95 %
de las quemas e incendios forestales son provocadas de manera intencional.
Las descargas contaminantes que entran al aire del Valle de Aburrá, generadas por fenómenos externos a la subregión, son de dimensiones extremas y escapan al control de las autoridades locales. Una importante parte de las mismas son provocadas por quemas e incendios forestales, recurrentes en los últimos 20 años en distintas zonas del país y áreas vecinas de Venezuela y Brasil.
Las mismas, entre 2017 y el 26 de marzo de 2020, arrasaron con 65.000 km² de bosques, santuarios naturales y áreas de fincas para cultivar, algo así como si ardiera todo el territorio antioqueño (62.150 km²) en las épocas de verano: enero-marzo y junio-agosto, según un seguimiento satelital al daño ambiental, realizado por el científico Emilio Chuvieco Salinas, director del Grupo de Investigación de Teledetección Ambiental, Universidad de Alcalá, España, que comparte sus conocimientos con científicos y universidades antioqueñas, que trabajan en esa materia.
En el lugar donde se originan las llamas queda el daño ambiental. Lo otro es una enorme masa de humo negro que se levanta y luego, por acción de los vientos, en un planeta donde todo se interrelaciona, recorre miles de kilómetros contaminando la atmósfera y poniendo en riesgo la vida de millones de personas, de acuerdo con investigaciones realizadas por científicos de varias universidades locales, entre ellas la Universidad de San Buenaventura (USB), que lidera el profesor Germán Mauricio Valencia.
Estas quemas de biomasa, un tema sensible para la vida en la tierra, son generadoras de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático; aerosoles, como el material particulado respirable PM2.5, agente letal; dióxido de azufre (CO2), altamente cancerígeno, nitratos (NO3) y otros contaminantes.
El científico Valencia argumenta que el 5 % de los incendios forestales los ocasionan tormentas eléctricas y altas radiaciones solares, principalmente; el 95 % restante es provocado por el hombre para extender la potrerización, los cultivos agrícolas y la minería.
Conocimiento público
Los resultados de estas exploraciones fueron presentadas al alcalde de Medellín, Daniel Quintero, por personal científico de la Red de Cooperación Tecnológica para el Estudio de la Meteorología y la Calidad del Aire del Valle de Aburrá (Redaire), conformada por las 12 universidades más importantes de Antioquia, públicas y privadas; 7 entidades ambientales y expertos en el estudio del aire y sus componentes contaminantes.
Redaire hizo pública esta información especializada que, por lo general, no va más allá de los debates de las comunidades técnicas y científicas, para explicar a autoridades y ciudadanos el porqué, pese a la “cuarentena por la vida” para aislar la covid-19, que paralizó las industrias y más de 90 % del parque automotor, solo rodaban camiones distribuidores de alimentos y buses, la presencia de agentes contaminantes seguía siendo crítica. En la tercera semana de marzo, plena cuarentena, todas las estaciones del Sistema de Alertas Tempranas (Siata) alcanzaron nivel rojo por concentraciones de PM2.5, una amenaza para la vida de toda la población, no solo de los grupos sensibles.
El pasado fin de semana, debido a los aguaceros que cayeron en la subregión y el cambio en la dirección de los vientos, que dispersaron y alejaron las masas de humo de las quemas fuera del Aburrá, tal como lo pronosticaron los científicos, las estaciones del Siata pasaron a verde, aire sin mayor concentración de impurezas, de acuerdo con lo constatado por EL COLOMBIANO con la científica Miryam Gómez, miembro de Redaire y directora del Grupo de Higiene y Gestión Ambiental (Ghygam), del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, que lleva tres décadas evaluando aquello que puede denominarse: “la salud de los pulmones del Aburrá”.
Las profesoras Gómez, María Victoria Toro, de la UPB y el actual director del Siata, Carlos David Hoyos, argumentaron que el material fino (PM2.5, PM10 y PM1.0) difícilmente salía del Aburrá por el encerramiento de las montañas, una menor radiación, debido a la baja nubosidad, y el poco viento, hechos recurrentes en los cambios de estaciones invernales, febrero-marzo y octubre-noviembre, cuando en la subregión se presentan las crisis por contaminación ambiental.
Fenómeno continental
La científica Gómez precisó que el problema no es solo de Medellín, Antioquia y Colombia. En marzo, incluso dentro de la cuarentena, también fue crítica la baja calidad del aire, en alto porcentaje por el humo de las quemas en Bogotá, Bucaramanga, Armenia, Pereira, Cúcuta y otras capitales y ciudades intermedias.
