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“La sociedad es menos radical que lo que muestran las redes sociales”: Mauricio García Villegas

El ensayista hace una defensa de la moderación y de la mesura en los asuntos políticos. También alerta sobre el peligro de darle mucha cabida a la emoción en la política.

  • Mauricio García Villegas es docente universitario y columnista de prensa. Su más reciente libro es El viejo malestar del Nuevo Mundo. Fotos: Cortesía.
    Mauricio García Villegas es docente universitario y columnista de prensa. Su más reciente libro es El viejo malestar del Nuevo Mundo. Fotos: Cortesía.
14 de junio de 2023
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La filosofía brinda herramientas para comprender la vida individual y las relaciones sociales. El ensayista y docente universitario Mauricio García Villegas tomó uno de los conceptos del filósofo Baruch Spinoza para entender por qué las sociedades en América Latina tienen el destino que han padecido.

La idea de las emociones tristes la ha aplicado en el análisis de los fenómenos colombianos y de las complejas urdimbres de un continente que todavía no responde satisfactoriamente a las preguntas por su pasado y por el futuro. El libro El viejo malestar del Nuevo Mundo se presenta este jueves, 15 de junio, a las seis de la tarde, en el Mamm.

Usted ha desarrollado una idea que toma del filósofo Spinoza y que le sirve para la comprensión de las sociedades. Comencemos por hablar de esa tesis...

“Baruch Spinoza, que era un filósofo holandés del siglo XVII y fue uno de los precursores de la modernidad, decía que él siempre intentaba prevenirse contra las emociones tristes, y por emociones tristes entendía la tristeza, el odio, la venganza, el resentimiento, el miedo. Él decía que esas emociones apocaban o disminuían a las personas y que era bueno prevenirse contra ellas. Yo creo que ese concepto es aplicable a las colectividades. Todos los países tienen emociones tristes, es decir, tienen sentimientos de venganza, de miedo, de resentimiento, etc. Lo que pasa es que en algunos países esas emociones tienen más peso que en otros”.

¿Y fue muy difícil abordar este asunto en particular? Al menos para el caso colombiano...

“Podría perfectamente haber escrito un libro sobre las emociones tristes que hay en Francia o incluso más fácilmente en los Estados Unidos, pero hice El país de las emociones tristes, un libro sobre las emociones tristes en Colombia. Ahora, este segundo libro, que se llama El viejo malestar del Nuevo Mundo, es sobre las emociones tristes en América Latina. Allí sostengo que el peso que esas emociones tienen explica o ayuda a comprender algunos de nuestros pesares y de nuestros fracasos. Esa es la idea”.

En 2021 publicó El país de las emociones tristes, un libro en el que reflexiona sobre la realidad colombiana...

“Ese es un libro que empieza con los avances recientes de las últimas décadas de la ciencia cognitiva, que comenzaron hace unos 45 años con un científico que se llamaba Edward Wilson. A partir de él y de todo un movimiento que se llama el neodarwinismo, es decir, la comprensión de nuestro cerebro a partir de la evolución, hago un recuento de la mayor parte de esos descubrimientos y de cómo la mente humana está muy predispuesta, sobre todo, para los sentimientos, los afectos, las emociones y la imaginación”.

¿Eso indica que somos muy emocionales y pocos racionales?

“Siempre se nos han enseñado que los seres humanos somos animales racionales, pero más que eso somos animales emocionales, animales que imaginamos, que nos inventamos mundos y, sobre todo, animales tribales que dependemos mucho de nuestro grupo, de cualquier grupo que se sea: el equipo de fútbol, los amigos del barrio, los compañeros de la oficina, los miembros de una iglesia, un pueblo, un partido político o una nación. Los seres humanos dependemos mucho de las emociones asociadas con esos tribalismos, con esos grupos. Y entonces en El libro de las emociones tristes intento mirar la historia colombiana desde el punto de vista emocional y, particularmente, de esas emociones tristes y la importancia que han tenido en nuestra historia”.

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Y amplía el espectro de esa reflexión en El viejo malestar del Nuevo Mundo...

“Así como las personas tienen emociones tristes, y algunas sienten más esas emociones tristes, también se puede hablar del peso o de la importancia que tienen esas emociones en las colectividades y particularmente en los países. Los sociólogos suelen referirse a eso como identidades colectivas, que es un término que ha suscitado mucha polémica. Yo prefiero hablar de arreglos emocionales, en los que esas emociones tienen una particular importancia. Lo que hago en este en este último libro es mirar la historia de América Latina desde la colonia.

Es un libro sobre Iberoamérica, porque tiene mucho de España también. Una de las tesis es que nos hemos olvidado de España y creo que no podemos entender nuestra historia, nuestro presente y las posibilidades que tenemos en el futuro sin entender a España”.

¿Y qué nos queda de los españoles?

“Nos metimos la mentira de que con la salida de los españoles ya nos habíamos liberado de España y que España ya no importaba y que podíamos mirar a otras partes que considerábamos más desarrolladas, más ilustradas, como Francia o los Estados Unidos a principios del siglo XIX.

