El próximo jueves, 13 de octubre, se estrena en el país la premiada película Los reyes del mundo (Concha de Oro del Festival de San Sebastián y premio a la mejor película en el Festival de Biarritz), de la cineasta Laura Mora (Medellín, 1981), quien con ese reconocimiento internacional se convierte en una de las directoras más promisorias de la región.
Ahora su nombre brilla, pero hasta no hace mucho tenía como usuario de su correo electrónico una descripción violentamente marginal: “zorrapunk”. Una muestra de su carácter bravío y beligerante, y también un recuerdo de su adolescencia rebelde y como cantante de La Zorra, una efímera banda de punk.
Sus amigos son su patria y desde la amistad construyó un vínculo para coronar a los reyes de su mundo: Andrés Castañeda, de 19 años (Rá); Cristian Mora, de 23 (Culebro); Davison Florez, de 19 (Sere); Brahian Acevedo, de 16 (Nano), y Cristian Campaña, de 16 (Winny), los protagonistas de la película.
Entre ellos existe un pacto de manada, que además cierra un vínculo con la ópera prima de la cineasta. El “arraquepower” es el aullido que les enseñó Winny, el cachorrito menor, como canto de batalla cuando iban a grabar. Esa fue la palabra que Natasha Jaramillo, la protagonista de Matar a Jesús, les tatuó a la directora y a sus actores. “Yo solo quiero que vivan felices”, dice cuando le pregunto qué cree que pasará con ellos cuando el anonimato los cobije de nuevo.
En sus veinte sucede el asesinato de su padre, del que ha hablado mucho, pero en ese momento le dice a su hermano Pablo: “Aquí no hay plan B, voy a ser cineasta”. ¿Cómo nace esa convicción?
“Me acuerdo que me presenté a Artes en la Universidad de Antioquia y a cine en la Nacional en Bogotá, y siempre me aplaudieron, pero cuando a mi papá lo mataron todo el mundo me dijo que no podía hacer cine, pues quedamos en una situación económica muy complicada. Se volvió una determinación férrea, guiada por la rabia. He tenido mucha rabia ante muchas cosas y por eso nunca he satanizado ese sentimiento, sino que he aprendido a sublimarlo, gracias a la terapia. Era como mi venganza contra todos los que dijeron que no lo iba a lograr. Alrededor de mi entorno familiar yo era una punkera, marihuanera, que no tenía un futuro cierto. También es mi homenaje a mi papá, porque estaba convencido de que yo sí podía”.
¿El premio en San Sebastián lo confirma?
“El cine ha sido mi única manera de existir, que también es muy problemática, no solo porque hacer cine es muy difícil, sino por la manera como invierto todo mi ser en los procesos de hacer una película, y es muy difícil para toda la gente a mi alrededor. El premio es un reconocimiento increíble y llega en un momento muy raro y difícil, pero al mismo tiempo no creo que sea el último fin”.
¿Por qué llega en un momento raro y difícil?
“Este año ha habido mucho dolor, pérdidas. Para mí la amistad es muy importante y he tenido pérdidas de amigos, que eran fundamentales”.
En Los reyes del mundo hay cinco amigos, Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, ¿cómo construyó esa historia alrededor de ellos?
“Cuando hice el casting de Matar a Jesús me impresionó muchísimo esta obsesión de estos chicos por una casa, por un lugar en el mundo donde estar a salvo y donde los suyos estuvieran a salvo. Hice muchas notas sobre eso, porque me hacía preguntarme en qué sociedad vivo, que no es capaz de proveer esta cosa tan básica. El mundo se ha vuelto muy inhóspito para muchos seres humanos. Cuando terminé de rodar Matar a Jesús hice un viaje a la costa, los paisas estamos traumatizados por el Alto de Ventanas, por ese Bajo Cauca, y siempre había querido hacer algo allí. Recordé mi deseo de acercarme a ese paisaje, y empecé a ver imágenes de chicos. La primera nota que hice de la película en un cuaderno decía: ‘Chicos atravesando el paisaje y haciendo daños’. Otra nota decía: ‘Chicos reclamando el mundo, vengándose del mundo’, y después una que decía: ‘Somos los reyes del mundo’. Así empieza la película”.
Ahí comienza, ¿y cómo se va nutriendo?
“Esta película es hija de mi imaginación, de mis delirios, sueños y obsesiones. En Matar a Jesús, el insumo era autobiográfico, tenía toda las certezas para trasmitirle al equipo, sabía todo lo que pasaba. Los reyes del mundo ha sido un viaje hacia la incertidumbre, porque no todo lo conocía, no he tenido todas las respuestas, pero sí he construido un mundo y he encontrado un placer muy grande en esa construcción, que limita todo el tiempo entre lo real y lo imaginario”.
¿La considera incluso más personal que Matar a Jesús?
“Termina hablando más de mí y de mi relación con el mundo. A mí me han sostenido mis amigos, son mi patria. La amistad atraviesa esta historia. No llego a los personajes y luego escribo la película, sino que como es hija de ese delirio mío aparecen personajes que he descrito de manera muy profunda en mi intimidad”.
¿Cómo encontró a los actores indicados?
“Fuimos a buscar esos personajes. Salgo, converso con chicos, me parcho. A Sere, que es Davidson, lo había conocido por otro parcero, quería que fuera místico y ese chico es el ser más existencialista que conozco. A Winny, el más chiquito, lo había visto en un encuentro de chicos que hacen gravity, que se descuelgan en bicicleta, y le tomé una foto y lo usé de referente. Centré mucho el casting en estos chicos del gravity, hay una energía muy particular en ellos, demasiado desobedientes, demasiado rebeldes, pero con un goce, o sea, un ánimo de celebrar la vida y de reírse de todo, y como de necedad. A cada personaje le di una palabra. Ra era la justicia; Nano, el chico afro, la dignidad; Winny, la rebeldía; Seré, el místico, y Culebro, la rabia”.
