Algunos domingos, pero puede ser un martes o un jueves o un sábado, Eduardo Sacheri les escribe por Twitter a sus alumnos. Los saluda primero y luego les lanza la tarea.
10 de junio, por ejemplo, domingo: Por último: alumnitos queridos de 5to. Sociales, recuerden que mañana vamos a hablar de la película que quedaron encargados de mirar. Buenas noches. 5 de mayo, martes, por ejemplo también: Alumnitos queridos: como regresé de México gozando de excelente salud, no olviden que para el lunes TIENEN TAREA. Buenos días.
Todos los lunes, Sacheri tiene clase. Si hay un viaje, sale el martes y vuelve el domingo. Por lo menos lo intenta. Sus estudiantes, que son sus “pibes”, le preguntan que cómo, si lo vieron en la tele en Bogotá el sábado, puede estar en Buenos Aires el lunes: Sí, qué pasa –les responde–, vengo a torturarlos intelectualmente.
Sus alumnos le piden que, por favor, se dedique a la escritura de una vez por todas, pero él, dice igual, no les hace caso. Si me maté en la universidad para ser profesor –explica–, cómo voy a dejarlo. Y se ríe, entre lo serio que aparenta ser.
Eduardo Sacheri es un escritor argentino. Ese que se ganó el premio Alfaguara en 2016 por La noche de la Usina. Ese que además escribe de fútbol, que todavía juega con sus amigos, que es un número 5, mediocampista, y antes fue portero. Ese que anda en otra novela por estos días y en pocos cuentos –mira, dice, no me salen, no sé por qué. Sé que me salen novelas ahora–. El mismo que debe andar viendo el Mundial justo ahora.
¿Qué tanta poesía hay en el fútbol?
“Es, en tanto juego, un invento muy cargado de humanidad, de símbolos. Para eso lo hemos creado y eso funciona en materia literaria, como cualquier vínculo humano, ritualización, conexión humana. Ni menos ni más. A mí lo que me interesa del fútbol, desde el punto de vista literario, más que contar una jugada es perforar la superficie y ver qué está depositando la gente involucrada en ese acto tan artificioso como es jugar. Eso lo podría decir de cualquier juego, pero como el que a mí me gusta es el fútbol y el que comparto con muchos de mis conocidos, entonces por eso escribo de él. A lo mejor si me hubiera criado en Harlem (Nueva York), tal vez usaría el básquet, o si estuviera en Canadá, el hockey sobre hielo. Me resulta muy fértil esto de ver a las personas jugando, desarmadas, indefensas, exhibiéndose, desnudos de poses. En ese punto puede entrar la literatura”.
Hay partidos que son un cuento en sí mismos, por ejemplo el del Real Madrid y la Juventus este año, y ese penal al final...
“Claro, pero suponete que me quedo con la terrible sensación de injusticia o con la alegría de mi hijo que le gusta el Real y a mí no, o con la actitud de Cristiano Ronaldo de sacarse la camiseta y mostrar sus músculos en un acto que me desagrada mucho... Todo eso me lo puedo quedar pensando porque hubo un partido y un penal desde mi criterio injusto en el minuto 93 y una tragedia de la Juventus de ascender una montaña imposible y quedarse a un paso de la cima. No es lo que es, sino lo que representa”.
¿Cuándo se vuelve un cuento?
“Cuando necesito hablar de esas otras cosas. Creo que quienes escribimos o de un modo u otro nos dedicamos al arte, necesitamos respondernos sobre las grandes cuestiones de nuestra vida: el amor, la muerte, la soledad, el deseo. Así como hay artistas y escritores que pueden ir directo a esas cuestiones, estamos quienes necesitamos servirnos de lo cotidiano para acceder a eso como alegorías, puentes o puerta de entrada. Cuando requiero hablar de esas otras cosas, tal vez me sirvo de un partido empatado, ganado o una derrota. No siento que todo en el fútbol sea materia literaria, para mí, al menos. A veces requiero hablar de grandes cosas, pero no porque sean mías, sino porque el dolor es enorme y el deseo también, y me cuesta entenderlos y tolerarlos en abstracto. Para escribirlos requiero lo concreto, por ejemplo un partido”.
