A las ocho y media de la noche del 29 de junio de 1996 diez cucarrones —así los recuerdan las madres de la zona— llegaron al terminal de buses de Altavista. Con la complicidad de la lluvia interrogaron a las personas que estaban cerca sobre el paradero de unos supuestos milicianos. Al no obtener la información que buscaban abrieron fuego contra un grupo de civiles, ocasionando la muerte de 16 hombres entre los 15 y los 27 años de edad. “Fue una de las primeras masacres registradas en el área metropolitana”, dice el director Daniel Baena Durán en las gradas del teatro Jairo Alberto Valencia, de la Corporación Altavista. A pocos metros los actores repasan los movimientos y diálogos de 1996, la obra que inicia temporada el miércoles 22 de marzo a las siete y media de la noche en Pequeño Teatro.
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Daniel creció con los rostros de los muertos en la retina: en el camino a la escuela pasaba frente a un mural que reproducía algunas de las caras de las víctimas. Así se familiarizó con un hecho que partió en dos la historia del corregimiento, pero que fuera de estas cuadras es casi por completo ignorado. “A diferencia de otras masacres –las del Salado, de Bojayá y Orión, por ejemplo–, la de Altavista es muy poco conocida por fuera de la comunidad”, dice Daniel. Esa fue una de las razones que lo llevó a asistir al acto en el que el Estado colombiano les pidió perdón a las familias de los asesinados. Perdón por no haber hecho lo suficiente, por no llevar a la cárcel a los cucarrones, por dejar al corregimiento en las garras de las bandas delincuenciales.
El evento —realizado a instancias del CIDH el 4 de octubre de 2017 en el Museo Casa de la Memoria— no estuvo a la altura de las exigencias de las viudas, de las madres de los muertos. Ahí Daniel tuvo la idea de escribir la dramaturgia que justo ahora los actores ensayan. “Sentí la necesidad de que la gente supiera de la masacre, pero no quise repetir lo que pasó”, dice el director, egresado de la Universidad de Antioquia.
La historia de 1996 se hilvana a partir de metáforas. Por ejemplo, los combos que a plomo luchan por el territorio reciben el nombre de Las Cabras y Los Buitres. Están ahí para controlar las vidas, los miedos y las muertes de los habitantes. Hablan, pactan y rompen treguas. Mientras tanto las madres se aferran a las puertas y a los rezos. En uno de los pasajes de la obra salen a escena envueltas en mortajas y con velas encendidas en las manos. Ante los espectadores se transforman en Dolorosas: cantan, se arrodillan, lloran y hacen de los trapos de la muerte unos bebés que acunan entre alabaos. Alguna dice que la guerra es de “nosotros mismos contra nosotros mismos”. El momento es catártico y deja en evidencia —una vez más— la insensatez que hace de los niños víctimas y victimarios. “Tomé los testimonios de las madres para llevarlos a la escritura”. En el proceso de investigación el director contó con la ayuda de la actriz y antropóloga Paola Aristizábal.
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En la pesquisa para la obra Daniel conoció el testimonio de un niño sobreviviente. Los cucarrones lo mandaron para la casa con la perentoria orden de no mirar para atrás, la misma que recibieron Lot y su esposa de parte del ángel de Jehová. Al igual que la mujer de Lot, el niño desobedeció y volvió la vista. No se convirtió en una estatua de sal, pero sí recibió una imagen que siempre estará con él. “Sebas cuenta que cuando comenzó la balacera las víctimas parecían bailando al ritmo del plomo... ¿se imagina la fuerza del impacto en los cuerpos?”, dice Daniel.
En el montaje de 1996 participan 21 personas, entre actores y músicos invitados. Intervienen las cantadoras de Memoria Chocoana, del barrio Nuevo Amanecer, y el gaitero Esteban Guzmán. El elenco está conformado por actores de Castilla, Aranjuez, Robledo, Carmen de Viboral y Altavista. Daniel los escogió de quienes respondieron al llamado a hacer parte de un laboratorio de actores. El montaje es el resultado de los esfuerzos de la Corporación Altavista y del L´Atelier - Le Graine, el colectivo con el que Daniel difunde en la ciudad las herramientas del método mimo corporal dramático. Los sesenta minutos de 1996 concluyen con un personaje que ante el público desenrolla un relato y al tiempo traza en el piso con un hilo de sangre el año de la masacre.
Los nombres para la memoria
En un documento de la CIDH se recopilan los nombres de las víctimas de la masacre en Altavista. Ese día fueron asesinados Samir Alonso Flórez, Elkin de Jesús Cano Arenas, Mauricio de Jesús Cañola Lopera, Eduard Andrey Correa Rodríguez, Henry de Jesús Escudero Aguirre, los hermanos Oscar Armando Muñoz Arboleda y Jair de Jesús Muñoz Arboleda, Germán Ovidio Pérez Marín, Norbei de Jesús Ramírez Dávila, Johnny Alexander Ramírez Luján, Berley de Jesús Restrepo Galeano, Juan José Sánchez Vasco, Jharley Sánchez Ospina, Nelson de Jesús Uribe Peña, Carlos Gonzalo Usma Patiño, Leandro de Jesús Vásquez Ramírez. Además, Yeison Javier Aristizabal y Carlos Andrés Peña Ramírez resultaron heridos.