Un aplauso tímido recibió al presidente Gustavo Petro a su llegada a la instalación del Congreso. La ovación de los 47 congresistas del Pacto Histórico fue insuficiente para que el sonido de las palmas se impusiera sobre el bullicio de los congresistas que hablaban entre ellos, de pie, sin tomar asiento para el comienzo de la sala plena del Legislativo.
El volumen del aplauso es equivalente al nivel de apoyo que tiene el mandatario al comienzo de la segunda legislatura, que inicia con cuatro reformas en la agenda que suscitaron una fuga de partidos de su bancada y arranca con el segundo año de su Gobierno, sin que se empiecen a cumplir esos cambios sociales que no serán posibles sin que el Legislativo le apruebe esa reformatón.
Petro entró escoltado por sus ministros y sin la cúpula militar y en el atril lo esperaban sus otros dos guardianes, pero del legislativo: el ya expresidente del Senado Alexander López Maya y el expresidente de la Cámara de Representantes, David Racero. Ambos se echaron al hombro las reformas radicadas por el Gobierno logrando aprobar solo la tributaria, mientras que las otras (salud, laboral y pensional) siguen en veremos.
Mientras caminaba, los congresistas del Centro Democrático sostuvieron las fotografías de los policías que han sido asesinados durante su Gobierno, pese a la promesa de paz y en medio del “plan pistola” del ELN y de las disidencias de las Farc. Ya con Petro en el escenario, se necesitaron tres llamados al orden para que el Congreso tomara asiento.
El presidente bien conocía ese atril por los 20 años que ejerció como congresista, pero la de este 20 de julio fue la primera ocasión en la se paró allí como jefe de Estado para dar su primer discurso de instalación del Congreso, una intervención de más de una hora en la que no faltó la conciliación, pero tampoco mostró los dientes de un mandatario que quiere aprobar sus reformas a como dé lugar. Es más, sorprendió con la promesa de escuchar a la oposición.
En los asientos de los 294 escaños los congresistas encontraron un balance legislativo atado con una bandera de Colombia en forma de cinta que no abrieron, incluso algunos se quedaron sobre la mesa al término de la jornada. Mientras el mandatario intervenía anunciando una reforma minera, los legisladores miraban su celular o se tomaban fotos: el retrato del representante Hernán Cadavid y el senador Miguel Uribe con los carteles, la fotografía de los verdes Fabían Díaz y Katherine Miranda.
Petro instaló el Congreso recién aterrizado de su gira por Bélgica y anunció ante el recinto otro viaje a África para reunirse con la Unión Africana, prometió radicar un proyecto de ley sobre minería y trabajar más para el turismo porque, asegura, es un sector al que le falta desarrollarse en el país. De cuenta de ello terminó prometiendo una pista aérea internacional para La Guajira, otra para Tolú y una universidad “multilingüe” para San Andrés.
Al presidente solo lo aplaudió la mitad del Congreso. Del ala derecha del Salón Elíptico, donde estaban sentados el Pacto Histórico, la Alianza Verde - Centro Esperanza (que tiene la Presidencia del Senado este año) y el Partido Liberal (el que tiene la cabeza de la Cámara) salieron las ovaciones cuando habló del fallo de La Haya en la disputa con Nicaragua y la reforma agraria.
Mientras los progobierno aplaudían, un silencio sepulcral se tomaba el ala izquierda donde se concentraron el Centro Democrático, Cambio Radical y el Conservador. Esa relación de quienes lo aclaman, más que un relato de un Congreso dividido, es la muestra clara de la composición de las cargas legislativas en la que, en todo caso, quienes son afines al Gobierno tendrán (en en papel) el poder de definir la agenda del Congreso. Al mandatario solo lo aplaudieron desde los dos bandos cuando dijo que estaba por finalizar su discurso.