La profesora Gómez precisó que el contexto de la problemática expuesta no es ajeno a otras latitudes, en especial a América Latina y el Caribe como se declaró en el Plan Estratégico Regional (PER), firmado por todos los presidentes del continente, realizado con apoyo de Naciones Unidas y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIE).
“Este proyecto será fundamental para la evaluación de la calidad del aire en los próximos años, con estimación de los aportes de los incendios y quemas de biomasa en territorios externos a Medellín y demás ciudades.
Para Colombia, el Valle de Aburrá está siendo evaluado desde 2019 como zona piloto. Los resultados de la investigación local se compararán con los obtenidos en 17 países de América Latina y el Caribe. Estos tendrán como destinatarias a las autoridades encargadas de tomar decisiones sobre calidad del aire, dijo la profesora Gómez, quien dirige el estudio regional, con acompañamiento de grupos científicos internacionales.
Centros de las quemas
A partir de datos climáticos de agencias mundiales en las que apoya el trabajo de Redaire, el equipo científico de la USB, orientado por los profesores Francisco Caro Lopera y Éver Vélasquez Sierra, estableció como centros de las conflagraciones, además de Antioquia, la región norte de Suramérica, territorio geográfico conformado por Colombia, Venezuela, norte de Brasil, Guayana, Guyana y Suriman.
Desde 2008 los investigadores han denunciado, en espacios académicos, el incremento de las quemas forestales en la Orinoquia colombo-venezolana; el Caribe colombiano, la Amazonia, entre el sur de Colombia y el norte de Brasil y en la zona Andina.
Desde 2015 se estableció un aumento de la deforestación en zonas protegidas del país por la minería y la ocupación de baldíos del gobierno, especialmente a manos de grupos ilegales.
Por la ubicación geográfica de Antioquia entre dos cordilleras e impactada por corrientes atmosféricas del Atlántico y el Pacífico, el viento procedente del Atlántico le trae consigo al Aburrá, en algunas épocas del año, arenas del desierto del Sahara, partículas y gases de incendios forestales en África.
Según el profesor Emilio Chuvieco Salinas, de los 65.000 km² de vegetación incinerados al año en la región norte de Suramérica, Colombia participa con un 28 por ciento. Los profesores Jesús Adolfo Anaya, Universidad de Medellín, y Germán Mauricio Valencia, de USB, del equipo Redaire, afirman que las quemas son frecuentes en verano, desde hace 20 años, en la Orinoquia colombo-venezolana, uno de los más bellos escenarios de la biodiversidad planetaria.
El pasado marzo, cuando la contaminación se acentuó en la ciudad, las incendios forestales se incrementaron en el noreste de la zona Andina, el Caribe colombo-venezolano, La Mojana, Sucre, y zonas rurales de La Concepción, Zulia y Villa del Rosario, estos últimos de Venezuela, precisaron los investigadores.
Los análisis sobre la quema de biomasa realizados por Redaire comprobaron que en los primeros 86 días de 2020 los incendios forestales generaron 185.673 toneladas de material particulado PM2.5, liberado a la atmósfera colombiana. Cifra que representa el 40 % de las emisiones totales de material particulado de los incendios forestales de la región norte de Suramérica, donde se ha producido 456.915 toneladas de este material.
Por los vientos alisios del Caribe el material particulado de las quemas llega al Aburrá, mientras que los alisios del Orinoco tienen mayor incidencia en el aumento de material particulado en Bucaramanga, Bogotá, Villavicencio, Neiva, Ibagué y otros territorios.
Aquello que sucede con las quemas, así sean “controladas” es paradójico porque en todo el territorio colombiano son prohibidas por ley, sancionadas con cárcel y multas económicas millonarias. Sin embargo, la devastación por incendios no se detiene y, ahora, como lo demuestra la ciencia, es un problema de salud pública en un planeta asfixiado para millones de personas en un importante número de capitales y ciudades intermedias.
Las campañas, que año tras año se anuncian con grandes titulares de prensa desde el Gobierno Nacional no pueden seguir siendo letra muerta, hay que proceder, como reclama la comunidad científica nacional y mundial. ¿Quién toma las decisiones?.
18 %
de la biomasa quemada en el norte de América Latina y el Caribe es aporte nacional.
65.000km² de bosques y áreas de cultivos son quemadas en región norte de Suramérica.