Pues bien, eso es una mentira y creo que es fundamental entender a España, lo que era España, la España barroca que vino a América. Otra de las hipótesis del libro es que nosotros somos más españoles del barroco que los españoles actuales. Y entonces, a partir de esa historia, de la Conquista y de la Colonia y, luego, del siglo XIX, en el que se consolidó la Independencia, trato de mirar cuáles son las emociones predominantes, más importantes. Y a partir de ahí hago el análisis del momento actual en América Latina”.

¿Cuáles son esos rasgos de las emociones tristes que más imperan aquí?

“El libro tiene tres capítulos centrales sobre emociones tristes. El primer capítulo está destinado al miedo. El miedo empieza con la Conquista. La Conquista produjo pavor en las comunidades aborígenes y continúa después con el catolicismo, con el miedo al infierno, que no son miedos exclusivos de América Latina. Eso también existía en el medioevo, en Europa, y siguió existiendo durante el Renacimiento y la modernidad. Pero esos miedos eran muy persistentes y muy fuertes en América Latina.

Y después eso se extendió cuando llegaron los caudillos en el siglo XIX con las guerras civiles. El miedo es una emoción conectora. Entonces el miedo llama a la venganza, al resentimiento, a los odios. Hay un segundo capítulo sobre la desconfianza, que es otra emoción muy persistente en América Latina. Los niveles de confianza son muy bajitos en Colombia y en América Latina en general. Es sobre la desconfianza y otras emociones asociadas con ella. Y hay un tercer capítulo al que le presto particular importancia y en el que me detengo más que en los anteriores, que es sobre el delirio, una emoción muy importante, barroca, quijotesca, que está muy relacionada con una característica del barroco que era esa idea de que no había una frontera muy clara entre la realidad y la ficción. Y el Quijote es una muestra palpable de eso. No sabe si vive una realidad, si vive un sueño.

¿Y cómo incide este legado en nosotros?

“Esa frontera entre la realidad y la ficción es muy difusa. Y eso ha sido muy importante en América Latina para la ficción y para la literatura, que es nuestro producto de exportación más notable. Pero para la política ha sido nefasto, porque ha llevado a la utopía, a la desmesura, a los proyectos maximalistas, tanto por el lado de la izquierda como el de la derecha, tanto en los conservadores como en los liberales del siglo XIX. Y eso ha producido grandes pesares en América Latina. A partir de ese capítulo y en los capítulos finales el libro es un llamado a la moderación, a la mesura, a pensar menos como quijotes y más como Sancho Panza. Es decir, a pensarnos de manera más pragmática, más con los pies en la tierra”.

Ya es un lugar común señalar que las redes sociales han potenciado la emocionalidad de los electores y que los políticos han sabido aprovechar ese fenómeno...

“Sí, en los últimos capítulos del libro abordo el mundo contemporáneo y particularmente el mundo de las redes sociales, que es un mundo muy emocional. Estamos reemplazando una democracia, digamos, dialógica, basada en argumentos y en la confrontación de ideas, por una discusión pública inmediatista, fugaz, totalmente ligada al momento presente, y sin mucha reflexión, muy emocional. Una cosa que está causando mucho temor en las redes sociales es que la representación que tienen los radicales es mucho mayor que la representación que esos radicales tienen en la realidad misma. Es decir, en las redes están sobre representados. Por ejemplo, en los Estados Unidos, que es el país donde más se ha hecho investigación sobre esto, el porcentaje de radicales en las redes sociales llega a ser el 60%, mientras que en la realidad esos radicales no pasan del 15, 16%.

La sociedad es mucho más moderada, más ponderada que lo que dicen las redes sociales. En las redes sociales aparece una sociedad muy radicalizada y el gran peligro que existe es que las elecciones estén obedeciendo a ellas y no a la realidad, que es mucho más ponderada. Ese es el gran temor que tenemos, que la gente esté votando por la manera como ve la sociedad en las redes y no por la manera como realmente se siente”.

Y esto me lleva preguntarle por el hecho de que el presidente Gustavo Petro convierta Twitter en una agencia de noticias, en una agencia donde desvirtúa informes críticos de la prensa o donde afirma otras narrativas...

“Cuando ve que tiene dificultades en sus tareas administrativas y en el ajetreo cotidiano de la política y de su relación con el Congreso, el presidente Petro acude a las calles para alentar a sus seguidores. Lo cual es delicado, por no decir peligroso, porque es una manera de soslayar el debate racional, el debate de ideas, sobre todo en el Congreso, y llevar el debate a la calle. A eso responden sus opositores haciendo lo mismo, organizando marchas en la calle para oponerse al gobierno, lo cual nos pone en el riesgo complicado de que la democracia se convierta en una pelea de calle, o en manifestaciones callejeras, cada una más emocional que la otra.

La democracia necesita reposo, reflexión y argumentación de lado y lado, y necesita procedimientos establecidos, leyes, para tomar decisiones cuando hay desacuerdos. Zanjar esos desacuerdos acudiendo a las emociones populares es algo delicado. Y ese es un rasgo que no solamente lo vemos en el presidente Petro, sino que es un rasgo muy característico en América Latina, un rasgo populista”.

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