El fútbol llegó a su vida primero que la literatura. De niño quiso ser futbolista, no tanto escritor
“Terminé siendo escritor y no futbolista, lamentablemente. Y sí. Bueno, yo tiendo a pensar que la literatura llegó muy temprano igual porque siempre me encantó leer. Me siento más un lector que un escritor, y si puedo escribir es porque me apasiona leer y en ese sentido, literatura y fútbol llegaron al mismo tiempo”.
De hecho, cuando aprendió a leer se decepcionó...
“En mi casa leían mucho, entonces yo agarraba las historietas que había y ayudándome con los dibujos leía en voz alta lo que suponía o deseaba que dijeran. Luego mi hermana me enseñó a leer y por un lado fue hermoso, porque dije ahora soy un grande que lee, pero al mismo tiempo no era la historia que había construido. Veinte años después, cuando empecé a escribir, fue un modo de saldar en parte esa decepción. Claro, es una decepción legítima del lector, porque cuando vos leés algo y un libro te entusiasma y te atrapa, las riendas las lleva el autor, y uno dice, pero quiero que me hablés más de este personaje o quiero profundizar este diálogo, o quiero que la historia vaya por este lado, y a lo mejor no va. Cuando uno escribe toma las riendas y un poco más de protagonismo, y de esa manera consigue leer el libro que necesita leer”.
Hay gente que no juega, pero vive por el fútbol
“Sí, es muy trágico eso, porque cuando vos jugás, ponés tu autoestima ahí. Te duele perder porque te sentís menos, y por eso es tan hermoso ganar. Es ridículo, pero inevitable. Así que cuando uno ve a otro jugar por uno, en realidad está confiándole su autoestima. Es todavía peor: uno no puede hacer nada. Yo me imagino que los jugadores profesionales prescinden de eso para no enloquecerse. Ya tienen la presión de que es un trabajo para ellos. Para algunas superestrellas es millonario, y aunque de hoy en adelante salga algo mal, ya han juntado tantos millones que no pasa nada. No es así para la mayoría, para un jugador común y corriente de la segunda división colombiana, por decirte, es un trabajo, y encima a corto plazo, porque al llegar a los 35 años se tiene que buscar otro. Estar atento a que el señor de la grada depositó su autoestima en él, creo que el jugador puede decir, ya bastante problema tengo con la mía... pero bueno. Yo me imagino que es inevitable que los hinchas hagamos eso y que los jugadores lo omitan”.
Ahora juega de mediocampista, pero hasta los 23 hizo de portero. ¿De qué le va mejor?
“Puse en juego las mismas escasas virtudes futbolísticas en un puesto y en otro. Lo mío no es el talento, es el sacrificio, la entrega, la fuerza de voluntad. Ahora con 50 años merma el rendimiento físico, con lo cual creo me parece que mi carrera como futbolista está acercándose definitivamente a su extinción. La ventaja que tiene el juego es que hay un sitio para los talentosos y otro para los sacrificados. El asunto es no confundirse y no pretender hacer aquello para lo que la naturaleza no nos ha dotado”.
Siempre ha habido una relación entre el fútbol y su literatura: sus primeros cuentos se leyeron en un programa de fútbol
“En esa etapa inicial, yo escribía cuentos y simplemente los dejaba en mi mesa de luz, mi mujer los agarraba y se los pasaba a sus amigos sin mi consentimiento, y ellos empezaron a decir esto está bueno, tenés que hacer algo con esto y yo decía, qué voy a hacer, yo soy nadie, soy profesor de la universidad y de escuela secundaria. El hecho de que hubiera un programa de radio que leía cuentos de fútbol hizo que yo, que tenía un puñado de estos, se los empezara a mandar a la radio y eso fue como una locomotora que movió el tren hacia la posibilidad de publicar y que gente me conociera y se me abriera todo ese mundo. Todavía hoy es una etiqueta a la vez incómoda y conveniente, la del fútbol. Incómoda porque uno piensa, pará, no solo escribo de fútbol, pero al mismo tiempo te da el chance de que un montón de gente te conozca, que de otro modo no lo haría. A lo mejor yo soy mucho peor escritor que otros autores, pero me conoce gente gracias a la cuestión del fútbol. Otro dilema sin resolver”.
