Orwelliano es un estado totalitario, represivo, que manipula la información. Este término está montado sobre el apellido de George Orwell, autor de la novela 1984, en la describe un mundo así. Ese es el que están percibiendo los estadounidenses que se les está viniendo encima con la llegada de Donald Trump al poder. Por eso, la novela del autor inglés, publicada a mediados del siglo veinte, disparó sus ventas en Norteamérica —y en el resto del planeta— por estos días.
El día de la posesión del nuevo presidente, la portavoz de la Casa Blanca, Sean Sicer, afirmó que la posesión de Trump había sido la más concurrida de la historia de los Estados Unidos, a pesar de que la gente vio por televisión, gracias a tomas aéreas, que asistió mucha menos gente que a otras, en especial a la del antecesor Barak Obama.
Un periodista preguntó a la consejera de Comunicación, Kellyanne Conway, por qué decían tal mentira y ella explicó que no lo era. Se refirió a tal falacia como “hechos alternativos”, lo cual es uno de los términos acuñados por George Orwell en su novela, como parte de la neolengua que distorsiona la verdad. La manipula.
“La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza”.
Son ideas que se repiten en esta obra, en la que aparecen también las ideas del Gran Hermano (“El Gran Hermano te vigila”, letrero que aparecía al paso de los individuos en la novela de Orwell), fundan el concepto de la hipervigilancia, la cual se efectuaba, entre otras formas, por medio de las telepantallas, pantallas negras que hay quienes relacionan con las pantallas de los computadores y los teléfonos móviles que, al tiempo que comunican, sirven para vigilar a los usuarios. Los individuos están indefensos ante el sistema.
“Sí tiene sentido esta relación entre lo que sucede en Estados Unidos y 1984 —comenta el analista político Jorge Giraldo Ramírez—. Pero no porque Orwell hubiera hecho una literatura de anticipación, sino que describía lo que sucedía en sus tiempos, como lo señala Umberto Eco en el prólogo de una edición de esta novela”.
Sus tiempos: el totalitarismo nazi promovido por Hitler; el soviético, por Stalin; el italiano, por Mussolini.
Asegura que la neolengua de Trump es producto del lenguaje políticamente correcto que impera en nuestros días. Ese que está colmado de eufemismos que impiden llamar las cosas por su nombre e instalado en una sociedad donde no importa la calidad de las cosas sino los seguidores que tienen. “En campaña, cierto periodista le preguntó a Trump si no le importaba la mala imagen que tenía. Respondió: “Ese no es el problema. El problema es el ratting (sintonía). Yo tengo ratting”. Es igual a los pelados de hoy: lo que les importa no son los comentarios que hacen de un video que suben a la red, sino la cantidad de personas que lo visitan. Trump tiene esa misma lógica. Así, un hombre común está feliz de que en el poder haya alguien como él”.