Lejos de las regiones rurales de Rusia, cuyos cantos y tradiciones culturales inspiraron la creatividad de Igor Stravinsky, en París se estrenaba, el 29 de mayo de 1913, La Consagración de la Primavera en el Théâtre des Champs-Elysées. Es una de las polémicas más conocidas que se desató en una sala de conciertos a comienzos del siglo XX y el protagonista fue el compositor ruso, quien estuvo a cargo de la música que representó, aquella primera vez, el Ballets Russes de Serguéi Diáguilev, con quien Stravinsky, fallecido un 6 de abril de 1971, ya había trabajado.
La obra no fue lo que esperaba la burguesía parisina de la época, tan acostumbrada a la belleza, la delicadeza y la elegancia. Los bailarines de La Consagración de Primavera usaban trajes holgados, en vez de mallas, pelucas, sombreros puntudos y maquillaje excesivo. La coreografía, además, integraba formas en las que el cuerpo se contorsionaba de maneras más toscas que las que se usaban en el ballet para ese entonces.
Pero lo que más le concernía al compositor era la música, que arrancó con un fagot en un extremo muy agudo de su registro, a tal punto de hacerlo casi irreconocible. Poco a poco le daba entrada a otros instrumentos como los clarinetes en mi bemol y si bemol, que “uno por uno contribuyen a una especie de salvaje selva que es la apertura de esta pieza”, comentó el director Michael Tilson Thomas en el documental Keeping Score, dedicado a esa obra, junto a la Sinfónica de San Francisco.
Los sonidos llegaban con contrastes violentos y traían irregularidades y sorpresas rítmicas. “La obra da la espalda a ciertas tradiciones y prácticas de orquestación”, explica el Dr. Johann Hasler, profesor de composición e historia de la música en la Universidad de Antioquia. “Usa los instrumentos de arco, que generalmente en el romanticismo sirven para hacer grandes melodías, muy expresivas, los usa como instrumentos de percusión, tambores”.
Con esta obra “rasgó todas las reglas tonales y exploró con la politonalidad. Jugó con los colores orquestales con una orquesta gigante”, expresa el director de orquesta Andrés Felipe Jaime.
El ballet narraba un rito pagano en una Rusia muy antigua, donde una mujer hace parte de un sacrificio de primavera. La idea surgió de un sueño de Stravinsky en el que una muchacha bailaba hasta morir. “Su propósito es guiarnos al mundo psicológico detrás de esas sonidos y revelarnos el poder complaciente de erotismo y muerte detrás de ese ritual”, continúa Tilson Thomas. Stravinsky ya se había dado a conocer en la escena con El Pájaro de Fuego y Petrushka, pero con esta pieza la gente no lo olvidaría.
El público estaba inquieto y el ruido, las quejas y los abucheos le hicieron competencia a la música, hasta el punto de que los bailarines no lograban escuchar los instrumentos. Los músicos tampoco se ubicaban del todo. La noche fue un caos.
La apuesta entró a ser catalogada como primitivista, que se centraba más en lo rítmico que en las melodías y armonías, y “fue muy contraria a los valores burgueses y para hacer una música sinfónica de ballet, uno de esos espacios consagrados del buen gusto burgués, fue como una bofetada para ese público”, cuenta el profesor Hasler.
Fue, por otro lado, de todo el gusto de los artistas contemporáneos de la época, quienes además eran sus amigos. En París, el ruso se rodeaba de compositores como Maurice Ravel, Maurice Delage y Florent Schmitt, quien en una carta se refirió a la “rara belleza y revelación” que había traído La Consagración de la Primavera, como prueba del “genio” de su amigo Stravinsky.
“Este trabajo, en sí mismo, tiene más importancia que cualquier otra música que se pueda interpretar en este momento en el mundo. Tiene novedad, libertad y vida”, señaló Schmitt en noviembre de 1913, en una carta documentada por Jann Pasler para el artículo Stravinsky and the Apaches, que fue publicado en la revista The Musical Times.
Esta obra, dice el profesor Hasler, fue el pico de la vanguardia de Stravinsky, “no vuelve a tener ninguna obra tan vanguardista como esa”. Aunque para el maestro ruso Guerassim Voronkov, compositor, director y profesor de Dirección Sinfónica en la Universidad Nacional, una obra como Las Bodas, para solistas coro, cuatro pianos y percusión, “todavía está en el mismo sendero de estar ligado a las tradiciones, la lengua y la entonación rusa”.
Regresaba a las tradiciones antiguas y “Stravinsky tenía la capacidad de aprovechar los ejemplos, rescataba las cosas de la antigüedad, las músicas anteriores y siempre lo transformaba, como cada genio, en nuevas divisiones de desarrollo”.
Allí radicaba parte de su genialidad, porque se permitió conocer otros panoramas y los ejecutó con habilidad. Su música trascendió la anécdota.