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Jack London, 100 años en la aventura de la muerte

El autor de La llamada de la selva y Colmillo blanco murió hace cien años... Y sus relatos siguen frescos.

  • ilustración emers
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22 de noviembre de 2016
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Existe un relato de Jack London que si uno lo lee de un tirón puede sufrir hipotermia... a menos que vista abrigos y pantalones de lana, meta los pies en medias gruesas y los calce con botas de cuero, se ajuste un gorro con tapaorejas y se enrolle una bufanda.

Es Preparar un fuego, en el que este genio de la literatura, perteneciente a la rara categoría de humanos a quienes una vida breve alcanza para un millón de cosas, cuenta de un hombre que comete la imprudencia de retar el frío del Yukon y recorre una gran distancia en solitario.

La minuciosa descripción del paisaje y la narración pormenorizada del efecto de ese entorno helado en el hombre son capaces de ir causando el efecto mencionado:

“El Yukon, de una milla de ancho, estaba oculto por una capa de tres pies de hielo. Sobre este hielo se habían acumulado otros muchos pies de nieve, de blancura inmaculada, y que se extendía en suaves ondas debido a los montículos subterráneos de hielo”.

Y sigue hablando de terrenos finos, que pueden quebrarse bajo el peso del caminante, lo cual sería fatal: el sujeto se sumergiría en un río de aguas gélidas y por más que saliera del riachuelo a toda prisa, si no corre a quitarse las medias y encender un fuego para calentarse, el agua alrededor del cuerpo se convertiría en unas botas y un vestido de hielo. La sangre se congelaría. Lo demás sería la muerte.

Esto le ocurrió al imprudente aquel. Hacía rato venía con una capa finísima de polvo de escarcha en su rostro formada por el vaho de su sudor y dando salivazos de tabaco que explotaban en el aire.

Aventurero

De este narrador nacido en San Francisco, Estados Unidos, el 12 de enero de 1876 y de cuya muerte hoy se cumplen 100 años, la vida fue su mejor novela. Quienes saben de ella creen que sus obras aluden a las aventuras que vivió.

Para empezar, su nombre original tal vez era John Griffith Chaney. Su registro civil fue destruido en el terremoto de 1906.

Fue autodidacta y, desde que era un muchacho, trabajó en distintos oficios como estibador, buscador de oro, reportero... De acuerdo con sus biógrafos, sufrió hambre y miseria. Hay quienes afirman que siendo adolescente se encontró con Mark Twain y le confesó su deseo de llegar a ser escritor y fue el autor de El príncipe y el mendigo quien le dio el consejo de viajar y vivir aventuras que le dieran material para escribir.

“No había forma de hacer su vida si no era poseída por la obsesión por el viaje —dice Óscar Jairo González, escritor y profesor de la Universidad de Medellín—. No se trata de un viaje en el que su naturaleza humana no sea también irradiada por la naturaleza otra, esa que es de su misma naturaleza y ella de él. Consumación de la vida consumiendo la hermosura y exuberancia de la naturaleza”.

González agrega que en esa condición de viajero narrador, la intención de London “no es hacer ver sino hacer sentir”. Entonces, este es el porqué de la sensación de hipotermia mencionada.

“Jack London es de esos autores que uno descubre en la adolescencia y sus obras le dejan una honda huella”, comenta Reinaldo Spitaletta, periodista y profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana.

El primer relato que leyó del californiano fue La llamada de la selva y nunca se olvida del personaje central, Buck, el perro de la nieve.

A propósito de este tema, González anota: “Nada de los perros de ciudad tiene relación con el Buck de London. Todo lo contrario: Buck escucha el llamado de la selva, tiembla en él de nuevo lo instintivo, lo salvaje, lo no dominado, desde una necesidad darwiniana, se podría decir. El instinto mismo lo lleva hacia donde ha de ser, como al viajero London, lo realiza el viaje en la naturaleza. En esa condición de su naturaleza, quiere estar, tiene que ser libre”.

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