Son todo golpes: las manos contra las cuerdas de la guitarra, los tacones contra el piso de madera, el canto contra el silencio de la melancolía. En el flamenco la tristeza, la sensualidad y el amor se vuelven sentimientos rabiososos, apasionados y, sobre todo, acompasados.
Cuando se lo baila, canta o toca se está al límite del sentir. El bailaor Antonio Canales define el soniquete (como se le dice al sabor musical, al dominio del ritmo en el flamenco) como una cuerda floja muy fina. “Nosotros (los bailaores) hacemos equilibrio. En el momento en que lo perdemos, se acaba la magia, se acaba el misterio”, dice en una entrevista para la casa flamenca Cardamomo.
Canales, que tiene más de 20 años de trayectoria en el baile del flamenco, estará el próximo sábado, 22 de octubre, en Medellín,en el marco del Festival de Flamenco de la ciudad.
Para el bailaor el ritmo flamenco lo tienen todos los gitanos adentro, “es un ritmo de caminante”. A ellos se les atribuye el origen del género y demás manifestaciones culturales, sin embargo, en 2010 la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad “y desde entonces nos pertenece a todos”, apunta Diana Murillo, bailaora y directora de la Corporación Azúcar, Canela y Clavo, encargada del Festival.
El evento lleva 13 años realizándose en Medellín con el propósito de acercar las castañuelas, las palmas y el zapateo a los espectadores paisas. Para ello la programación tiene tres componentes fundamentales: el artístico, el de formación de públicos y el de formación de artistas. El segundo es uno de los más relevantes para Murillo, pues “tener un público formado es tener un público exigente y eso hace que los artistas también sean exigentes con sus trabajos”.
Desde los años 40, óperas, compañías de flamenco y personajes como Lola Flóres empezaron a arribar a la ciudad. “Así empezó a gestarse un movimiento entre la alta sociedad”, continúa Murillo, “las chicas tenían la oportunidad de estudiar ballet o flamenco”.
Un jardineño, Jesús Cano, fue uno de los artífices de ese contexto. Viajó desde las montañas antioqueñas a España para formarse como bailaor profesional. Regresó y montó su propia academia. A él se unieron otros como Jaime Bernal y Olga Berrío.
Desde entonces bulerías, soleás y fandangos suenan en Medellín. No hay batutas ni pentagramas guiando el compás, solo sentires y deseos de unirse con las palmas.