Las preocupaciones literarias de Pablo Montoya pasan de las cosas del presente más atroz a los asuntos del pasado, cuando el epicentro de Occidente estaba en el trono imperial de Roma. Las novelas Los derrotados y La sombra de Orión pertenecen a la primera categoría.
Por otro lado, los libros Lejos de Roma y Marco Aurelio y los límites del imperio, de reciente aparición en librerías, son los frutos de la segunda. Ambas líneas revelan la variedad de intereses intelectuales de Montoya, uno de los nombres relevantes de la actual novela colombiana. En ese sentido, Pablo es un heredero de Alejo Carpentier.
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Radicado en Madrid, España, Montoya se alejó de los reflectores mediáticos tras protagonizar debates por sus posturas críticas frente al legado del poeta Jaime Jaramillo Escobar y al movimiento Aguanta Ucrania, fundado por Héctor Abad Faciolince y Sergio Jaramillo. En ese tiempo culminó la novela centrada en la fascinante personalidad del emperador romano que vivió y murió según los preceptos de la filosofía estoica, y avanzó en la confección de un relato de largo aliento de alguna manera protagonizado por las pinturas del Bosco, el artista de los Países Bajos que pasó a la historia gracias a los personajes de El jardín de las delicias.
Su anterior novela está muy centrada en acontecimientos relativamente recientes mientras este nuevo libro se ocupa del pasado remoto. Hablemos de esa doble faceta del escritor que opina sobre el presente y al tiempo se ocupa de historias de la antigüedad...
“Con La sombra de Orión consideré que ya había culminado un ciclo narrativo centrado en los asuntos de la violencia de Medellín. Creo que todas las pesquisas que había hecho en torno a la violencia, en particular la de Medellín, desembocan en La sombra de Orión. Entonces sentí que ahí, repito, se acababa al menos un ciclo de mi narrativa. También pensé que había cosas por decir sobre asuntos extraterritoriales, que no están relacionados directamente con Colombia y América Latina. Siempre trato de poner en diálogo con el presente estos asuntos del pasado. Así tomé el rumbo de los temas de la antigua Roma. A esas conexiones ayudó el impacto tan fuerte que tuvo la pandemia en casi todos nosotros: me lancé a indagar en la manera en que Marco Aurelio, durante su mandato, enfrentó esa primera gran peste que hubo en Occidente. El fue quizás el primer emperador al que le tocó una crisis de esta magnitud”.
¿En qué registro se siente más cómodo: en las ficciones sobre la actualidad de Colombia o en las relacionadas con el pasado distante?
“Son dos registros que se diferencian. Yo creo que una de las principales diferencias está en que estas novelas dedicadas a la antigüedad favorecen más la escritura poética. Mi novela Lejos de Roma, y esta sobre Marco Aurelio, están sumergidas en esa tonalidad poética. Por el contrario, las novelas dedicadas a Colombia surgieron de una preocupación más sociológica, más realista. Incluso, mis novelas sobre Colombia son más coloquiales mientras que las novelas dedicadas a Roma o al Renacimiento tienen un toque más estilístico. Igual creo que las dinámicas de escritura en casi todas estas novelas surgen de una investigación, de un acercarse al pasado a través de la lectura de los archivos, de un trabajo de preparación que por momentos resulta muy arduo porque intenta ser muy abarcador”.
Hablemos de las reacciones del público frente a sus novelas...
“Mis novelas colombianas son más polémicas. Resultan, a veces, inclusive, más molestas. Eso no pasó con Los derrotados, que es una poco leída en Colombia, pero sí sucedió con La sombra de Orión. Ahí se tocaron unos temas muy complicados, que tienen que ver con la violencia en Medellín. En la recepción de ese libro hubo mucha discusión. Las novelas históricas favorecen otro tipo de recepción. Mis novelas que se ocupan de Roma, que tienen temas más “universales”, no suscitan esas grandes discusiones”.
Ahora pasemos a Marco Aurelio. La gente está leyendo mucho a los estoicos...
