La semana pasada, el presidente Gustavo Petro anunció que acudirá a la ONU a notificar que el Estado colombiano no quiere cumplir con el acuerdo de paz. Y con razón, varias decisiones de su propio Gobierno mantienen en veremos la implementación, sobre todo lo referido a la seguridad de los firmantes.
Coincidió que mientras el mandatario soltaba la ‘autodenuncia’, Jhon Jairo cavilaba cómo lidiar con sus compañeros de universidad que acababan de darse cuenta de que es un desmovilizado, o guerrillero, como dijeron en medio del hostigamiento.
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“No sé cómo supieron que soy un firmante de la paz. Un día llegaron y me increparon otros estudiantes, me dijeron: “usted es esto, usted es esto otro” entonces yo en un momento ya cansado de tanto acoso les dije: “sí, soy un firmante ¿qué pasa?”, pero seguían diciendo que reconociera que era firmante y se los reconocí ante tanta insistencia, y enseguida eso me puso en una situación de riesgo. Yo solo quiero ser abogado”, contó a este diario Jhon.
Tenía 13 años cuando sujetos armados lo sacaron de su casa en Medellín y lo convirtieron en guerrillero. En el monte fue criado y adoctrinado. Aprendió de los libros que estratégicamente le permitían leer. Su experiencia es el reflejo de la crisis que atraviesa el acuerdo de paz, la estigmatización e incumplimiento.
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Desde el desarme, más de 400 firmantes han sido asesinados; justamente, dice Pastor Alape, miembro del Partido Comunes, que les resulta irónico que el expresidente, Iván Duque, haya respetado más lo acordado que Petro, el autoproclamado presidente de la paz.
Paradójicamente, esa es la paz que no ha podido gozar Jhon. A diferencia de otros desmovilizados, prefirió asumir la reincorporación de manera individual; salió del monte para no volver, ni a sembrar, ni a arriar ganado, entonces, regresó a Medellín a probar suerte.
Con un pasado inventado seguía luchando, al igual que en la guerra, por sobrevivir. Recuerda con resignación que una noche, mientras trabajaba como bar tender le robaron el computador que usaba para terminar el bachillerato. Es uno de los 9.968 desmovilizados que vive por fuera de los Espacios de Reincorporación; solo 1.899 habitan hoy esos lugares, según la Agencia para la Reincorporación y Normalización (ARN).
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Obstinado a entrar a la universidad se radicó en Bogotá. El costo de vida en Medellín lo tenía en una encrucijada con opciones definitivas: comer o estudiar. Antes de eso, conoció a su esposa, una abogada con la que comparte la vida en la capital.
“En Medellín pedían muchos requisitos, tampoco tenía el dinero para pagar, era muy difícil y no tuve el acompañamiento correcto para poder acceder a una beca”, cuenta.
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Hasta antes de la llegada de Petro, en la Presidencia existía la Consejería para la Estabilización y la Normalización. Articulaba a todas las entidades del Estado con los compromisos del Acuerdo de Paz, entre esos, el asesoramiento a los firmantes en sus proyectos de reincorporación. John no contó con ese apoyo, actualmente esa consejería no existe.
Tanto bregó hasta que el año pasado fue admitido en la Universitaria de Colombia. El sueño por fin parecía cumplirse, nadie sabía de su pasado, él incluso lo empezaba a ignorar.
“La llegada a la universidad fue espectacular, fue emotivo, muy emotivo, no lo creía, fue muy difícil el poder llegar a ese espacio, pero por fin lo había logrado”, relata.
Aunque se veía en desventaja, tituló con mayúsculas esta nueva etapa en el libro de su vida con pasado inventado.
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“De eso tan bueno, no dan tanto”
Pasaron apenas tres semestres para que un grupo de estudiantes se enterara quién era John y convirtieran el sueño en calvario. Aún se pregunta cómo fue posible, a nadie nunca se lo comentó y con su esposa cuidan con recelo lo vivido antes del 2016, cuando dejó las armas.
“Estoy roto”, dice. A sus 13 años se lo robó la guerrilla sin que él pudiera elegir, ahora, a sus treinta y tantos, vuelve a estar en un escenario en el que tampoco pudiera elegir, sumado a que las directivas de la universidad no prestaron atención a su queja.
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“Me dijeron que eso no era problema de ellos, que no tienen nada que ver con los desmovilizados, que mirara entonces qué iba a hacer. Dijeron que yo no podía traer a la universidad ese tipo de temas, cuando yo en ningún momento los he traído, yo fui atacado, hostigado por los estudiantes, pero la universidad me dice que eso ya es pasado, que el tema de la reincorporación no es un tema de la universidad, es un tema muy aparte”, afirmó.
Mientras tanto, desde la Agencia de Reincorporación expresaron su asombro porque al parecer nunca habían recibido un caso por estigmatización en una universidad. Este diario consultó a la Agencia, pero no hubo respuesta.
Lamenta haber quedado expuesto justo ahora cuando espera su primer hijo. “Nos están matando”.
¿Qué va a pasar?
“Yo seguiré yendo a la universidad, siempre he vivido situaciones muy complejas y duras, desde muy pequeño aprendí a salir adelante. Aunque esté muy afligido, seguiré luchando, yo sí sabia que no iba a ser fácil, pero con el apoyo de mi esposa y mi perrito y la motivación por mi hijo, seguiré luchando. La guerra, eso sí, jamás será una opción en mi vida, ni la guerra y tampoco la violencia. Cuando las personas logran salir de eso con una visión clara de su futuro, no hay motivos para querer volver a eso. Jamás”, concluyó.