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Bojayá tiene hoy donde llorar a sus muertos

Hace 18 años las Farc lanzaron una pipeta que cayó sobre la iglesia y dejó, en el acto, 79 víctimas mortales.

  • En noviembre de 2109 se entregó un mausoleo (foto) para enterrar a las víctimas. FOTO cortesía
    En noviembre de 2109 se entregó un mausoleo (foto) para enterrar a las víctimas. FOTO cortesía
02 de mayo de 2020
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Mi nombre es Moisés de Jesús Osorno Valencia, pero me dicen ‘Chilapo’. Nací hace 47 años en Vigía del Fuerte, Antioquia, pueblo ubicado frente al viejo Bellavista, atravesando el Atrato.

Desde muy joven, ‘Chilapo’ se dedicó a transportar personas en chalupa por el río Atrato. “Trabajaba con una pequeña embarcación de Vigía a Bellavista, y a corregimientos cercanos”, recuerda.

Al tiempo que se dedicaba a esas labores, los actores armados ilegales copaban la región. Desde 1997, la intranquilidad se adueñó de ese territorio chocoano.

Los paramilitares comenzaron a mancillar la región entre 1997 y 2000; después lo hizo la guerrilla. “Incluso en el 2000, la guerrilla se tomó simultáneamente el antiguo Bellavista y Vigía del Fuerte”, recuerda. Por ese hecho, que parecía una premonición de lo que sucedería, se propagó un terror tal que la Policía se esfumó de la región: a los agentes de Bellavista los secuestraron y a los de Vigía los mataron.

Por esa época, ‘Chilapo’ comenzaba a cortejar a quien sería madre de dos de sus hijos. “Como yo iba a Bellavista varias veces al día, conocí en casa de una amiga a una chica de nombre Elvia Palacios Chaverra. Comencé a enamorarla y al tiempo nos fuimos a vivir juntos, por lo que yo me trasladé a Bellavista. Luego nació nuestro primer bebé, Moisés David, y dos años después, el pequeño Moisés”.

La guerra, una realidad

Dos años más tarde, el 2 de mayo del 2002, ocurrió la masacre de Bojayá en la que murieron 98 personas (79 directas por la explosión y 19 después de los hechos, según el Centro Nacional de Memoria Histórica), y un sinnúmero de heridos quedaron con el peso de la guerra sobre su espíritu, luego de que una pipeta lanzada por las Farc, en medio de combates que sostenían con un grupo paramilitar, estalló en la parroquia de Bellavista, donde 400 personas se protegían de los enfrentamientos.

“Dos días antes me fui a llevar a unas personas al corregimiento de Napipí. Cuando embarcamos, Elvia estaba en el río lavando ropa debajo de un árbol de marañón, acompañada de Moisés David. Esa sería la última vez que los vería con vida. Llevé los pasajeros al destino y cuando intenté regresar fui detenido en un retén de la guerrilla hasta el viernes 3 de mayo, sin saber qué estaba ocurriendo en Bellavista”, recuerda ‘Chilapo’.

Ese día logró llegar a Vigía del Fuerte donde se enteraría de la peor noticia de su vida. “Me contaron que Elvia, Moisés David y el pequeño Moisés habían muerto por una explosión ocurrida en la iglesia de Bellavista”. Pero ellos no serían las únicas víctimas.

Elvia, junto con sus hijos, padres, y otros familiares, se refugiaron en la iglesia desde el 1 de mayo, cuando arreciaron los combates entre las Farc, que atravesaron el Atrato y se apostaron en el barrio Pueblo Nuevo de Bellavista, y los paramilitares, ubicados junto a la parroquia, entre el colegio y la escuela.

Cuando llegó el 3 de mayo a Bellavista, encontró la iglesia destruida y el pueblo desocupado. Quienes sobrevivieron huyeron a Vigía del Fuerte, municipio al que llevaron a los más de 100 heridos que dejó la explosión.

“Ese día estaban empacando los cuerpos o lo poco que quedó de ellos” para ser arrojados en una fosa común, ante el temor a una epidemia. “El olor era muy fuerte y varios de los restos estaban siendo ‘devorados’ por los gusanos”.

