Un niño se cae al río y la gente que lo ve desea que no se ahogue y que alguien lo rescate. Solo la madre o el padre, sin pensarlo, se lanzaría para salvarlo. Guen Kelsang Sangton, monje budista colombiano, cuenta la historia para ilustrar cómo la empatía es una actitud de cercanía e identificación con alguien, mientras que la compasión es el deseo de liberar al otro del sufrimiento. Por un lado, está el que piensa “ojalá que esté bien” o “ojalá lo salven”, y por el otro, el de “voy a socorrerlo”.
En momentos en los que la pandemia ha llevado a muchas personas a padecer dificultades de salud, economía, empleo, afectivas o de libertad, una psicóloga, un filósofo y un budista hablan de por qué este momento es cuando la empatía y la compasión pueden ayudar a superar la crisis por la que muchos pasan.
Son palabras sanadoras que surgen para enfrentar un enemigo común que no distingue de credo, raza, convicción o clase social.
Desprender
Ambas son actitudes mentales que responden al sufrimiento de otra persona. Explica muy bien ese estado la expresión “ponerse en los zapatos del otro”. Entender de dónde viene el prójimo, por qué piensa como piensa y cuál es su sufrimiento.
“Es el conflicto que vivimos en este país, en el que estamos divididos entre buenos y malos, nos hace falta empatía y sensibilidad para entender de dónde viene el otro”, reflexiona Santiago Amaya, profesor del departamento de Filosofía de la Universidad de Los Andes y codirector del Laboratorio de Emociones Morales.
Señala que, así lo sepamos, puede ser difícil asumirlo porque las situaciones por lo general son ajenas. “A muchos les cuesta trabajo empatizar con los habitantes de calle, porque sería difícil saber lo que es pasar las noches en la calle, tratando de resolver qué va a comer, dónde dormir y cómo vivir un día más”, comenta.
Por otro lado, está la compasión, eso que empuja a las personas a ayudar a aliviar el sufrimiento ajeno, incluso si no es un amigo, un familiar o un compañero de trabajo. El docente Amaya añade que a veces las situaciones piden más que entender, socorrer.
Es el caso de las banderas rojas colgadas en balcones y ventanas (mecanismo a través del que muchas familias hacen visibles, básicamente) sus necesidades alimentarias: “Me podría imaginar lo que sería el hambre de esas personas y lamentar por ello. Pero solo hasta sentir la sensación de dejar de comer durante días o de estar angustiado porque los hijos del vecino están muriendo de inanición, podría ser compasivo”.
Se refiere a que, así como hay personas que han sido afectadas por la pandemia, hay quienes están en una situación privilegiada para poder actuar. Son ellos los llamados a ayudar porque pueden elegir.
A eso se refirió, a finales de marzo, la investigadora de los derechos de refugiados y migrantes de Amnistía Internacional, Anna Shea, cuando dijo que para millones de personas que viven en países ricos, “la pandemia podría representar la primera vez que experimentan, por lo menos, una mínima parte de lo que soportan las personas atrapadas en catástrofes de una naturaleza y gravedad completamente distintas”. Su llamado era de conciencia, comprensión y acción. De nuevo, empatía y compasión.
El monje budista y maestro residente de Centro de Meditación Kadampa Colombia, Guen Kelsang Sangton, subraya que, a diferencia de otros sufrimientos y actos que se pueden evadir, ignorar o rechazar (como dar una limosna), la coyuntura actual lo impregna todo, por lo que la mejor manera es enfrentar el sufrimiento de manera constructiva.
¿Se aprende?
Al ser un proceso mental, nacemos con capacidad para desarrollar empatía y compasión. “Tiene qué ver con la crianza, el contexto social y económico en el que se nace. Si no tenemos estas dos habilidades desarrolladas, es cuando desconocemos al otro”, explica Jimena Salazar Trujillo docente de Psicología de la Universidad CES.
No se puede ser compasivo de la noche a la mañana, pero hay formas de aprender. Una de ellas es imaginar cómo sería vivir en una situación parecida: ¿Y si el que se está ahogando es mi hermano? ¿Si yo tuviera una crisis económica y tuviera que extender el trapo rojo? Santiago Amaya pone el caso de donar un dinero extra. En vez de pensar cuánto costó reunirlo y lo que puedo hacer con él, vale la pena preguntarse cuánto le ayudaría a otra persona que no lo tiene. “No va a ser una gran diferencia en nuestra vida y puede ser significativo para los demás”.
El budismo desarrolla varios niveles mentales y generar compasión es uno avanzado. La tradición kadampa hace 21 meditaciones, para llegar al amor y la compasión se necesitan otras habilidades previas, como alejar todo lo que los hace diferente del otro (el estrato social, el lugar, las opiniones, el conocimiento o el dinero) y fijarse en sentimientos compartidos, como el deseo de ser feliz y no tener problemas, algo que las personas buscan.
“Igualarnos a los demás ayuda a darse cuenta que su deseo es el mismo que el tuyo y así podemos generar compasión de una manera auténtica. No de una manera egoísta, eso de yo seré compasivo contigo si te portas bien conmigo”. .