¿Y si el aire contaminado es cómplice del coronavirus?

Quienes viven en zonas con mala calidad del aire tienen más riesgo de morir por el virus, dice estudio.

  • ilustración Elena ospina
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Por Laura Ayala y helena cortés | Publicado
4,2
millones de muertes anticipadas con contaminación del aire: OMS
17 %
incrementa el riesgo de infecciones para mayores de 65 años por la polución: Área Metropolitana

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Marzo 1, 1919. Nueva York, Estados Unidos. No más barro, trincheras, alambres, ratas, cascos y muerte. La Gran Guerra por fin terminó. Esa mañana el capitán del ejército Ward J. MacNeal regresó a su casa, con honores. No combatió en la primera línea, es verdad. Tampoco duró semanas, meses, agazapado en un hueco, con el agua hasta la cintura y la muerte rondándolo, a la espera de una señal para cruzar entre balas al próximo hoyo. Su lucha fue diferente.

En la base de Dijon, Francia, curaba a esos hombres de la primera línea, jóvenes y fuertes, cada vez menos fuertes, derribados por los proyectiles, pero en particular le interesaba salvar a esos otros, contados por cientos en su campamento, que empezaban con tos y dolor de cabeza, quizás fiebre, y en cuestión de días, incluso horas, se desplomaban como moscas.

Se enfrentó a un enemigo que arrebataría más vidas que la I Guerra Mundial: le bastaron tres oleadas mortíferas, solo 13 semanas, para llevarse por delante a entre el 2,5 y el 5 % de la población global. Se le conoció como la Gripe española y –recuerda Laura Spinney en su libro El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo– mató a más personas en 24 meses que el sida en 24 años y ocasionó más decesos en un año que la peste negra en un siglo.

¿Y por qué desempolvar esta historia, un siglo después? Una mejor comprensión de los factores que influyeron en la mortalidad durante las pandemias pasadas puede ofrecer información clave para prevenir o combatir la propagación de la covid-19. Por ejemplo, saber si es posible que la contaminación vuelva a la población más susceptible de contagiarse, complicarse o morir por un coronavirus, como aquel de 1918 y como el que hoy paraliza al planeta.

Médico de profesión, el capitán MacNeal era profesor de patología y bacteriología en la Escuela de Medicina de Nueva York antes de unirse al Cuerpo de Reserva Médica en 1917. Ya en el campo de batalla –documenta la historiadora Carol Byerly en su libro Fever of War. The Influenza Epidemic in the U. S. Army during World War I–, MacNeal reportó los primeros casos de gripe española y se empeñó en descifrarla. No lo logró, ni siquiera le vio la cara. Fue hasta 1940 que el microscopio electrónico permitió darle forma a los virus.

MacNeal no pudo hallar una cura para la Gripe Española aunque la buscó con desespero. Al volver a Nueva York, aquel 1 de marzo, lo esperaban en la estación de tren su esposa y uno de sus hijos. El otro, Eddie, yacía en la cama, golpeado por la misma enfermedad que había combatido al otro lado del Atlántico. La guerra fue el aliado perfecto para la pandemia por el hacinamiento, las malas condiciones de higiene de los soldados y el movimiento de tropas.

Cuatro días más tarde, el pequeño Eddy murió. El capitán MacNeal hizo la autopsia: abrió el pecho de su hijo y halló el corazón destrozado por una infección y sus pulmones, no rosados, brillantes y llenos de aire, como los de un niño, sino duros, pesados y llenos de líquido. ¿Qué pudo hacer a su hijo más vulnerable ante ese virus?

Dado el impacto devastador en la función pulmonar de las víctimas de la Gripa española y los altos niveles de contaminación del aire en las ciudades de EE. UU. surgió una explicación que, cien años más tarde, suena con fuerza entre los científicos: relaciona la mala calidad del aire con la mortalidad de pandemias como la de 1918 y la actual.

Ayer salió a la luz nueva evidencia que la respalda. Una investigación de científicos de la Harvard TH Chan School of Public Health, en Boston, concluyó que las personas en áreas contaminadas tienen muchas más probabilidades de morir por el coronavirus que quienes viven en áreas más limpias. Incluso, un pequeño aumento de una sola unidad en los niveles de contaminación de partículas en los años anteriores a la pandemia se asocia con un aumento del 15 % en la tasa de mortalidad. Para llegar a este resultado analizaron la polución del aire y las muertes por la covid-19 hasta el 4 de abril en 3.000 condados de EE. UU.

