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“El misterio que es una obsesión“: Juan José Ferro, escritor

Economía experimental, su última novela, fue ganadora del Premio Nacional de Novela Inédita del Ministerio de Cultura en 2022.

  • Juan José Ferro ha publicado cuatro libros, el más reciente es Economía Experimental. Foto cortesía Carlos Ospina Marulanda
    Juan José Ferro ha publicado cuatro libros, el más reciente es Economía Experimental. Foto cortesía Carlos Ospina Marulanda
07 de abril de 2024
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Por: Jorge Francisco Mestre*

Sentado en un bar, Juan José Ferro Hoyos mira un partido de fútbol colombiano con la atención de quien ha aprendido a amar el deporte desde la cancha. Luce su vestuario predilecto: camisa de cuello tipo sport de base blanca con diseños de colores vibrantes, un pantalón mostaza –que podría ser vinotinto, beige, incluso verde menta–, mocasines y medias quizá estampadas, refulgentes. Bien podría ser el escritor más conservadoramente vestido de su generación y al mismo tiempo, el más arriesgado.

Comenzamos a hablar de Economía experimental, su última novela, ganadora del Premio Nacional de Novela Inédita del Ministerio de Cultura en 2022, publicada por la editorial antioqueña Angosta el año pasado y lanzada durante la Fiesta del Libro de Medellín del 2023. Diez años después de que se le ocurriera la idea inicial y cuatro de redacción continuos, Juan José Ferro no sabe si el Economista, su protagonista, le cae bien o no, si le parece un buen o un mal tipo, si siente empatía por su personaje. Eso le gusta a él, un novelista a mitad de los treinta que habla profiriendo aforismos, lee buscando cimas y no promedios, y preferiría no trabajar, si bien no ha dejado de estudiar en toda su vida.

Su novela más reciente es una narración de trescientas páginas salpicada de humor que sigue de cerca la vida de un académico universitario durante algunos meses de crisis personal que él se esfuerza en esquivar, calcular, comprender, aunque algo siempre se le escape; algo que jamás le sucedería con la ciencia que enseña. Ferro ya traía encima las novelas El Efecto Bilbao y Saber y ganar, y un cuento en la segunda edición de la antología Puñalada trapera, La siesta de los obreros.

En cada uno de sus libros, Ferro es reconocible no tanto por sus historias, como por sus narradores: locuaces, meticulosos, cautivados por el momento posterior a los eventos que juzgaríamos centrales, brillantes comentaristas. Ángulo literario que resuena con una idea que Ferro propuso en el lanzamiento de Economía experimental en Bogotá el año pasado: “Vistos de cerca, todos somos interesantes, pero también bastante ridículos”.

Está haciendo un doctorado en economía, lleva tres maestrías: una en arquitectura, otra en escritura creativa y una más en economía, después de un doble programa en derecho y ciencia política. ¿Qué encuentra en la academia que no la abandona?

“Todo eso es una excusa para el ocio, porque a mí lo que no me gusta es ponerme a trabajar”.

Bueno y por eso encasillarlo a usted en un oficio se vuelve difícil...

“Hay algo diletante en eso, pero además yo sé que así no me juego el ego en ningún lugar: soy un economista y también un escritor. No he sido capaz de dedicarme a una sola cosa.

Economía experimental es justamente la admiración de la gente que sí se dedica a una misma cosa. No del profesor mediocre que dicta una clase y ni la prepara, sino del que la edita, la revisa y actualiza la bibliografía... Yo que soy un diletante, admiro al que no lo es”.

¿Por qué?

“Por el misterio que es una obsesión. Que alguien se pase 50 años resolviendo las mismas preguntas, me parece fascinante, hermoso”.

Usted ha dicho que le interesaba explorar la idea del libro de divulgación desde la novela. ¿Qué quería lograr?

“A mí me gusta mucho la literatura de divulgación, pero no me interesaba todo de ella. Sí, ciertos libros de grandes investigadores que intentan ser amorales en alguna dimensión. Ese carácter de la ciencia me parece chévere, interesante. Y algunos de esos libros dicen cosas pesadas. Uno que me gusta mucho es la biografía de los [economistas Rose y Milton] Friedman, en el que son como: “de malas si la gente es egoísta”. Milton Friedman diría sobre esa amoralidad –súper mal parafraseado, claro– que la tarea del libro de difusión científica es decir: mire, usted puede pensar lo que quiera sobre el mundo, pero el mundo es así. Sin lástima. Y creo que eso lo comparte con la buena literatura”.

Leyéndolo uno puede pensar que para usted no es el relato lo que hace a la novela: ni la tensión narrativa ni lo que se cuenta busca ser particularmente llamativo. ¿Qué le interesa a usted que haga una novela?

“Hay una idea que me gusta de Javier Marías. Él hablaba de la literatura como una forma no de conocimiento, sino de reconocimiento. La tarea de la novela es mostrarle a uno que la experiencia vital es más compleja de lo que uno creía, de lo que uno quería. Yo no creo que si uno lee novelas se vuelva más empático. Eso me parece una idea problemática, incluso torpe. Yo quiero que después de leer una novela el mundo tenga más colores, me gusten o no”.

