Jorge Jaramillo empezó pintando lo que todos pintamos cuando estamos aprendiendo –paisajes, bodegones– y terminó pintando lo que el ojo no ve.
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Por esos sus obras resultan tan emotivas y fascinantes, porque nos develan la forma como vemos, el proceso que llevan a cabo los ojos y el cerebro para crear las imágenes. Nos recuerdan que no vemos con los ojos, sino con el cerebro, por eso lo que uno ve de cada cuadro depende de como se le mire.
“La visión no es un acto inmediato, sino un acto de relación entre información suministrada por otros sentidos, la memoria y la nueva información visual percibida”, escribió Pablo Correa en el libro Rodolfo Llinás, La pregunta difícil.
Admirar su obra y hacer consciente el proceso de ver, resulta absolutamente sorprendente, casi como ver por primera vez. Es pura ilusión. De eso se trata el Arte óptico, también conocido como Op Art, de crear efectos visuales a través de patrones, formas y colores, para desafiar al espectador.
–Yo a muchas personas les he dicho que yo no me siento del todo el creador de estas piezas, sino como que voy detrás, porque cuando yo termino una obra, ella prácticamente me habla y me muestra el camino a la otra.
–Y cómo empezó ese camino.
–Cuando tenía como 17 - 18 años hice muchas cositas experimentales, pero cuando vi las cosas de Vasarely y de Escher, me puse a buscar por ahí y se originó esto. Pero entre eso y las primeras obras fechadas transcurrieron muchísimos años.
Porque Jorge, sin saber y sin querer siguió los pasos de Víctor Vasarely, considerado el padre del Op art, no sólo en el arte sino también en la vida.
Vásárhelyi Gyõzõ, rebautizado en Francia como Víctor Vasarely, nació en Hungría en 1908. Antes de dedicarse por completo al arte estudió medicina, pero no mucho después renunció para dedicarse al arte, entonces se mudó a París y trabajó en publicidad mientras iba investigando y desarrollando su técnica y su obra.
–Yo salí del colegio completamente equivocado, porque me dejé echar cuentos en mi casa de que yo iba a ser el médico de la casa. Entonces me gradué y me presenté a medicina y fui tan de malas que pasé. Pero aparte de que la medicina en el fuero interno no era lo mío, estudiar en la Universidad de Antioquia en ese época era horroroso, allá los paros duraban un año y medio, no se podía estudiar, entonces me terminé retirando.
Y se puso a vivir de lo que sabía, la pintura, el arte, y terminó, como Vasarely, trabajando en publicidad, pero cada que podía y tenía unos ahorros en bolsillo se ponía a pintar, y se encerraba un par de meses y solo pintaba, y un día ya no quiso hacer nada más que pintar y como tenía los ahorros suficientes decidió darse un año dedicado por completo a la pintura y para sorpresa de muchos, nunca tuvo que volver a la publicidad.
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–A mí me dieron mucha varilla con esto al principio.
–¿Por qué?
–Me decían que qué hacía un colombiano haciendo una obra tan lúdica, que esta obra se la aceptaban a un europeo por allá de un país que no tiene problemas, pero que un colombiano no podía estar haciendo una obra así.
Aunque quizás no hay una reflexión más urgente para Colombia que la plantea la obra de Jorge. Es decir, que lo que vemos afuera depende de lo que tenemos por dentro, en la cabeza, que la construcción que hacemos del mundo parte de lo que hemos vivido, de nuestra experiencia, por eso, para ver diferente tenemos que movernos, mirar desde diferentes perspectivas.
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–Yo todo el tiempo estoy pensando en explorar las gamas y en generar esa energía bonita en la obras, como una estimulación visual. Un amigo que tiene dos obras mías detrás del escritorio me dice, Jorge, yo cuando estoy agobiado lo que hago es voltear la silla y ponerme a mirar tu obras y vos no te imaginas lo que eso me hace. Así uno sabe que está consiguiendo generar muy buena onda con estas piezas y cuando una persona dice eso uno sabe que lo logró.
Musicromías, lo que el ojo no ve, es la primera exposición de Jorge en más de 15 años, y es la última de la galería AH Fine Art en su tradicional sede de el poblado, pues se mudarán al oriente antioqueño.