La noche en la que Magaly* recibió el costalado de plata, se sintió la mujer más feliz del mundo. No recuerda si era jueves o martes o lunes, lo único que recuerda es que no podía con tanto billete: las manos le temblaban mientras agarraba la tula, los ojos desperdigados miraban a todos lados vigilando que no llegara nadie a robarle lo suyo, y cuando intentó ir a guardar tanto dinero, sus pies le respondieron a medias y terminó de bruces en el suelo.
Esa noche corrió tanto para esconderse que cuando se cayó de la cama y abrió los ojos, se liberó rápidamente de la almohada que tenía apretujada contra el pecho y con amargo dolor descubrió que solo había sido un sueño. Pero no se desesperó. En la penumbra siguió soñando despierta. Soñaba con el carro que siempre había querido, soñaba con sacar a su hermana del bar de mala muerte en el que trabajaba allá en Nariño desde que dejaron su país, y soñaba con una vivienda rodeada de lujos para su madre.
Suspendida en anhelos a Magaly la sorprendió el alba. Sabía que con los 120 mil dólares (504 millones de pesos colombianos) que recibiría si cumplía con el trabajo asignado, se les arreglaría la vida a ella, a su pequeña de 3 años y a toda su familia que se quedó en su país.
Lo que no había descubierto Magaly en las noches de insomnio que le siguieron cuando le dijo sí a su trabajo, era que matar a un hombre costaba tanto, y mucho más al que le habían ordenado asesinar: a alias Marlon, comandante de la columna Franco Benavides, de las disidencias de las Farc.
Sus días en Colombia
Con la promesa de la tierra prometida, Magaly llegó a Colombia el 6 de noviembre de 2021. Llegó a Policarpa, Nariño, donde su hermana y trabajaba como mesera en unos billares.
“Como decidí trabajar me fui a sacar unos exámenes. Fui a nombre de mi hermana la mayor para poder entrar a trabajar en un club. Como las enfermeras conocían a mi hermana, ellas avisaron a la Sijín y me cogieron junto con la Fiscalía porque sabían que no era la del documento ni tenía esa edad. Duré un mes presa, me soltaron con la obligación de que mi hermana se hiciera a cargo de mí. Me llevaron para la comandancia de Policarpa, Nariño” relata Magaly.
Durante los 30 días que estuvo tras las rejas, Magaly, de 17 años de edad y figura menuda, solo pensaba en qué iba a hacer cuando saliera de la prisión. El día que le dieron libertad se fue con su hermana al sitio conocido como La Playa a fumigar coca, pero el olor de los químicos le hacía arder “las narices”, entonces decidieron dejar el puesto y se fueron a trabajar a un local.
Mientras laboraba en su nuevo trabajo, una mujer cuidaba de su hija. En un descuido de la niñera, la pequeña dio una voltereta, terminó con la cabeza bajo la cama y con un hematoma que llevó a que la internaran durante un mes en la clínica infantil de Pasto.
Pero como los dolores continuaron, el llanto de la niña se hizo entre anormal e insoportable y Magaly terminó, otra vez, en el hospital. “Tocó sacarla a Pasto y la hospitalizaron en el Infantil. Estuve un mes con ella”, recuerda.
La larga estadía en Pasto se le hizo corta a Magaly por una razón: el amor que creyó extinguido por los maltratos y la mala vida que le dieron sus dos anteriores compañeros, volvió a sentirlo como escalofríos, como manos sudorosas con los saltos propios del estómago que confunden con mariposas cuando un agente de la Sijín que conoció un diciembre en una discoteca la halló en el hospital.
“Nuestra relación siguió normal. Un día me dijo que me iba a proponer algo que me iba a gustar, algo que iba a ser bueno para mí económicamente para salir de la situación en la que estaba”, cuenta.
Mauricio, como llamaremos al investigador de la Policía, cortejó a Magaly hasta que una tarde le soltó lo que ella no esperaba, pero que él tenía planificado milimétricamente.
“Él me dijo que la propuesta era que ellos me daban 120 mil dólares para que yo ingresara a las Farc EP y entregara a cinco comandantes que le estaban haciendo daño al pueblo. Como estaba necesitada le dije que sí, y después le conté a una de mis hermanas y ella me dijo que no; yo lo llamé y le dije que eso era malo y que no distinguía a las personas que había que entregar, y me dijo bueno, usted se lo pierde”.
Pasaron 15 días de aquella declaración, que no fue precisamente de amor, y cuenta Magaly que la buscaron unos agentes de la Sijín. “Me dijeron que si no colaboraba me quitaban mi hija. Tuve que meterme al monte”, dijo.
