Quienes recorren Casa Blanca —el museo biográfico más importante de Antioquia— palpan el arte y la vida de Débora Arango de una forma tan íntima que no pocos creen que en cualquier momento la artista va a salir de uno de los cuartos para ofrecerles una fruta del jardín o un tinto bien oscuro. Al menos eso le han contado a Carlos León Gaviria Ríos, el historiador encargado por la Secretaría de Cultura de Envigado para guiar a los visitantes por la enorme casa. Y sí. Débora está en los colores de los cuartos –el rojo, el azul, el verde–, en la textura de la luz, en los muebles de la sala, en las baldosas del baño, en los rosarios de la vitrina y en las colchas de las camas. Casa Blanca es una prolongación de la obra de Débora, un escenario pensado y construido por ella para vivir y pintar.
Levantada a mediados del siglo XIX, Casa Blanca hace parte del mapa mental de los habitantes del sur del Aburrá. “Al llegar a la casa blanca, gire hacia tal lado y ese es el camino a Medellín”, cuenta Carlos que eran las indicaciones que daban los abuelos a los forasteros. Desde 2017 —cuando fue comprada por la Alcaldía de Envigado con dineros propios, del Área Metropolitana y del Instituto de Cultura de Antioquia— está bajo la tutela de la Secretaría de Cultura de ese municipio, que ha dispuesto las tardes de los martes y los jueves para la entrada de locales y foráneos. “La gente debe escribir al correo de la secretaría para programar la visita. La entrada regulada ayuda a conservar la casa, a proteger sus objetos”, dice Carlos. El protocolo de cuidado pasa por hacer el inventario antes y después de cada visita, de esa manera se sabe si un cenicero o una taza o un portarretratos o un pequeño frasco de perfume se extraviaron.
En esta casa Débora le dio sentido y forma al ensayo Un cuarto propio, de Virginia Woolf. La autonomía económica y la independencia del espíritu son rasgos de las artistas. Y fue más allá: tuvo un cuarto y un patio y una sala y un baño propios. En Casa Blanca se refugió de las alarmas sociales que activaron sus trazos vehementes y la fuerza de su pintura. En el silencio y la luz de sus aposentos produjo una de las obras plásticas colombianas más importantes del siglo XX, una en la que los dramas de la pobreza y las encrucijadas de la feminidad.