En Reino Unido creen desde hace dos años que las siguientes preguntas son determinantes para proteger a su población de lo que las autoridades consideran una pandemia.
“¿Con qué frecuencia te sientes solo?, ¿con qué frecuencia sientes que te falta compañía?, ¿con qué frecuencia te sientes excluido? y ¿con qué frecuencia te sientes aislado de los demás?”.
Si nunca lo ha hecho, tómese una pausa en la lectura y responda esos interrogantes. Parece un ejercicio elemental, pero resulta clave para que las personas encuentren su posición respecto a un fenónemo ineludible en estos tiempos: la soledad.
De paso, es la puerta de entrada para que organizaciones y gobiernos dimensionen y hallen soluciones a un problema de salud pública, que según concluyó un estudio, en cabeza del director de neurociencias de la Universidad de Chicago, John Cacciopo, aumenta en un 26% el riesgo de muerte prematura; afecta a 42,3 millones de adultos mayores de 45 años en Estados Unidos; obligó en 2018 al Reino Unido a crear un ministerio para atender a los 9 millones de ciudadanos que dicen sufrir de soledad; y que ha motivado a líderes mundiales a catalogarla como la epidemia del siglo XXI.
Las paradojas
Según explica el decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Institución Universitaria de Envigado, Álvaro Ramírez, la soledad es una experiencia subjetiva y en todo caso no implica necesariamente la ausencia de personas alrededor. “Yo diría que uno se siente solo cuando no encuentra conexión con las personas con respecto a ciertas situaciones”, dice Ramírez, doctor en humanidades de Eafit.
De ahí, amplía el experto, que un campesino, entre la hondura y silencio del campo, difícilmente experimente la soledad como algo angustiante, contrario a lo que ocurre con los habitantes de grandes urbes, que rodeados de gente y ruido, aseguran sentirse solos. “Estamos estableciendo relaciones muy frágiles o ficticias, entonces no sentís al otro cercano, hay ausencia de una conexión, al punto que llega un momento en el que descubrís que de todas esas personas alrededor no tenés de quién echar mano en un momento concreto”, dice.
Es un concepto esencial para entender paradojas, como que en Estados Unidos, tercer país más poblado del planeta, una de cada cuatro personas asegure –según un informe de Cacciopo– no tener en quien apoyarse en una situación apremiante.
O que las interacciones humanas más básicas alimenten un negocio como el de la aplicación The People Walker, donde las personas pagan 30 dólares para caminar con alguien o hasta 50 dólares en la app Rent a Friend, para propiciar encuentros de individuos que simplemente se tocan, sin finalidad sexual, solo para sentir contacto humano.
Partiendo de la singularidad en las motivaciones que alientan a cada una de las 600.000 personas que, por ejemplo, hacen parte de Rent a Friend, algunas de estas podrían ser manifestaciones que el sicoanalisis define como egodistónicas, es decir, en este caso, que sienten que la soledad les ha sido impuesta y la viven con la angustia y anhelo permanente de querer cambiar la situación, conforme explica el sicólogo clínico Juan David López Fernández.
Entre tanto, en los últimos años, tanto individual como colectivamente el mundo ha avanzado –o al menos ha intentado– una mejor comprensión de la soledad y así desmontar creencias que han perdido peso conforme cambian las dinámicas sociales.
En 2018, por ejemplo, un proyecto de la BBC llamado Loneliness experiment (Experimento sobre la soledad), arrojó hallazgos notables como que el 40% de los jóvenes entre 16 y 24 años dijo sentir soledad asiduamente, frente al 27% de los encuestados mayores de 75 años, lo cual confronta la percepción de que la soledad recae principalmente en adultos mayores.
También determinó el informe que el 41% de las personas entiende la soledad como algo positivo. Y aquí vuelve Cacciopo, quien hasta su muerte en 2018 fue precursor de la neurociencia social, y quien postuló que por doloroso que parezca el ser humano evoluciona para experimentar la soledad, pues la entiende útil.
Una conclusión cruda, pero que apunta hacia lo mismo que García Márquez proclamó bellamente cuando escribió que el secreto de una buena vejez no era otra cosa que un pacto honrado con la soledad.
Por ello, López Fernández advierte sobre la necesidad de “no patologizar” la soledad. De hecho, cree, esta puede tener “efectos muy positivos en la vida de las personas cuando logran una instrospección, una pausa que la sociedad promueve poco, pero que les permite a los individuos resolver asuntos esenciales como por qué eligieron un oficio o estilo de vida, o por qué les gusta lo que les gusta o se relacionan como se relacionan”. Sumando además su aporte en procesos creativos.
Propone entonces López tres nuevas preguntas. Así que antes de avanzar en el artículo podría darse una pausa más y cuestionarse: “¿cuál es mi relación con la soledad?, ¿qué siento cuándo estoy solo? y ¿qué ideas asocio con la soledad?”.
