¡El rey ha muerto! Gilberto Rodríguez Orejuela , conocido en el antiguo mundo del narcotráfico como “el Ajedrecista”, murió en una prisión de EE. UU. como murieron muchos de reyes emulados en una partida de ajedrez: viejo, solo, enfermo y apresado en las mazmorras de los castillos de sus acérrimos enemigos.
Los primeros informes señalan que Rodríguez Orejuela falleció de un cáncer de colon y próstata, sin embargo, fuentes oficiales le aseveraron a EL COLOMBIANO que la información allegada al consulado colombiano en Atlanta, en un documento sellado por el Bureau de Prisiones, indica que su deceso se produjo el 31 de mayo, a sus 83 años, por un “linfoma o accidente cerebral”.
Antes de morir, el “Ajedrecista” ya había solicitado la absolución por piedad a un juez de Estados Unidos, como la pedían los condenados en los tiempos de antaño. En la partida que le jugó a la vida no fue vencido por sus enemigos del Cartel de Medellín con los que se tranzó en una guerra en la que iban y venían carrosbombas detonados en cualquier lugar y sin medir consecuencias.
A este “rey de la coca” la estocada final se la dieron las enfermedades que padeció durante su estadía en diferentes cárceles de Estados Unidos, luego de ser extraditado en el 2004, nueve años después de su captura en Cali.
Hace dos años, su abogado David Oscar Markus relató que Rodríguez Orejuela padecía dos tipos de cáncer (colon y próstata), por eso solicitó al juez federal Federico Moreno la liberación del exjefe del Cartel de Cali, acogiéndose a la figura de rebaja de penas “lo que permite que los jueces sean compasivos, y eso es lo que estamos pidiendo aquí”.
Pero la liberación nunca se dio, la compasión del juez no llegó y el pasado 31 de mayo, como lo certificaron sus familiares, Rodríguez Orejuela murió en el Federal Medical Center, un hospital que atiende a los prisioneros de la cárcel de baja seguridad de Butner, en Carolina del Norte, donde purgaba una condena de 30 años por narcotráfico.
“Nosotros, los hijos y esposa de Gilberto Rodríguez Orejuela nos permitimos informar que lamentablemente ayer, martes 31 de mayo de 2022, a las 6:54 de la tarde falleció nuestro padre y esposo. Agradecemos todas las voces de solidaridad recibidas y estamos haciendo las gestiones necesarias para su pronta repatriación y darle una cristiana sepultura en Colombia”, expresaron en un comunicado sus seres queridos.
Esto afirmaron que hace dos meses no sabían de él y desconocían el mal estado de salud del excapo.
El inicio del peón
Gilberto Rodríguez Orejuela nació el 30 de enero de 1939 en Mariquita, Tolima. Su madre, Ana Orejuela , un ama de casa que le enseñó la tozudez y la perseverancia en cualquier tarea, se casó con Carlos Rodríguez, un pintor autodidacta con el que tuvo seis hijos (entre ellos a Gilberto) y que en los primeros años de vida conyugal sometió a su mujer a los maltratos de un matrimonio machista y proveedor.
Por estas agresiones, a los 10 años de edad Gilberto echó a su progenitor de la casa y se dispuso a vender floreros por las calles de Cali, “con esto se ganó el respeto de la familia”, contó un familiar cercano a EL COLOMBIANO. Su tiempo lo repartía entre el colegio bachillerato y sus ventas ambulantes hasta que al terminar de estudiar consiguió trabajo de auxiliar en una droguería.
“Acá aprendió a vender medicamentos de forma clandestina. Entonces si un amigo o cualquier persona necesitaba una droga y no estaba recetada o medicada, él se la conseguía y se la vendía bajo cuerda”, recuerda el familiar.
Aunque no logró amasar una fortuna como lo hizo años después con las rentas del narcotráfico, Gilberto sí logró juntar algunos pesos que le servían para mantener a su familia. Cansado de las pocas rentas que le dejaba la venta de contrabando de los medicamentos, fundó junto a su hermano Miguel (cinco años menor que él) un grupo al que llamaron los Chemas.
Con esta pandilla lograron fama de temidos y forajidos al realizar trabajos no relacionados con el narcotráfico, pero en 1969 fueron acusados del secuestro de dos extranjeros, lo que les abrió las puertas al negocio de la cocaína al que llegaron por otro capo de Cali: José Chepe Santacruz.
Sin aparecer en el radar de las autoridades colombianas y extranjeras, a principios de los años 70, Gilberto inició su carrera en el negocio del tráfico de estupefacientes. Llegó con las tareas de un peón en un tablero de ajedrez: abrirle el camino a los cargamentos y cocinar la coca en laboratorios.
Entre hornos microondas y mezclas de gasolina, éter y otras sustancias, Gilberto fue subiendo en el mundo del narcotráfico. En 1976 coronó su primer cargamento con un aeromotor y desde ese momento su ascenso en el universo de las drogas no paró de crecer. En ese año, la caída de un cargamento de coca que salía de Perú a Colombia cuyos dueños eran los recién nombrados por la DEA como los nuevos capos: Los hermanos Rodríguez Orejuela .
