C. Tangana –Pucho para los amigos y Antón Álvarez Alfaro para el registro civil español– se presentará en Bogotá el sábado 26 de marzo, en el frenesí musical pop del Estéreo Picnic. Vendrá a Colombia con una versión reducida del repertorio de la gira Sin cantar ni afinar, que en los escenarios ha ratificado el doble acierto –estético y comercial– del álbum El Madrileño. En los cuarenta y pocos minutos del disco el compositor principió la tarea de demoler el prejuicio que condena a los ritmos urbanos en español –entiéndase trap y reguetón– a ser combustible para las caderas, pero quedar siempre en saldo rojo con las letras y las orejas. Con catorce canciones –ninguna superior a los cinco minutos– Tangana dio una vuelta radical a su carrera y, de paso, intuyó un camino para los letristas actuales.
El Madrileño –lo ha dicho Pucho en varias entrevistas– es el fruto de la incertidumbre de arribar a la adultez en mitad del confinamiento de la covid-19. Las crisis tienen esa virtud: al poner las cosas patas arriba hacen que el mundo adquiera un nuevo valor, o al menos sea visto con una luz inédita. Lo dijo en El Hormiguero, un programa de Antena 3: “Este disco salió por culpa de la crisis de los treinta, si no estaría haciendo reguetoncitos fáciles”. Y tiene razón: el trabajo de Tangana previo a El Madrileño es el de un rapero sin mucho talento para el canto y con algunos chispazos –muy pocos– en las letras. El cambio inició con Un veneno, lanzada en 2018. Los versos develan una naciente conciencia del poder del arte para husmear las contradicciones humanas, para hacer las veces de escalpelo. El tema lo puso en el radar de compositores del peso de Andrés Calamaro y Jorge Drexler. El resto de El Madrileño es el resultado de transitar hasta el final por la senda de Un veneno.
Implacable, Tangana señala las encrucijadas culturales de los hombres nacidos a mediados de los ochenta y principios de los noventa. Es decir, aquellos que fueron educados en un relato de masculinidad puesto hoy bajo escrutinio por el feminismo y por las nuevas maneras de vivir el sexo, el hogar y el capital. Demasiadas mujeres –el primer corte de El Madrileño– comienza con los compases de una marcha fúnebre. A simple vista, la letra consiste en un inventario de conquistas. Nada más falso: el texto destila arrepentimiento, dolor. El autor lamenta –no presume– el número de ligues y de callejones emocionales. A pesar de los riesgos, el artista se muestra vulnerable, a veces superado por las sombras. Cambia! –así, en imperativo y con un solo signo– desnuda los sinsabores de los machos deconstruidos: “De niño me enseñaron a ser gallo/ Y que un cobarde es un gallina/ Que el hombre que las morras aman bravo/ Va de a golpes por la vida/ Y ahora le rascan los huevos al toro/ Y a la hora de los chingazos, no saben ni a quién rezarle/Y ahora que saben cómo ruge el león/Me piden que cambie”.
En el mejor título de El Madrileño –Cuándo olvidaré– Tangana se apropia de la tradición de los compositores hispanoamericanos y la reescribe: retoma pasajes del tango, del bolero para construir una obra henchida por las heridas de la pérdida. Un sentimiento similar empapa Párteme la cara. Los sueños de riqueza y fama –tan importantes para los reguetoneros– se esfuman ante un cuarto vacío. En el fondo, Tangana pretende un amor convencional, de hijos, parrilladas los sábados y promesas de envejecer al lado del alguien. No es su culpa: con esa ficción lo criaron – a todos–. No podemos huir completamente de ella.
Glosa aparte para la nómina de artistas invitados por Tangana al disco. El primero, Jorge Drexler. Luego, Andrés Calamaro. Y el rosario continúa con los nombres de José Feliciano, Eliades Ochoa, Carin León, Adriel Favela, Omar Apollo. Y para los ritmos: hay temas cercanos a la música norteña, a la baladita pop, a la bossa nova, al flamenco. Pucho se sacudió del imperativo comercial del auto-tune y del dembow facilista.
El arte poco –nada– tiene que ver con la celebridad mediática. Nace de las fisuras de los discursos del mercado y el poder. Con El Madrileño, C. Tangana produce un álbum a la altura de Mediterráneo, de Serrat; de 19 días y 500 noches, de Sabina; de El mal querer, de Rosalía.