De cualquier modo, sea vista como problema de salud pública o como una conquista individual, la soledad implica desafíos.
Sumas y restas
Antes de ser asesinada por un neonazi en junio de 2016, Helen Joanne Cox, miembro del Parlamento Británico y una de las políticas con mayor proyección en Europa, dejó como legado su informe de la Comisión de la Soledad, uno de los más completos estudios hasta ahora sobre cómo abordar social y gubernamentalmente la problemática.
En 2018, la entonces primera ministra Theresa May convirtió dicho informe en la piedra angular del ministerio de la Soledad, noticia cuya singularidad originó miles de artículos anunciándolo, aunque la información sobre su funcionamieto, dos años después, es relativamente escasa. La razón es que más allá de la espectacularidad del anuncio el ministerio se mueve como cualquier otra entidad burocrática, entre yerros y aciertos.
En un principio esta cartera estuvo al mando de Tracy Crouch, que también fungía como ministra de Deportes y Sociedad Civil. Entre los componentes de la estrategia estuvo incorporar los interrogantes que reseña este artículo al inicio como método para medir la problemática, lo cual mejoró sustancialmente la identificación y remisión de personas que experimentan soledad a diferentes programas de atención social y disminuyó el diagnóstico que incluía tratamiento con medicamentos siquiátricos.
El ministerio tiene 126 programas, entre los que destacan rutas de transporte para personas con riesgo de aislamiento social, atención diferencial a minorías (ejemplo: LGTBI), ampliación de oferta cultural y cursos informales diseminada por barrios, así como una estrategia empleada en condados pequeños y poblados apartados donde se contrata a jóvenes desempleados para que capaciten a adultos mayores, en asilos o que habiten solos en sus domicilios, para el manejo de herramientas digitales.
La cartera no ha estado exenta de problemas. Crouch renunció tras un mes en el cargo porque el gobierno decidió dilatar la propuesta de reducir un tope para las apuestas en máquinas tragamonedas, de 113 euros cada 20 minutos, a 2 euros, un negocio que según la parlamentaria se nutre en su mayoría de la clase trabajadora y población con diverso grado de aislamiento social.
El gobierno pospuso la aplicación de la medida a un año, lapso en el cual, decía Crouch, se suicidarían más de 1.000 personas y se perderían cerca 1.700 millones de euros en esta “adicción”. Lo cual, postulaba la parlamentaria, creaba la contradicción de luchar contra la afectaciones de salud pública como la soledad y al tiempo mantener intereses económicos cuyo nicho, en buena medida, es población vulnerable.
Hoy, al frente del ministerio de la soledad británico está la baronesa Diana Barran.
De todos modos la iniciativa británica sirve como hoja de ruta para que otros gobiernos amplíen su capacidad de respuesta a los asuntos de salud mental de la ciudadanía.
En Colombia, por ejemplo, hace dos semanas, el Gobierno firmó el Conpes de salud mental con un presupuesto histórico de $1,2 billones que financiará programas para mejorar el acceso a atención médica, sicológica y siquiátrica. Hoy, por ejemplo, no existe una estrategia diagnóstica gubernamental que delimite qué porcentaje de la población experimenta la soledad como un problema.
“En la práctica, lo que buscamos con el Conpes es acercar la capacidad de respuesta a las regiones y que los médicos, psicólogos y trabajadores sociales en las regiones logren una atención temprana a los pobladores”, dice Nubia Bautista, subdirectora de Enfermedades no Transmisibles de Minsalud.
La cobertura es un paso. El otro es formar a la población en estos temas. En esa tarea, uno de los grandes abanderados del país es Comfama, que hace un mes lanzó la Red de amor, cuidado y salud mental, pero que viene trabajando en ello desde hace varios años.
“La salud mental es nuestro eje estratégico porque a través de esta creemos que podemos aportar a la transformación de la clase media trabajadora. Con nuestra oferta hemos logrado acercarle en un lenguaje cotidiano temas esenciales como la soledad, el valor del ocio, la importancia del sueño. Todo esto es salud mental y repercute en la sociedad cuando la gente aprende a identificar eso que antes no sabía ni cómo llamar: la soledad, depresión, ahí es donde empieza la calidad de vida”, dice Lucrecia Parra, responsable de la Red en Comfama.
En Antioquia, con motivo de la pandemia, más de 30 instituciones han robustecido su capacidad de atención, apoyo e intervención con redes de profesionales y voluntarios para reducir los impactos del aislamiento y la incertidumbre reinante. Ocurre igual en el resto país. Lo cual, para Parra, es el legado que deja esta emergencia para “renovar las conexiones humanas”. Es, en últimas, una respuesta a la soledad y a tantos componentes humanos en la sociedad contemporánea. No es una respuesta definitiva, por supuesto, pero que exista alguna ya es ganancia.