*Artículo originalmente publicado el 10 de junio de 2023
Armando Benedetti tiene dos talentos particulares: el más obvio es que ha tenido la capacidad de transformarse para cambiar de un partido a otro con el tino suficiente para quedar en la campaña ganadora.
Sus primeros pinitos los hizo bajo el paraguas de Germán Vargas Lleras en Bogotá. Su salto a las grandes ligas del Congreso los dio con Álvaro Uribe. Luego se acomodó bien en las toldas de Juan Manuel Santos y hace unos dos años se convirtió en petrista uno A, al punto de ser considerado el que organizó la campaña para darle la victoria.
Sin duda, para pasar del círculo íntimo de Álvaro Uribe al de Gustavo Petro se necesita algo más que una gran agilidad y destreza en malabares.
En otro rubro en el que Benedetti marca una diferencia es que tiene la gracia para convencer a las mujeres más bonitas para que se conviertan en su pareja. Ha convivido con cuatro, o al menos con cuatro ha tenido hijos. La primera era tan atractiva, que tras conocer a Benedetti le tocó padecer uno de esos episodios truculentos que solo pasan en Colombia. La historia cuenta que ella era novia de Rafael Orozco, el cantante del Binomio de Oro, y un mafioso que se encaprichó con la bella mujer mandó a matar al cantante vallenato.
Benedetti es un personaje acogedor, cálido y desfachatado, que suele entrar bien en cualquier grupo. Tal vez esa ha sido su bendición, pero también su desgracia.
Porque como muchos, Armando Benedetti -Armandito, como le dicen porque su papá se llama Armando Benedetti también- tiene también historia bajo las sombras. Ha lidiado con la adicción al alcohol y a las drogas. Por muchos años había logrado doblegar ese problema, tal vez en su primera parte en el Congreso, y recayó en ese lío tal vez por la época en que llegó a ser Presidente del Senado.
El otro apartado oscuro es el de las investigaciones que le han abierto. Al menos tres son las más complicadas, pero a dos de ellas ha logrado hacerles el quite y han sido falladas a su favor. La que lo involucraba con apoyos paramilitares, en la época de Álvaro Uribe; y la que lo relacionaba con el grupo de los “buldóceres” salpicados por el escándalo de Odebrecht en sus épocas con Juan Manuel Santos.
De la que aún no se ha librado es la de presunto enriquecimiento ilícito por más de 3.000 millones de pesos entre 2002 y 2018. La justicia investigó de dónde consiguió Benedetti varios inmuebles y cómo hizo millonarios giros al exterior. El hoy exembajador se ha defendido diciendo que es plata de reposición de votos y de préstamos. Pero eso está por verse, entre otras cosas por los explosivos audios publicados en la revista Semana en los que el propio Armando menciona que la jefe de gabinete Laura Sarabia le había ayudado con ese proceso.
Y es aquí, en este relato, donde comienzan a ser claves las fechas, los audios y los movimientos que muestran cómo mutó el Benedetti de “te quiero mucho, mi Presidente” al de “pues sí es una amenaza, hijueputa” en referencia al hoy Jefe de Estado.
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El 19 de junio de 2022, en la casa privada del entonces candidato Petro, la alegría era inmensa. Verónica Alcocer, su esposa, junto con sus hijos, abrazaban al hombre que a partir de ese momento se convertía en el primer presidente de izquierda en Colombia. En ese escenario, a través de mensajes y una que otra llamada, Armando Benedetti -la sombra del electo mandatario en los 100 días previos a esa fecha- expresaba que la victoria era de todos, incluyéndolo, y que estaba dispuesto a trabajar con el mismo entusiasmo desde el Gobierno.
Ese día no hubo definiciones, pero Benedetti -un curtido excongresista de 55 años que comenzó su carrera política en los 90 como concejal de Bogotá, que fue periodista y quien desde el 2002 hizo parte del Congreso de forma continua- quería, y sentía que lo merecía, un cargo que lo mantuviera cerca de Petro. Un ministerio.
