En los últimos quince años el mercado editorial ha registrado un fenómeno en apariencia peculiar: las buenas ventas de libros escritos por filósofos sobre una amplia gama de temas. Parece peculiar el asunto porque la filosofía —con justicia y sin ella— carga sobre sí la imagen de ser una disciplina de enorme complejidad, que hace gala de una completa artillería de tecnicismos. Sin embargo, esto desaparece con la lectura de los Diálogos de Platón, de las cartas de Séneca o, para volver al presente, de los ensayos de Fernando Savater, Byung-Chul Han, Michel Onfray. Se trata de textos que encararan los asuntos humanos con el rigor del pensamiento educado y con un lenguaje literario.
En esta línea divulgativa y no académica se inscribe el trabajo del escritor colombiano Roberto Palacio. Él, por ejemplo, ha escrito respecto a la vida erótica de los filósofos —para explorar las diferentes relaciones que se han dado entre el cuerpo y la mente— y, en su último libro, de la ansiedad que se vive en la sociedad moderna por recibir el reconocimiento de la tribu, por alcanzar la satisfacción de obtener mil likes por una foto de Instagram o por un comentario de Twitter.
Comencemos hablando de la llegada de ustedes los filósofos a una discusión más abierta que se sale del ámbito estrictamente académico...
“La filosofía académica en las universidades se ha vuelto tan absolutamente especializada que no le dice nada a nadie. Aborda en la mayoría de las veces problemas relativamente técnicos. O, cuando no son técnicos, las personas, para avanzar en este campo, se híperespecializan o asumen las tesis más locas y sin sentido. Fuera de la academia, a la gente no le interesa la filosofía académica. En mi opinión esta filosofía se asemeja a una escuela de chefs que al parecer solo puede cocinar para otros chefs. La filosofía, afortunadamente, se ha salido de la academia, ha regresado a ser lo que yo creo que siempre ha sido: un género literario más.
Ahora, el fenómeno de la filosofía como un género literario que le interesa leer a la gente no es nuevo. Desde Alain de Botton o de Lou Marinoff, con su libro Más Platón menos Prozac, tenemos una aproximación a la filosofía como algo que puede mejorar tu vida o ponerte a reflexionar sobre tu vida sin muchos tecnicismos y muchas complicaciones, pero que sí te sumerge en una experiencia profunda que no le aporta la autoayuda. Vivimos en un tiempo en el que a la gente le gusta reflexionar, le gusta pensar. A los jóvenes de hoy se les conoce en inglés como overthinkers, los pensadores en exceso. La idea de este libro mío es llevarles munición a estos sobre pensadores de todas las edades”.
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Su libro señala la necesidad de rescatar la pregunta ¿por qué hacemos lo que hacemos?
“Creo que hemos perdido la pista de muchas cosas, de por qué hacemos muchas de las cosas que hacemos. En la educación, por ejemplo, hemos perdido la noción del porqué enseñamos lo que enseñamos. Ya no tenemos muy claro y no recordamos por qué la matemática, por decir algo, es tan importante, por qué nos parece de las materias importantes del colegio.
Como sociedad hemos sacado muchas cosas de la cultura y no las hemos reemplazado con nada.
Un ejemplo claro es que la reflexión sobre nuestras propias actividades nos parece una excentricidad, nos parece una tontería innecesaria. Hemos perdido la pista de por qué estamos haciendo muchas de las cosas que hacemos. La nuestra es una cultura en la cual existen prácticas, existen formas de ser, existen tendencias, pero ya no hay un impulso muy grande por reflexionar sobre esas prácticas, sobre esas tendencias. En muchos campos somos simplemente una especie de autómatas o zombies ciegos que hacen ciegamente una actividad. El otro día fui al médico y este se sentó y tecleó. Ni siquiera me miró”.