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Lo que implica para el país que 2,6 millones de personas vivan solas

Con el aumento de los hogares unipersonales se hace necesario conocer sus causas y efectos sociales.

  • 1.114.120 mujeres viven solas en Colombia. FOTO: EDWIN BUSTAMANTE
    1.114.120 mujeres viven solas en Colombia. FOTO: EDWIN BUSTAMANTE
27 de agosto de 2020
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Llegar a casa, prender las luces y no encontrar más presencia humana que la propia, es la realidad para 2.643.650 colombianos.

Ese es el número de personas que, según el Dane, conforman el 18,6% de los hogares unipersonales en el país. Ahora bien, esta cifra por sí sola lo único que indica es que esta forma de composición del hogar sigue aumentando aceleradamente en Colombia. Hace 15 años era apenas el 11,1 por ciento.

Para entender mejor lo que significa y las implicaciones que tiene el aumento de estos hogares en el país, como la relación que guarda con los niveles de soledad que experimenta una sociedad, es necesario medir e interpretar, porque, conforme expresa la doctora en estudios demográficos, Diva Marcela García, “el problema no es la vivir solos o convivir con la soledad, sino las condiciones de esa soledad, que pueden generar consecuencias como depresión y el aislamiento”.

Para ampliar eas conclusiones es conveniente hacer un recorrido por el ejercicio que hizo el Dane para entender las diversas aproximaciones al concepto de soledad, que la entiende como “un indicador subjetivo de la falta de contacto o apoyo que tiene una persona, de su capacidad de relacionarse con los demás y de qué tan cómoda o tranquila se siente con respecto a estar o sentirse sola”.

¿Quiénes viven solos?

De esos 2,64 millones de personas, el 57,9% corresponde a hombres y el 41,1% a mujeres. Por rango de edades, hasta los 49 años, la participación de hombres en la conformación de hogares unipersonales predomina. Pero a partir de allí aumenta la participación femenina. En el grupo de 50 a 59 años de personas que viven solas el 44% son mujeres.

De 60 a 69 años ellas representan el 52,1% de 70 a 79 años (58,1%), de 80 a 89 años (62,3%) y de 90 a 99 años (62,2%).

Esto, según explica la docente de la Javeriana Diva Marcela, se debe, entre otros factores, a “que dejó de ser indispensable el matrimonio para la independencia de las mujeres, así como el proyecto de vida orientado a a la reproducción”.

Además, complementa, “que exista una mayor expectativa de vida en la población femenina y que tengan mayor capacidad que los hombres para construir relaciones sociales diferentes a las familiares, son otros factores que suman”.

A propósito del aspecto económico, dice el Dane que si bien un hogar unipersonal tiende a tener menores ingresos que uno con dos o más habitantes, son los que tienen el mayor promedio de ingresos por persona. Además quienes viven solos tienen menor incidencia de pobreza (9,9%) que quienes viven acompañados.

En hogares unipersonales el 26,6% de los gastos se destina a bienes y servicios diversos (restaurantes, viajes, educación, entre otros).

Sin embargo, según advierte la doctora en estudios sociales del Externado, Ángela Jaramillo, estas cifras identifican más a hogares unipersonales de jóvenes, pues el 70% de los conformados por adultos mayores vive en una situación económica compleja.

El informe también refleja las dificultades y retos que encuentra un porcentaje de las personas que viven solas, y es aquí donde esta composición del hogar puede empezar a relacionarse con problemáticas como depresión, soledad y aislamiento, según explica la docente de Ciencias Sociales de la Javeriana, Ángela Jaramillo.

Un 11,5% de las personas que viven solas en el país, conlleva su vida diaria con alguna dificultad de funcionamiento humano. Las principales causas de estas dificultades son enfermedad (43,6%) y “edad avanzada” (29,8%).

Para este sector de la población vivir en soledad sí podría acarrear efectos adversos, en tanto que no es posible la autonomía y dignidad plenas. Ahí es donde, recalca Jaramillo, es necesaria la acción del Estado.

“Cuando en una sociedad crece aceleradamente la población que vive sola y se reducen esas redes familiares, al Estado le correspondería garantizar servicios de tipo domiciliario (salud, entre otros), pensión, conectividad”.

La profesora Ángela hace énfasis en la importancia de “generar políticas en las que se cuente con unas solidaridades, unas redes de apoyo de distinto tipo: familiares, comunitarias y las institucionales. En esta última, uno esperaría que los estados, en la medida en que se va centralizando la protección social como ha sucedido históricamente en los países más envejecidos, suplan los apoyos que antes recaían en los círculos familiares”.

En esencia, las redes de apoyo hacen referencia a personas y grupos que ofrecen soporte concreto a los individuos (ayudar a solucionar problemas, por ejemplo), una figura que históricamente recayó en la familia.

Por eso es fundamental, considera la profesora García, “explorar desde la juventud nuevas formas de apoyo y confianza; amigos y pares, también reforzar el sentido comunitario. Es una forma de anticiparse para que el hecho de pertenecer a un hogar unipersonal no representen una desconexión social, y en cambio sea en términos autónomos y dignos”.

Entre las personas que conforman estos hogares en el país el 33,7% asegura no contar con ninguna red de apoyo y confianza. La cifra es menor al porcentaje de la población nacional que expresa lo mismo (34,7%).

Los millenials, que hoy tienen entre 23 y 38 años, son los que menos expresan ausencia de estas redes (28,8%). En cambio el 38,3% de las personas de entre 18 y 22 años, que viven solas reconoce que no tiene ninguno de estos vínculos (grupo social, comunitario, deportivo, vecinal), considerablemente más alto el porcentaje nacional.

Esto demuestra que mientras la sociedad colombiana avanza hacia una inevitable individualización es necesario seguir fortalenciendo el tejido social, para que vivir solo, bien sea por voluntad o circunstancias, no signifique vivir en un aislamiento social con consecuencias funestas para la calidad de vida.

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