Este hallazgo se suma a otro informe de científicos en Italia, de la Universidad de Aarhus, también publicado por estos días, que señala que las altas tasas de mortalidad observadas en el norte de ese país se correlacionan con la mala calidad del aire: la tasa de mortalidad registrada hasta el 21 de marzo en las regiones de Lombardía y Emilia-Romaña, una de las zonas más contaminadas de Europa, es de aproximadamente el 12 %, en comparación con el 4,5 % en el resto de Italia.

Aprender del pasado

Ya otros investigadores se habían preguntado si la mala calidad del aire es el cómplice perfecto para los coronavirus. En 2018, investigadores de la Universidad Carnegie Mellon y la Universidad de Montreal estudiaron la crisis de la gripe de 1918 en un panel de mortalidad de todas las edades en 180 ciudades de EE. UU. Encontraron que, efectivamente, murieron muchas más personas en las urbes más contaminadas que en las zonas urbanas con menos polución. Por aquella época la contaminación atmosférica que ponía en riesgo la salud era otra: provenía de la generación de electricidad a base de carbón. Igual, era letal. Los investigadores identificaron que la mortalidad infantil aumentó en un 11 % en las ciudades con mayor uso del carbón.

Asimismo, el aumento relativo de la mortalidad para todas las edades fue de 10 y 5 % en las ciudades de alto y medio consumo de carbón. Las estimaciones implican que la contaminación fue responsable de 30.000 a 42.000 muertes adicionales durante esa pandemia.

Y siguiendo con la mirada histórica, otro estudio revisado por pares sobre el brote del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS) en 2002 y 2003 en China, sugiere que el 84 % de las víctimas de esta enfermedad había estado expuesto anteriormente a niveles moderados de contaminación atmosférica.

Darle un respiro a la salud

Actualmente, la mayoría de ciudades tienen mala calidad del aire, alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS). Para ser más exactos: el 92 % de la población del planeta vive en sitios donde los niveles de contaminación supera los valores tolerables, según la Organización Meteorológica Mundial.

Ya en 2019 la OMS alertaba que la contaminación era responsable directa o indirectamente de al menos 8,8 millones de muertes en todo el mundo. Un poco más del 10 % de la población global.

Y las cifras no son solo de la OMS. Datos de un periodo de 10 años (2008-2015 y 2015-2018) en 10 municipios del Valle de Aburrá se vienen escudriñando desde 2016 por matemáticos, doctores en salud pública y estadistas del Instituto de Salud Pública de la Universidad de Antioquia y el Área Metropolitana del Valle de Aburrá. La suya es la primera investigación en el país con un alcance de esta magnitud en el área de la epidemiología de la salud ambiental frente al tema de calidad del aire y salud.

Sus datos sugieren que el material particulado incrementa en un 8 % el riesgo de que se presenten enfermedades de tipo respiratorio en toda la población menor de 5 años y en un 17 % en la población de más de 65 años del Valle de Aburrá. Hay que tener en cuenta que el riesgo es una probabilidad mayor de que ocurra un fenómeno.

La contaminación del aire, al igual que fumar, daña los pulmones y les dificulta combatir las infecciones respiratorias. “Además respirar en ambientes contaminados puede favorecer procesos inflamatorios que hacen a las personas más susceptibles a infecciones respiratorias”, apunta el médico infectólogo, epidemiólogo e internista de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia Franco Montufar.

Las ciudades enfrentan uno de sus mayores retos contemporáneos: garantizar un aire saludable teniendo en cuenta la diversidad de los territorios, el urbanismo acelerado, los patrones de producción y de consumo y la forma y los medios en que los humanos se movilizan. Juan Gabriel Piñeros, coordinador del Grupo de Salud y Ambiente de la U. de A., autor del informe Eventos en salud asociados a la exposición de corto plazo a contaminantes del aire, en los municipios del Área Metropolitana, 2008-2015, recuerda que para vincular los riesgos de desarrollar una u otra enfermedad con diminutas partículas invisibles que flotan en el aire, hay un largo camino. “Es posible que la contaminación esté jugando un rol importante porque potencialmente está haciendo más susceptible a una población de complicarse y vivir a causa de este nuevo virus. La intervención es clave. Hace unos días a pesar de que había menos tráfico los niveles de contaminación persistían debido a incendios forestales. Y en este tema la acción a nivel nacional (los responsables del control, ministerio de ambiente y demás sistemas de gestión de riesgo) es escasa o nula” señala.

Sasha Marschang, secretario general interino, dijo en la reciente reunión de la Alianza Europea de Salud Pública (The European Public Health Alliance, EPHA): “Una vez que esta crisis haya terminado, los encargados de formular políticas deberían acelerar las medidas para sacar los vehículos más contaminantes de nuestras carreteras. La ciencia nos dice que las epidemias como covid-19 ocurrirán con mayor frecuencia. Por lo tanto, tomar medidas para reducir las emisiones vehiculares es una inversión básica para un futuro más saludable”.