Justicia, rabia, mística, rebeldía, dignidad... una declaración de principios.
“A cada autor lo atraviesa una obsesión, y eso se nota en la obra, y en la mía, claramente, está la justicia. Hay muchas justicias que reclama Ra, la justicia restaurativa, que le devuelvan una tierra, pero también creer en la justicia, casi como un padre que le ha abandonado y de quien el único rastro que tiene es un papel, que le dice esta tierra es suya, y además en ese papel le dan el nombre. El único momento en la película donde se dice el nombre completo”.
Dar un nombre y un lugar en el mundo...
“No hay nada que marque más a los seres humanos que el origen y el nombre, entonces él reclama esa tierra, pero también reclama que se le reconozcan y lo único que tiene para que ese sistema lo reconozca es ese papel. También hay una justicia que es azarosa, en Colombia nacer en ciertos lugares es una condena. Es muy injusto que eso te condene para siempre”.
¿Y la rabia de Culebro?
“Tiene que ver con una masculinidad muy disparada. Una vez le oí decir a Marta Andreu que la violencia es un patrimonio de la masculinidad. Culebro tiene mucha rabia de que él no sea el heredero, y siento que esa rabia va muy ligada a la envidia, que es un sentimiento supremamente humano, de lo más oscuro de lo humano. En el barrio es muy difícil el tema de la envidia, que alguien tenga un poquito más, que le haya ido un poquito mejor, que logre algo se vuelve problemático. Hay un sentimiento de rabia que atraviesa la peli, pero también es querer vengarse ante ese mundo en particular. Es una rabia hipermasculina”.
Nos queda la dignidad de Nano...
“Es el personaje negro, entonces tenía que ser un chico que nunca iba a agachar la cabeza ante nada, pero profundamente silencioso, como un perpetuo testigo, todo lo observa y hay una sensación de que sabe más que los otros, pero no lo dice, y una sensación de querer ser invisible. La dignidad tiene que ver con que en él está la carga del racismo”.
¿Cómo ha sido su relación con los actores?
“Las relaciones horizontales en la vida son fundamentales, y así como me relaciono con mis amigos, me relaciono con estos chicos, con mucha confianza, y siendo muy clara. La vida no va a cambiar después de esto. La peli va a ser una gran aventura y si hay cosas que les puedan inspirar, maravilloso, pero no parto de una falsa promesa”.
¿Qué cree que va a pasar con ellos en el futuro?
“Mi deseo máximo es que vivan felices, porque encuentro demasiado alegría en ellos. Dictaron la energía del rodaje. Nunca me había sentido tan amada, es un rodaje profundamente amoroso”.
Y ese amor mutuo quedó tatuado...
“Sí, sí, nos tatuamos cuando se acabó la película. Antes de gritar ¡Acción!, yo les decía: ‘¡Vamos con toda!’, además de ser directora, era recreacionista, y entonces Winny, que es increíble, que le dicen Caneco, él siempre gritaba: ¡Arraquepower!, entonces se volvió una clave para todos. Nos tatuamos arraquepower, y lo más bonito fue que quien nos tatuó fue la protagonista de Matar a Jesús, Natasha, entonces era como un círculo”.
¿Cómo vivieron ellos el rodaje?
“Te tengo que contar una anécdota. Unos días antes de rodar la película ensayé un ejercicio de improvisación, cada cuatro minutos les cambiaba la acción, les decía, nadando. Ahora están volando. Ahora se van a morir. Creo que fue Cristian que me dice, ¡uy, Laurita!, cierto que esa película suya es como un viaje de sacol... Y me parece una descripción muy linda, y yo le dije, por qué, no sé, como que sube, como que baja, tiene unos momentos muy raros y después está tranquilo, y después no. Bueno, si tú lo dices, así es”.
El simbolismo de los personajes se ve reflejado en las escenas de la película, ¿cuál de ellas destacaría por lo que representa?
“Hay una especie de burdel de putas viejas y es la única escena en donde aparece un grupo de mujeres. La presencia femenina está muy ausente y es intencional. Ellos van transitando este viaje y van llegando a unos oasis de otros marginados, que están en el olvido, y este burdel para mí es Colombia. Quería construir una ‘matria’, pues Colombia es como una mujer supergenerosa y superaporreada, que ha perdido a los hijos en la guerra, quería que aparecieran símbolos patrios, muchos de esos solo los va a leer la audiencia colombiana”.
¿Se podría decir a su vez que los cinco personajes también son Colombia?
“Totalmente, incluso pensaba como que a la película la atraviesan situaciones profundamente colombianas, desde el conflicto entre dos hermanos por una tierra, hasta el miedo soterrado que hay en el paisaje. Sentís mucho miedo en una carretera de noche en Colombia, pues así uno sepa que no le va a pasar nada, hay una tensión impresa en el paisaje”.
¿Sintió miedo en el rodaje?
“Es muy loco, a nosotros no nos pasó nada. La violencia es un rumor, y ese rumor es muy fuerte y hay que creerle, porque tenemos evidencia de que no es solo un rumor. La construcción de ese rumor es una herramienta de poder. Se convierte en una capa que uno dice mejor no la cruzo, y lo que nosotros hicimos con la película fue cruzarla”.