Estaba almorzando en el hotel Riviera de la ciudad de La Habana, cuando un mesero que sabía que yo era colombiano me contó que en mi país estaba pasando algo gravísimo. Le pregunté que cómo se había enterado y me dijo que por televisión.
Corrí a la habitación donde estaba hospedado y vi cuando los tanques del Ejército entraban por la puerta del Palacio. Así, con el alma arrugada por lo que veía, me enteré de la toma.
Yo estaba por fuera de la línea de mando, pues me recuperaba de un atentado que me hicieron al arrojarme una granada en Cali unos meses antes, mientras encabezaba una negociación de paz con el gobierno. Ese atentado me había puesto al borde de la muerte, a más de costarme la amputación de la pierna izquierda y haber seccionado el nervio hipogloso, lo cual hace que aún hoy hable, literalmente, a media lengua. Por eso no sabía una palabra de la toma que empecé a seguir por la televisión cubana.
Lo que he establecido por informaciones posteriores a los hechos es que fue un intento de réplica de la toma de la embajada de República Dominicana, una operación de propaganda armada exitosa realizada por el M-19 en 1980. Pero lo del Palacio de Justicia nunca debió haberse realizado. El análisis de la situación nacional en el momento en que se produjo fue totalmente equivocado, su planeación desastrosa y sus resultados marcaron con fuego la historia de Colombia.
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Castigo
Todos los miembros del M-19 que entraron al Palacio están muertos. También murió un importante grupo de miembros de la Corte Suprema de Justicia, así como de civiles, policías y militares. Si el objetivo de la toma era hacer propaganda sobre la responsabilidad del Gobierno en el fracaso del proceso de paz de la época, el resultado fue todo lo contrario.
Se ha especulado mucho sobre el castigo a los guerrilleros responsables. La verdad es que los que hoy se conocen como “máximos responsables”, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro, primero y segundo comandante del M-19, recibieron un tratamiento implacable totalmente por fuera de la ley.
Fayad fue ejecutado fuera de combate un par de años después en un apartamento de la ciudad de Bogotá. Pizarro murió en un avión en vuelo donde le dispararon por la espalda, por acción de la mafia de los hermanos Castaño Gil, miembros del cartel de Medellín, tras la firma del acuerdo de paz de marzo de 1990.
Se ha mencionado con insistencia también la entrega de dinero de Pablo Escobar para ayudar a financiar la operación. No puedo saber si fue así o no lo fue. Lo que sí es claro para mí es que el objetivo de la toma era hacer propaganda armada.
Con la firma de los acuerdos de paz del M-19 con el Gobierno Nacional, se archivó el proceso penal que cursaba contra los guerrilleros. Pero los militares implicados en actividades violatorias del DIH en la retoma del Palacio, no recibieron ningún tipo de beneficio jurídico y algunos de ellos están hoy presos. He repetido que eso es inconveniente para la estabilidad de un acuerdo de paz. La solución judicial debe ser para todos.
Tampoco se ha resuelto la situación de las personas que desaparecieron con motivo de los hechos de ese noviembre de 1985. Es necesario que el asunto se aclare para alivio de los familiares.
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Perdón
Repetidas veces en estos 30 años he pedido, a nombre del M-19, perdón a las víctimas. Aunque no tuve responsabilidad directa o indirecta en la toma, soy el superviviente más antiguo del eme y a nombre de todos mis compañeros he pedido perdón por lo sucedido. Fue una terrible equivocación de la cual nunca nos arrepentiremos lo suficiente. Por las víctimas que causó. Por su efectos sobre esa etapa de la historia de Colombia. Por los compañeros muertos.
Debo resaltar que hijos de los magistrados muertos han perdonado al M-19. Que hijos de nuestros compañeros han perdonado a quienes mataron a sus papás, aún fuera de combate. Eso demuestra que la reconciliación de los colombianos es posible. Eso demuestra que se puede mirar adelante. Eso señala que sí hay esperanza de construir una nueva historia para nuestro país.
El perdón es una decisión personal de cada ser humano. No se puede decretar. Lo que he aprendido en estos años de madurez es que el perdón produce alivio. Por eso muchas veces es unilateral, es gratuito, no es la respuesta a una solicitud si no una decisión autónoma de quien lo otorga. Cuando se produce mejora la vida de quien perdona, se prescinde de una amargura que pesa y duele. El perdón hace la vida más liviana, menos amarga, sin odios ni rencores.
Al perdón es más fácil llegar sabiendo cuanta verdad sea posible. La verdad permite manejar el dolor, sabiendo con certidumbre lo que sucedió. En los casos de desapariciones de personas, enterrar al ser querido si finalmente murió, ayuda muchísimo a tramitar el duelo. En el tema de los desaparecidos de la cafetería, hay un déficit evidente en los hechos del Palacio que ojalá se supere.
Y claro, el reconocimiento del error y el arrepentimiento por los yerros cometidos, es la mejor garantía de no repetición.
En estos momentos en que se debate un nuevo proceso de paz, ojalá el último y definitivo de nuestra historia patria, diría que difícilmente ha pasado en Colombia algo más terrible que los hechos del Palacio de Justicia en 1985. Para que la reconciliación que ya da pasos avance mucho más, deben resolverse los juicios a los militares y saberse la suerte de los desaparecidos. Necesitamos demostrar que la reconciliación entre los colombianos es posible y realizable para que Colombia salga adelante. .