“Sí, esas formas de leer el estoicismo tienen diferentes motivaciones. Son lecturas que están atravesadas por el momento histórico que vivimos. Vivimos una época en la que hay un gran desengaño, se han desbaratado un montó de utopías. Ahora vivimos en la incertidumbre ocasionada por las guerras, la crisis climática, los flujos migratorios. Entonces surge la necesidad de apoyarse en los principios estoicos para poder rendir más en el andamiaje socio-económico de las sociedades capitalistas. En consecuencia, hay una recepción del estoicismo vinculada con la autoayuda. La gente está buscando en Marco Aurelio, en Epicteto, en Séneca, que son los grandes estoicos de la Roma imperial, una especie de soporte para ayudarse en la cotidianidad. Ahora, el estoicismo sí plantea, de algún modo, ese tipo de ayuda.
También es cierto que el estoicismo es muy duro en las formas en que entiende los ciclos vitales, los ciclos cósmicos. Tiene una visión desengañada de la humanidad. A mí lo que me interesó inicialmente de Marco Aurelio fue su naturaleza de gobernante con un matiz formativo profundamente filosófico. Pero resulta que el mandato de Marco Aurelio se caracterizó por ser un mandato en crisis completa. Él tuvo que enfrentarse a una crisis, continuar desde que tomó el poder hasta que murió. Su política administrativa ha sido elogiada por muchos historiadores. No obstante, su mandato fue un barco que naufragó. Quise mostrar en la novela la realidad de un emperador con las mejores intenciones para gobernar que se encontró con un imperio difícil de gobernar. La novela mía aborda, justamente, esas grandes crisis por las que tiene que atravesar Marco Aurelio. Él se enfrentó a la gran peste, a las invasiones bárbaras, al crecimiento desbordado del cristianismo”.
La novela comienza con la llegada a Roma de las huestes imperiales, que traen la peste luego de vencer a los bárbaros. La peste es el resultado del imperialismo...
“La gran crisis de Roma, justamente, está en su grandeza, está en su deseo de expansión. Roma fue un imperio que creció de una forma desmesurada. Además, fue un imperio fundamentado en la fuerza militar, La peste es un producto de esas jornadas imperialistas. Eso también lo vivimos cuando estuvimos confinados por la Covid-19. En esos días leí algunos intérpretes de la pandemia nuestra que se preguntaban por qué invadimos los territorios de la naturaleza, por qué queremos dominarlo todo. Justamente esa ambición de dominarlo todo es lo que, desde el paleolítico, produce las pandemias, las grandes enfermedades. Los siglos II y XXI están enlazados por las crisis climáticas, por la emergencia devastadora de la pandemia, por las guerras con motivos expansionistas. A mí me parece que hay muchos puentes entre ese periodo y el nuestro. Y eso fue lo que me permitió darle la voz a emperador”.
Si hablamos de puentes también tenemos que hablar de Memorias de Adriano, la novela de Marguerite Yourcenar...
“Para escribir esta novela leí muchas novelas sobre emperadores. Inclusive las novelas que hoy son bestseller. Y creo que la novela mía, muy voluntariamente, intenta dialogar con Memorias de Adriano. Recordemos que Memorias de Adriano es una carta en primera persona que Adriano le dirige a Marco Aurelio. Sin embargo, Marco Aurelio es un personaje ausente de ese libro. Incluso, en Con los ojos abiertos, Yourcernar dijo que Marco Aurelio le pareció un emperador de por envergadura existencia. En cambio, a mí Marco Aurelio me pareció muchísimo más interesante. Salvo esta discrepancia, sí es cierto que mi novela dialoga con Memorias de Adriano. Y lo hace en el sentido de la poeticidad, de la preocupación por el lenguaje literario. También lo hace con La muerte de Virgilio, de Hermann Broch.
Hay un aluvión de novelas sobre emperadores, sobre guerreros, sobre de Roma antigua. Casi todos esos libros son novelas didácticas, novelas espectaculares que buscan la serie de Netflix o la película de Hollywood. La mía busca como otro horizonte. La mía está fundada sobre todo en un manejo del lenguaje. Por supuesto, tienen información histórica, pero está atravesada por la ficcionalización literaria del pasado. En ese sentido también dialoga con Yo, Claudio, de Robert Graves”.