Eso de su esposa y lo amigos, eso cambió todo...
“Sí, me gusta ser escritor, me sigue pareciendo raro, casi inverosímil. Escribo porque lo necesito, porque me hace bien, no porque me haría peor no hacerlo, y que eso de repente se haya convertido en un trabajo, es raro. Eso a su manera se parece a lo de los jugadores de fútbol, algo que es en principio un juego, una necesidad, un deseo, en otro momento se convierte en un oficio. A lo mejor como para mí incluye una cosa de introspección, de indagación, hay como un deseo de tenerlo claro y que no se quede solo en eso y siga siendo la expresión de una necesidad. Porque a mí me sigue haciendo bien eso, aunque sea un trabajo”.
¿Es verdad que cuando va a los partidos de Independiente, lo ponen a firmar libros?
“A veces no hay tantos lectores en la tribuna, sale más la foto, mucha selfie. Pasa que siempre vamos con mi hijo a la misma popular, en la que uno está de pie detrás de los arcos, la más barata de todas, porque como somos socios del club, uno entra ahí solo con su carné y su cuota al día, entonces se acercan hinchas de Independiente a sacarse fotos, y es raro porque es como un momento íntimo que tenemos con mi hijo varón y hay como una irrupción en ese anonimato feliz del estadio. Pero bueno, es parte de...”.
¿Obligó a su hijo a que fuera hincha de Independiente?
“Sí, absolutamente. Los obligué, a mi hija también, solo que a ella no la obligo a ir a la cancha (otra vez se ríe, en su seriedad). No es que los obligué. Cuando uno es padre, qué es transmitir valores, amar ciertos principios y legarlos, y si yo traté de que fueran honestos, leales y trabajadores, porque considero que es algo valioso, para mí mi club es algo valioso, entonces fue natural ponerles la camiseta, enseñarles los cantitos de la cancha y llevarlos. A mi hijo le salió más fácil esto de jugar, ir al estadio y sostenerlo, y a parte es algo muy lindo compartir eso, porque es una complicidad irreductible. Aunque a medida que tu hijo crece y vos envejecés, ambos cambiamos. Tener esa complicidad es algo muy bueno, porque es un lugar en el que confluís siempre. Más allá de las diferencias y las discusiones y las oposiciones, ahí hay algo que persiste”.
Hay otro tema que está en su escritura, su papá. ¿Hay fantasmas que persiguen siempre?
“Creo que hay fantasmas que te persiguen siempre. Escribir es un modo más sano de dialogar con ellos, de hecho te diría que probablemente vincularme con el recuerdo de mi padre fue de los primeros motores para escribir, pero cuando avanzás te das cuenta de que hay otro montón de muertes en nuestras vidas y el arte te sirve para dialogar con ellas. Algunas son evidentes, como de gente que hemos amado y hemos perdido, pero también cosas a las que renunciamos, o a medida que envejecemos o cambios que hacemos y nos equivocamos, son igual pequeñas formas de morir. El arte y la literatura son una forma de dialogar con eso y entablar un vínculo de otro modo.”.
¿Por qué les recuerda la tarea a sus alumnos por Twitter?
“Suponte que yo le quiero decir a mucha gente que me gustó tal libro y les cuento por si alguno quiere leerlo. Ahora, de qué modo puedo conectarme con mis alumnos sin ser invasivo o armar un grupo de Whatsapp –porque mis alumnos tienen su privacidad–. Al mismo tiempo yo los veo los lunes y el viernes o el sábado a mí me viene bien que recuerden que tienen tal cosa. Yo lo pongo en Twitter: si vos sos una de las miles de personas que no son mis alumnos, no es para vos ese mensaje, pero si sos de quinto y tenés prueba el lunes conmigo, ponete a estudiar, loco. No sé, me parece que está bueno servirse de las redes para lo que uno las necesita y me he dado cuenta de que mis alumnos me siguen en Twitter, entonces...”