Economía experimental contrasta una ciencia que quiere comprender la realidad social con un personaje que parece incapaz de comprender lo que pasa dentro de su casa.

“Yo quería explorar los límites de la mirada desencantada del mundo, llevando al límite esa híper racionalidad del mundo y para ver cómo se comporta, en qué punto estalla. Creo que por eso hay una clave de lectura muy importante que se puede ver, por ejemplo, en Apegos feroces de Vivian Gornick: la tensión entre vida doméstica y oficio. Ahí hay algo por explorar: cuáles son los límites al traer a la casa la mirada del trabajo, si acaso se puede tener una misma mirada para ambas cosas, o no funciona y hay que escoger”.

¿Y cuál siente que fue el principal reto de ese trabajo?

“Me demoré cuatro años logrando que el libro no pareciera una clase de economía. Cuando yo miro los primeros manuscritos, ahí le estaba dando clase a la gente y eso es un irrespeto con el lector de literatura”

.

¿Por qué escogió la economía como lenguaje y espacio de trabajo para una novela?

“La economía es una ciencia particularmente útil para este libro porque se pretende racional. Tiene esa prepotencia que le es característica al pensar que, a diferencia de ella, todas las demás ciencias sociales son una pendejada. Los economistas llevan 20 años diciéndole por turnos primero a los psicólogos, luego a los politólogos y después a los antropólogos: nosotros vamos a hacer lo que ustedes hacen, pero bien, con números. Y a mí esa arrogancia me parecía encantadora para escribir desde la mirada de un personaje desprovisto de empatía, que era la premisa”.

La novela tiene mucho humor. Creo que allí se nota mucho el disfrute en la escritura.

“Si usted me lo pregunta, yo no creo que mi novela sea una novela humorística. Pero me sorprendió, por ejemplo, que en el acta del jurado [del Premio de Novela Inédita] decía que celebraban el humor. Y es algo que me han señalado varias veces. Lo que he venido a entender es que hay partes que a mí no me dan risa, sino ternura de lo obsesivo que es el protagonista, que le dan risa a muchos lectores. Se vuelve absurdo de lo serio. Bueno y cada uno se ríe de lo que quiere, pero para mí sí era clave que no hubiera humor simplón. Le tengo mucha resistencia a la sátira y me cuidé mucho de caer en darle palos al personaje”

.Usted ama el deporte, jugó squash competitivo un buen tramo de su vida, e incluso pone a su protagonista en la novela a jugar un partido de tenis. ¿Qué ve en la competencia que lo atrae tanto?

“En una entrevista Rafael Nadal dijo una frase que me quedó muy marcada: a mí me gusta más competir que el tenis. Ahí está muy bien resumida la personalidad de Nadal, pero creo que es algo que compartimos muchos. Yo no me concibo sin la idea de la competencia, porque siento que competir nos hace verdaderamente humanos. En un partido uno quiere que su rival juegue lo mejor posible y quiere ganarle a su mejor rival. Es una habilidad esencial. Como saber ganar. La gente dice que perder es difícil. No, perder es fácil: sólo hay que aceptar la derrota. Lo difícil es saber ganar”.

Y del deporte en general, como deportista y espectador... ¿Qué lo cautiva?

“En su carta de despedida, otro genio del tenis, Roger Federer, dice una cosa muy chévere, algo como: jugué muchos partidos en mi vida, perdí algunos, gané otros, pero sobre todo me sentí profundamente vivo. La intensidad que se descubre en el deporte es lo que yo busco y he buscado ahí, eso es lo que me interesa a mí”.

Terminando el 2022, usted ganó dos concursos literarios, con dos novelas distintas. Uno con Economía experimental y otro con una que verá la luz pronto. ¿Qué cambió en estas dos novelas que les valió tan buena acogida entre distintos jurados?

“Cambió el proceso. O sea, cada vez procuro que sea más colectivo, ir tejiendo una red de personas de confianza que leen lo que escribo. Y lo otro es que cada vez leo menos literatura y eso me parece chévere también. Mientras escribía libros anteriores, leía mucho novela, novela, novela... Ahora me parece que hay que estar en más diálogo con otros lenguajes para traerlos a la literatura”.

Más allá de su doctorado, ¿ha pensado en dedicarle más tiempo a la escritura de nuevos proyectos?

“No. De las leves frustraciones del oficio y del mundillo literario he aprendido que hay mucha gente muy infeliz, porque sienten que le han dado a la literatura más de lo que los libros les han dado vuelta. Yo mismo he vivido algunos periodos de mi vida dedicado casi de lleno a escribir y no he sido particularmente feliz. Además, cuando tengo mucho tiempo para escribir, no escribo bien. Yo necesito sentir que estoy capando clase para escribir bien. Por eso yo no estudié literatura, porque yo no quería que me quitaran el placer de sentir que estaba capando clase”.

*Escritor, periodista e historiador. En 2022, publicó Música para aves artificiales, su primer poemario.

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