Meses después, los cuerpos fueron extraídos por la Fiscalía, entregados a la Alcaldía y enterrados nuevamente en el cementerio y en camposantos de municipios vecinos, sin la certeza de su identificación.

Regresando al pueblo

Por lo ocurrido, hasta los fantasmas se fueron. El pueblo quedó solo. La gente se fue para Vigía y, días después, otros decidieron irse a Quibdó. Semanas después, la gente comenzó a regresar a Bellavista y luego, en los primeros días de septiembre de ese año, la población que se había ido a Quibdó regresó, quizás por sentirse lejos de casa, con la nostalgia instalada en el cuerpo, sin oportunidades de empleo y sin un porvenir claro.

Volver a Bellavista fue una pequeña alegría en medio del dolor que fragmentó la memoria de los sobrevivientes.

“Compartir un poco más con los amigos y familiares hizo un poco más llevadera la tristeza que nos dejó la tragedia. En mi caso, decidí, aparte de trabajar con la embarcación, dedicarme a la caza y a la agricultura para estar ocupado y no dejarme agobiar por la ausencia de Elvia y los niños”, dice ‘Chilapo’.

Para el 2005 se reubicó el pueblo, un kilómetro río arriba y en zona alta para evitar las inundaciones en invierno. Era un nuevo nacimiento y lo bautizaron Bellavista Nuevo.

Al principio hubo resistencia para que la gente se trasteara, pero luego de que lo hicieron la Alcaldía y las primeras familias, el resto de habitantes llegó. Solo faltaba despedirse de familiares, como lo mandan las costumbres ancestrales.

Entrega de cuerpos

Ante las dudas por la verdadera identificación de los cuerpos, en 2016 la comunidad pidió otras exhumaciones para identificarlos científicamente. La labor arrancó en mayo de 2017 y concluyó el año pasado.

El 18 de noviembre de 2019, la comunidad de Bojayá recibió 99 cofres que se inhumaron en el mausoleo construido para ese fin. Se identificaron 83 cuerpos, se entregaron de manera simbólica dos que no fueron hallados, una fosa llamada 75 en la que había restos misceláneos que no pudieron ser asociados a otros restos óseos, un cuerpo sin identificar de un menor de entre 4 y 8 años de edad, nueve bebés que murieron en el vientre de sus madres y otras víctimas que siguen desaparecidas. Allí, por fin descansan en paz, Elvia, Moisés David y el pequeño Moisés.

“Con la entrega y sepultura bajo nuestros rituales afro –gualí, chigualo y alabaos–, no solo ellos descansaron, también nosotros porque por fin pudimos cerrar ese duelo y que nuestras mentes y almas se tranquilizaran; además, ya tenemos un lugar a donde ir a llorarlos”, asegura.

Al respecto, la sicóloga Cristina Quintero Escobar, afirma que “cuando no se pueden hacer los rituales, cuando el cuerpo está desaparecido o cuando la persona no puede cerrar la historia de su ser querido, a eso se le llama un duelo congelado; en cambio, el poder enterrar a sus muertos bajo las tradiciones culturales ayuda a sanar ese dolor que se lleva incrustado en el alma”.

Hoy, ‘Chilapo’ tiene una nueva esposa. Se le mide a todo en Bellavista para rebuscarse la vida, y ahora, que se conmemora un nuevo aniversario de la masacre, con nostalgia evoca a su familia. Define a Elvia como una mujer trabajadora, buena mamá, apasionada, generosa y de una bondad inconmensurable. A Moisés David, que en el momento de su muerte tenía dos años de edad, lo recuerda como un niño amiguero al que le gustaba jugar en el río. Del pequeño Moisés, cuya vida solo le duró dos meses, le queda que era el preferido de sus abuelos maternos.

“Chilapo” sabe que este año la conmemoración será diferente, y aunque no volvió a tener más hijos, sus recuerdos ahora no son tan dolorosos y su alma rema en paz .

6
personas murieron por cáncer años después de la tragedia, según el CNMH.
18
años hace que las Farc lanzaron una pipeta que causó la tragedia de Bojayá.
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