutrió el libro que publicó en coautoría con el sociólogo Orlando Fals Borda y el jurista Eduardo Umaña Luna, La Violencia en Colombia. Estudio de un Proceso Social. El libro, que de inmediato levantó una polvoreda de acusaciones tan airadas como faltas de sustancia, acuñó el término “la Violencia”, con mayúscula inicial, para referirse a un periodo abierto con el Bogotazo. Lo previo serían apenas “antecedentes históricos”, remontados hasta 1930.
Este “clásico de las ciencias sociales colombianas” —como se examina en el libro homónimo de Juan Carlos Celis— vio la luz en junio de 1962, hace 60 años. En la madrugada del 22 del mismo mes, en una escala para aprovisionarse de combustible, se estrellaba en la isla de Guadalupe el Boeing de Air France en el que Jorge Gaitán Durán, de 38 años, regresaba a Bogotá, donde lo esperaban su esposa Dina Moscovici y su hija Paula. No pudo, pues, examinar la obra.
Desmontadas las reformas educativas que produjeron en el país a los primeros científicos sociales modernos, como Virginia Gutiérrez de Pineda, y denigrados y perseguidos estos por los gobiernos de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez Castro, algunos literatos fueron quienes se ocuparon primero de la violencia. Monseñor Guzmán Campos se sirvió de tal literatura para describir la Violencia, pero su muy voluminoso libro no menciona ni la revista Mito ni a Gaitán Durán.
Esta curiosa omisión excluyó de la fundación de los estudios de la Violencia, del paradigma de los llamados violentólogos, un planteamiento científico, crítico y conciso sobre las “causas económicas”, las “políticas”, las “sociológicas” y las “psicológicas” de la violencia, presentadas también por “etapas” —dicho con palabras del fundador de Mito— u “olas” —con una palabra de La Violencia en Colombia—.
La función del intelectual
La cuestión no es ahora pretender resarcir un olvido o correr la línea de pioneros en la materia. Menos ante lo que siguió: la complicidad que consagró el turnismo del Frente Nacional, las represiones que recrudecieron el panorama hasta llevarlo a un nuevo nivel —el surgimiento de las guerrillas comunistas y los ejércitos paramilitares— y el narcotráfico.
Se trata de reconocer, ahora, que afrontamos procesos de larga duración. Y los textos de este autor contribuyen a ello en dos vías: la discusión pública propuesta al calor de los sucesos y, más importante, la reflexión sobre la conducción del país y la crítica de lo que representaba su propia procedencia socioeconómica, en cuanto descendiente de los “patricios” de los santanderes —la palabra es de su hermano Eduardo— o de la “burguesía nacional” —palabras de él—.
Con las pocas estadísticas disponibles en 1957, Gaitán Durán señala entre las causas —para solo deternos en una— “el hecho en bruto de que el 3 % de los propietarios tengan el 55 % de la tierra y el 55 % de los propietarios tengan apenas el 3,5 % de la tierra”, lo que “comprueba en general la persistencia del latifundio en nuestros campos, con sus secuelas de baja producción [...] y de miseria y desnutrición”. ¡Basta ya! (2013), el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, señaló que en el 2000 el 1,1 % de los propietarios concentraba el 52,2 % de la tierra.
La convicción de Gaitán Durán de que la “nobleza” de la literatura “reside en el riesgo” intelectual, entendido como deber ético, terminó por dotar de claridad conceptual su obra —poesía, dramaturgia, cuento—. Más aún: le confirió un valor a sus ensayos que muchos otros intelectuales nunca alcanzaron porque respetaron el límite marcado por sus familias, partidos y clases sociales, que no pocas veces han sido una misma cosa; es decir, porque no ejercieron la crítica en el sentido moderno: aquella que presupone la autocrítica y que no maquilla nada con circunloquios y florituras.
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“Aun [compuesta por científicos], la comisión tampoco serviría para nada si el estudio de la violencia, orgánicamente vinculado al de la reforma agraria y, por lo tanto, al de toda la economía nacional, no se incrusta en un proyecto total”, concluía Jorge en uno de sus “Apuntes”. No será fácil. Pero hoy, una vez más, cabe recordar sus palabras a todos los colaboradores de Mito: “Tengan confianza en el poder de la conciencia, Colombia para ustedes debe ser siempre una pasión optimista”. Tal es la revolución invisible.