El tango volvió al barrio. —¿Tío, por qué no lo ve desde el balcón?—, pregunta un niño de entre doce o trece años. —No, no paso—, responde el adulto.
La cuarenta y cuatro está cerrada, los vecinos del barrio Manrique presencian a La Gata. Tras 31 años de no hacerse allí, el Festival Internacional de Tango de Medellín volvió a las calles de este sector de la capital de Antioquia. Y con él llegó por primera vez una figura internacional del tango. Dos guitarras, un acordeón y ella son suficientes para llenar la calle, para que la gente cante todas sus canciones, para que cante otra, no una, sino dos veces. Adriana Varela habla con su público, ríe, parlotea, se detiene por momentos, en otros lee las canciones con las que se entregó a Manrique, a Medellín, al barrio y al tango.
Aquí canta a su mejor estilo, a su manera, entre tango y tango, reniega, reniega a su público, también lo quiere y lo agradece.
Tras el concierto llenó sus redes sociales de fotografías y videos, cada uno con un título, en algunas publicaciones habla del cariño que siente por Medellín, del placer por volver a la ciudad y escuchar al público corear sus canciones. La cantidad de publicaciones hechas después del evento demuestra la felicidad de La Gata por su concierto.
Aún hay memoria del tango, aún hay público y artistas que defienden este arte. Tras bambalinas había varios jóvenes artistas, los próximos a salir, que salieron a escuchar a su ídolo. Algunos escondidos entre el público, visibles por el traje y el medio tarro de gel en el pelo implecable y elegante, sus compañeras bailarinas con vestidos de gala. Ahí, donde los artistas manejan los nervios y la ansiedad antes de salir al escenario, se escuchaban sus canciones.
El público extasiado, algunos con aguardiente y polas entre brazos, con sus mascotas y familias, se apegan a cada canción. Un concierto que alterna canciones de su repertorio con clásicos y algunas pedidas por el público. Por momentos, La Gata deja entrever su lado humano, su rebeldía y su posición política, “sin machismos”, dijo. Cada canción, a su manera, es una historia, es un recuerdo.
“En pausa y silencio, como al que aluden los poetas”, dice La Gata entre sus canciones, expresando la sincronía que hay entre tango y poesía. Más que un refrán parecía instrucciones para bailar tango. Un baile sin ritmo para las nuevas generaciones, sin bajo, pero con miradas directas a los ojos para alinear los corazones. Aquí bailan de todas las edades y disidencias sexuales. En el barrio no hay etiquetas ni restricción para el arte.
Por momento rindió homenaje a Gardel, sonó “El Morocho”, “Por una cabeza” y otras. “Hasta la vuelta, querido barrio”, pero no la dejan irse, el público pide otra y otra. Cierra en medio de aplausos su espectáculo, canta más de una hora con su voz al máximo.
La Gata deja la tarima libre, el público comienza a despejarse, algunos la buscaron detrás de la tarima para tomarse fotos y agradecerle por su música. El evento continua con una lluvia intermitente, que más que ahuyentar se volvió un elemento que le dio romanticismo a la escenografía de las tablas y del tango. Para los más jóvenes, La Gata y las canciones de Gardel fueron cómo presenciar fragmentos de Aire de tango, de Manuel Mejía Vallejo. Vivir esas historias de antaño que alguna vez contaron los abuelos sobre la Medellín de la década 1950, encaminada entre tangos, pasiones y puchos de cigarrillo en grandes salones de baile.