El ascenso del alfil
En las décadas de los años 80 y 90, Gilberto Rodríguez Orejuela construyó un imperio tan grande, que puso a sus pies todo un entramado de empresas y políticos que le ayudaron a consumar su poder. Fundó el Banco de los Trabajadores, compró el Grupo Radial Colombiana y adquirió Drogas la Rebaja, empresa que convirtió en fortín para esconder las jugosas ganancias del envío de coca a EE. UU.
Gilberto había dejado atrás sus días de peón y ahora se movía con los movimientos largos de un alfil. Con su dinero hacía grandes zancadas y lo llevó a concretar una red en la que se involucraron personajes de la vida cotidiana, del fútbol y hasta personajes de las altas esferas de la política colombiana.
Junto a su hermano compraron acciones del América de Cali. Conformaron un equipo con una gran nómina y cuentan que en 1979, cuando Diego Maradona viajó a esa ciudad para jugar la Copa Libertadores, un emisario le llevó la razón al jugador de que si quería ser parte de la nómina de los diablos rojos.
Pero las jugadas no pararon ahí. Con la intención de meterse a la política de manera indirecta, financiaron la campaña presidencial de Ernesto Samper en el llamado proceso 8.000. La Fiscalía presentó las pruebas del ingreso de US$6.000.000 pero la Cámara de Representantes archivó el caso en 1996. Años después, Estados Unidos canceló la visa al expresidente Samper y sobre este proceso sigue un manto de dudas, pues muchos de los testigo fallecieron y la testigo estrella fue asesinada –Elizabeth Charria, conocida como “la monita retrechera–.
A parte de los tentáculos que Gilberto extendió por el país, en el otro lado del tablero libraba una guerra contra el Cartel de Medellín. Su afán por ser el rey de la coca y dominar todas las rutas del narcotráfico lo llevó a un enfrentamiento con su enemigo más poderoso: Pablo Escobar Gaviria.
El primer paso de esa escalada violenta que sumió a Colombia en una guerra sin cuartel y dejó una estela de sangre, fue la detonación de un carrobomba en el edifico Mónaco, en El Poblado. El Cartel de Cali quiso aniquilar de golpe a Escobar y a su familia, pero no lo consiguió y en respuesta, el Cartel de Medellín le estalló carros cargados de explosivos en las sedes de Drogas la Rebaja.
Tranzados en esa confrontación, el Cartel de Cali fue uno de los fundadores de uno de los grupos que, según archivos de la Fiscalía, ayudó a debilitar al Cartel de Medellín. Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar). Aunque las autoridades no lo reconocen, en el bajo mundo del hampa se habla de que “los Pepes” ayudaron a cazar a Escobar, quien murió en un operativo el 2 de diciembre de 1993, luego de hablar por teléfono con su hijo en una llamada que fue triangulada por autoridades de Colombia y Estados Unidos, y cuyo operativo fue ejecutado por el Bloque de Búsqueda de la Fuerza Pública.
Todos estos movimientos los hacía Gilberto Rodríguez Orejuela con la sapiencia y la tranquilidad de un jugador de fichas de ajedrez. Sin alardear de sus riquezas y sin ser estrafalario, Gilberto se ganó el título con el que sembró la zozobra en el país: “el Ajedrecista”. Siempre, estuvo un paso adelante de sus adversarios.
La caída de un rey
Con el camino libre y sin Pablo Escobar en el tablero de juego, “el Ajedrecista” se sintió el rey del mundo. Siguió manejando el negocio de la cocaína a pesar de que ya Estados Unidos lo tenía en la mira y junto al gobierno Colombiano ofrecían jugosas recompensas por su cabeza.
Y así como con el dinero corrompió a las altas esferas de la sociedad, el mismo dinero fue su perdición. Uno de sus lugartenientes, de quien hasta ahora se desconoce su nombre, pero se sabe su alias (“el Flaco”), reclamó una recompensa por delatar el escondite del capo.
Fue un operativo de largo aliento. Durante cinco meses, 600 hombres del Ejército y la Policía e siguieron el rastro y realizaron más de 2.000 allanamientos. Las pistas se fueron cerrando y el “rey” debilitado sin peones a su servicio, fue hallado en una caleta escondida tras una biblioteca en una casa del lujoso barrio Santa Mónica, en Cali.
“Tranquilos, no me maten... yo soy un hombre de paz, ustedes ganaron y los felicito porque hicieron un buen trabajo”, fueron las palabras del capo. Estaba desarreglado y tenía una barba tipo candado. El reloj marcaba las 3:18 de la tarde del 9 de junio de 1995.
Gilberto estuvo en prisión en una guarnición militar hasta el año 2002. Por buena conducta salió libre, pero en el año 2003 fue capturado nuevamente para que respondiera por el envío de 150 kilos de cocaína a Estado Unidos. Un juez lo solicitó en extradición y ya en territorio estadounidense, fue condenado a 30 años de prisión, de los cuales alcanzó a pagar 18.
La vida de “el Ajedrecista” se apagó como la de cualquier mortal. El “rey de la coca”, señalado de enviar el 80 % de la cocaína colombiana a Estados Unidos (por encima de Escobar), murió solo y con un jaque mate a su vida que en el tablero del negocio de la coca, nunca dudo en decretar .
80%
de la cocaína que llegó a Estados Unidos fue enviada por el excapo de Cali.
83
años era la edad de Gilberto Rodríguez al momento de su muerte en Estados Unidos.