Así se infiltró
La noche en la que Magaly decidió que tenía que infiltrarse como espía en las filas de las disidencias de las Farc, intuyó que ese podría ser su último día de vida sobre la tierra.
Con un ardor en el pecho, la joven de 17 años se despidió mentalmente de cada uno de los integrantes de su familia. Lloró por su hija que, según cuenta, quedó en manos del ICBF, y madrugó a presentarse ante la Sijín.
Sin entender lo que pasaba, Magaly fue recibida por más de 15 hombres que vociferaban en un salón. Todos le daban instrucciones, hasta que uno de ellos, se le acercó y le explicó cuál sería su misión.
Ella tendría tres meses para entregarles cinco cabecillas del grupo disidente. Los tiempos se los dividieron en de a un mes, y en los primeros 30 días tendría que entregar al cabecilla principal, alias “Marlon”.
Con el plan en su cabeza, y al mejor estilo de una película de espionaje, a Magaly le entregaron un par de aretes que servirían de micrófonos y a la vez para ella escuchar. “Eran chiquitos y negros y ellos me rastreaban donde yo estaba. Me escuchaban todas las conversaciones que yo tenía y lo registraban en una computadora”, dice; y en el codo izquierdo le implantaron un chip bajo la piel para saber cómo, cuándo y a dónde se movía.
“Pensé que la misión era fácil y que hacer el saboteo también. Me dijeron que la idea era que yo pudiera acostarme con uno de los comandantes para yo misma matarlo y ellos mismos hacer el desembarco. Tocaba enamorarlo y matarlo. Yo no lo planeé, esa fue la instrucción que ellos me dieron y como me habían quitado la niña, yo dije pues por mi hija hago lo que sea; y pues yo estuve con el comandante”, cuenta Magaly.
Con los implementos listos, la joven caminó varias horas hasta donde sabía que estaba el grupo armado ilegal. Al hallar a los primeros hombres armados, les dijo que quería ingresar a la guerrilla. Le preguntaron por qué, ella les dijo que estaba cansada de los maltratos y también necesitaba dinero para llevar comida a su casa. A partir de ahí, le pusieron un combatiente que vigiló cada uno de los pasos y se convirtió como en su sombra.
El disidente, un hombre experto en los pormenores de la guerra, empezó a notar que cada vez que Magaly se aislaba los helicópteros volaban bajito y sentían las tropas “respirándoles en la nuca”.
Magaly también notó que el disidente empezó a seguirla más de lo normal y se llenó de temor, entonces a la primera oportunidad les avisó a los de la Sijín que no continuaría con el plan para matar a “Marlon”.
La menor de edad extranjera convertida en espía, aprovechó un castigo que le dieron por insubordinación y se fue hasta el río. Se subió a una canoa y como pudo se quitó los aretes y los lanzó al río. Después, con un bisturí se hizo una pequeña herida en el brazo que cubrió con el camuflado y se sacó el chip rastreador. Lo enterró frente al río. Desde ese día y como en un acto de desespero al perder el contacto con la infiltrada, empezaron a sobrevolar bajito y a desembarcar tropas, pero las disidencias, cuenta Magaly, se movieron selva adentro para evitar la confrontación.
“Una sola vez bombardearon y nos hicieron un asalto. Nosotros nos movimos bien al monte. Cuando me mandaron para abajo y me subí a la canoa los boté al río, pero uno de ellos me dijo que por qué botaba los aretes y le dije que era porque estaban viejos y oxidados”. Después de aquel episodio, el combatiente informó a alias Marlon, quien dio la orden de que esposaran a Magaly. Estuvo así durante un mes amarrada a un palo.
“Díganos la verdad, díganos la verdad y le perdonamos la vida”, recuerda la adolescente que le decían, pero ella solo pensaba en que quería que la “tiraran al hueco porque de todas formas me iban a matar afuera o allá adentro”.
Contrario a sus peticiones, alias Marlon decidió no fusilar a Magaly como lo dictan las normas tomadas en los consejos de guerra de los grupos ilegales a quienes les traicionan. En vez de eso, decidió entregarla al CICR el pasado 5 de agosto, como lo registraron en un video que hicieron público.
“La columna móvil Franco Benavides, del Comando Conjunto de Occidente, hacemos (SIC) entrega de la menor MBDP, identificada con el número 33... al Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, en perfectas condiciones de salud para que se inicien los trámites pertinentes para su deportación”, dice el comunicado.
De Magaly no se sabe hoy su ubicación. Antes de irse aseveró que después de tener una segunda oportunidad sobre la tierra, “no quiero volver a meterme nunca en ningún grupo armado”.
* Nombre cambiado por seguridad.