¿Sana el aire la cuarentena?

Montofur se plantea que luego de este periodo de restricción que baja el flujo vehicular será propicio explorar qué pasó con las enfermedades respiratorias en este aislamiento. Sumar evidencia de cómo la polución podría estar diezmando la capacidad de responder a las infecciones respiratorias con más estudios retrospectivos y prospectivos para entender su efecto específico en las características del SARS-CoV-2, el causante de la pandemia actual.

Y es que, agrega Montufar, el riesgo de enfermar o morir por respirar un aire muy contaminado no puede evitarse totalmente, solo mitigarse y gestionarse. Las ciudades en general, y Medellín en particular, seguirán en el corto y mediano plazo viviendo episodios críticos y numerosos días con baja calidad del aire una vez se rompa el aislamiento.

Eliana Martínez Herrera, doctora en epidemiología y coordinadora de la línea de investigación de Epidemiología y Salud Urbana en la Facultad Nacional de Salud Pública de la U. de A., y Manuela Gutiérrez, ingeniera ambiental parte del Seminario Transdisciplinario Salud Ambiental y Cambio Climático, sugieren que los gobiernos y las autoridades ambientales tomen decisiones para cuidar a los ciudadanos, especialmente en temas como reconversión energética, transporte público (mejorando cobertura y accesibilidad), ordenamiento territorial y educación ambiental. “El aire no reconoce límites orgánicos ni fronteras administrativas, y por eso es necesario crear estrategias transversales que conecten regiones y países para mitigar las fuentes de contaminación por causas humanas”.

Los ciudadanos, por su parte –añaden las investigadoras–, tienen la tarea de informarse mejor y cambiar sus actitudes y hábitos de consumo, nutrición, movilidad, cooperación y participación.

Por el mismo camino –de vuelta al estudio que asoció la contaminación del aire con tasas de mortalidad más altas por covid-19–, los investigadores de Harvard llaman a tomar precauciones adicionales y asignar más recursos para proteger a las poblaciones expuestas a la contaminación y así reducir el número de muertos por el nuevo virus.

Xiao Wu, uno de los científicos del equipo, le explicó al diario británico The Guardian que “es probable que esta enfermedad sea parte de nuestras vidas durante bastante tiempo, a pesar de la esperanza de una vacuna o tratamiento y frenar la contaminación es un camino”.

La calidad del aire ha mejorado estos días de aislamiento (ver Radiografía), pero no basta. Los científicos coinciden en que se requieren medidas permanentes, colectivas e individuales, para tener un aire más limpio en el futuro y así darle a la salud pública un respiro .

en definitiva

Nueve de cada diez personas respiran aire de mala calidad, según la OMS. Y ellos, dice la ciencia, tienen más riesgo de complicaciones o muerte por covid-19. Frenar la contaminación es clave.

Contexto de la Noticia

la microhistoria UN ALIVIO PARA EL PLANETA

Que ayer había más de 1.500.000 casos confirmados de coronavirus en el mundo y, mientras usted lee esto, se registrarán otros nuevos; que la economía mundial se desploma, como no se vivía desde 2008; que los sistemas de salud en países desarrollados están colapsando, con las salas de urgencia repletas y las calles vacías. La seguidilla de noticias abruma, pero una en particular da tranquilidad, por lo menos al planeta: la contaminación ha caído. China es el caso paradigmático: las estrictas medidas de confinamiento para contener la pandemia redujeron un 25 % las emisiones de carbono entre el 3 de febrero y el 1 de marzo, en comparación con 2019, según el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio. Esto equivale a 200 millones de toneladas de dióxido de carbono menos en el aire, casi la misma cantidad de CO2 que emite Colombia anualmente (237 millones, registra el Ideam). Será el planeta el único beneficiado, ¿qué pasa con la salud de esa población? El economista de recursos ambientales de la Universidad de Stanford, Marshall Burk, respondió esa duda. Estimó que el aislamiento en China, al frenar las emisiones de fábricas y vehículos, salvó las vidas de 4.000 niños menores de 5 años y 73.000 adultos mayores de 70 años. Esa cantidad puede compararse con el actual número de muertes globales por covid-19 (88.000), reflexionó Burk en el blog Global Food, Environment and Economic Dynamics.

Si quiere más información:

Helena Cortés Gómez

Periodista, científica frustrada, errante y enamorada de los perros. Eterna aprendiz.

Laura María Ayala

Macroeditora de Tendencias

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