Eduardo Sacheri hace parte de esa categoría de novelistas —envidiada por muchos— que han escrito libros llevados con éxito a la pantalla grande. Ese hecho los convierte en figuras visibles más allá de los círculos de los lectores tradicionales.
En su caso han sido dos las novelas suyas que al ser adaptadas al cine han despertado la curiosidad de los públicos. La primera fue La pregunta de sus ojos, que en cine se llamó El secreto de sus ojos y recibió el premio Óscar a la mejor película en lengua no inglesa. La segunda fue La noche de la Usina y se estrenó en cines con el título de La odisea de los giles.
Ahora Sacheri promociona Nosotros dos en la tormenta, su más reciente libro. Esta vez el relato reconstruye las luchas insurgentes en la Argentina.
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¿Nosotros dos en la tormenta es su novela más política?
“Es una novela con un contenido político más directo y más polémico también. Con miradas antagónicas aunque no se expresen directamente, uno puede detectar por dónde andan las simpatías o las preferencias de los interlocutores, lo que parece ser una experiencia agradable o interesante.
Tanto fuera de Argentina, como dentro del país me importaba mucho que no tuviera una recepción facciosa, que estos la recibieran bien y aquellos mal, sino que fuera recibida independientemente de la postura de cada quien”.
¿Es difícil lograr ese balance?
“Suelo pensar como lector al escribir. En una novela me gusta que me estimule a pensar, y no me gusta, como decimos en Argentina, ‘bajando línea’, que sienta que me indica el camino de la luz, porque hay mucha ficción construida así, y a mí no me gusta como lector; no me gusta ejercer como escritor lo que padezco como lector.
La novela está construida con numerosos puntos de vista, poderosos puntos de vista que son como 12 en total, para que el lector se acomode donde le plazca y antagonice con quien quiera”.
Una historia muy argentina con bastantes similitudes a la historia de otros países de América Latina...
“Más allá de las diferencias históricas de cada país, la cuestión de la violencia política nos ha atravesado en buena parte de América Latina, con experiencias urbanas en el caso de Argentina; rurales en el caso de México, de larguísima duración en caso de Colombia. Es un tema de nuestra agenda histórica y política”.
¿Cómo surge la historia de los dos protagonistas que pertenecen a células guerrilleras distintas?
“Me interesa esa dimensión personal. Cuando uno intenta narrar personajes con un costado muy visible, como en este caso, donde son guerrilleros, el riesgo es que pienses que son solo guerrilleros, como máquinas, mientras que en realidad todo somos muchas cosas al mismo tiempo, en especial en gente tan joven. Eran militantes armados, pero también eran estudiantes, hermanos y vecinos, amigos. Me parece que es importante recuperar esa complejidad.
El caso argentino, al ser una guerrilla muy urbana, porque Argentina es un país urbano, siempre estuvo muy vinculada a su lugar de origen, allí actuaban, por lo que la clandestinidad no implicaba un corte absoluto con sus lazos de origen. Eran jóvenes que tenían claro su programa político y los sacrificios que debían hacer, y fueron muy consecuentes con esos requisitos, pero también imagino que generó un montón de tensiones íntimas, por lo que me gustó profundizar en esto, con protagonistas comprometidos con la causa revolucionaria, pero tenían a sus padres ancianos y eran hijos únicos, por lo que no podían desaparecer”.
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¿Cómo fue la labor de investigación para esta novela?
“La investigación fue clave, sobre todo para tomar distancia sobre esa experiencia. Siempre hay un riesgo cuando uno intenta darle un telón histórico a lo que escribe, y es el riesgo del estereotipo, lo cual es grande, y el estudiar es un remedio interesante frente a ese riesgo. En Argentina hay mucho estudio académico sobre las organizaciones, su ideología, su funcionamiento, su estructura, sus acciones armadas, su conflictivo vínculo con la sociedad en general.
Además, tuve algunas entrevistas con exguerrilleros, con víctimas de sus acciones, como para darle la dimensión del ‘a mí me pasó’, que es interesante porque le da más profundidad y lo aleja de ese sentido común que es muy útil, pero muy engañoso también”.