Pero contrario a sus expectativas, este hombre que militó en el liberalismo, en La U, apoyó a los expresidentes Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, a quienes después de sus administraciones -y con matices- criticó políticamente, terminó exiliado, apartado del círculo del poder en el que estuvo durante la recta final de la campaña. De hecho, en ese momento este diario atestiguó cómo desde su apartamento en el norte de Bogotá, junto a quien en ese momento era su mano derecha, Laura Sarabia, se manejaron detalles de todos los niveles para la posesión presidencial del 7 de agosto.
Ese binomio es clave, porque después de la posesión, Sarabia terminó de jefa de gabinete y ocupando la oficina de la Casa de Nariño que está al frente del despacho presidencial, mientras que Benedetti despegó hacia Caracas (Venezuela) para ocupar el cargo de embajador. La tarea parecía buena para él, un barranquillero dicharachero y de estilo desparpajado, amigo de periodistas de todos los niveles, porque sería el protagonista del restablecimiento de relaciones con el régimen de Nicolás Maduro.
También lo mandaron a esa oficina diplomática por cuenta de los procesos judiciales en los que su nombre figura. El más sonado, aunque terminó cerrado por la Fiscalía, es de posible enriquecimiento ilícito y lavado de activos por más de $2.900 millones; pero también aparece en otros expedientes por violación ilícita de comunicaciones, en un caso en el que se enredó el excomandante de la Policía de Bogotá general (r) Humberto Guatibonza, y en otro más por posibles actos de corrupción en el Fondo Financiero de Desarrollo (Fonade).
En uno de los audios de Semana se le escucha decir al exembajador, quien este fin de semana estuvo en Estambul (Turquía) viendo la final de la Champions -un viaje que entre tiquetes y entradas al estadio Olímpico Atatürk puede costar unos $25 millones por persona-, que la promesa era que luego de arreglar su situación judicial volvería a Colombia. Incluso, que el propio Petro le había prometido un súper ministerio para coordinar el gabinete de cara a las regionales de octubre, para las que todas las encuestas evidencian una debacle del proyecto político del Pacto Histórico. Él sentía que tenía que regresar a enderezar el rumbo.
Pero eso no pasó y Benedetti explotó. Se sintió traicionado, maltratado y hasta se quejó, de acuerdo con unas conversaciones que tuvo con el Presidente y que este sábado publicó Semana, de que el mandatario tomara partido en favor de Sarabia sin escucharlo a él primero. Y de ahí la guerra de filtraciones, porque, como dice en uno esos chats, es cierto que en Bogotá se movió la tesis de una supuesta queja de Maduro a Petro por sus comportamientos en Caracas; incluso, se volvió a tocar el tema del consumo de cocaína.
Pero mientras eso se esclarece, la Fiscalía se alista para llamarlo a declarar por su afirmación en torno a que entraron a la campaña de 2022 $15.000 millones de procedencia dudosa y que ahí está la génesis de otro escándalo 8.000 que dejará contra las cuerdas al Jefe de Estado. En el Consejo Nacional Electoral y en la Comisión de Acusación también quieren su testimonio.
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La vida familiar de Benedetti ha sido movida, incluso cuestionada en escenarios públicos por rumores de supuestos excesos con quienes lo rodean. Eso sí, nada de eso ha sido corroborado o ratificado con pruebas, pero el ruido sí existe.
Como se dijo, la primera esposa de Benedetti estuvo involucrada en un oscuro episodio con Rafael Orozco y un mafioso. Ella se llama María Angélica Navarro y es la madre de la hija mayor del exembajador, Daniella, quien tiene dos hijos (los dos nietos del también excongresista).
Su segunda esposa se llama Jaifa Mezher, con quien tuvo otro hijo al que llaman Armandito. Ella ha vivido en el exterior y, tras su relación con el exembajador, rehizo su vida con una persona del sector empresarial.
La tercera pareja de Benedetti se llama Angelina Castro, madre de Antonio, el mismo que el exembajador posteó en sus redes sociales, antes de que estallara todo el escándalo de la niñeragate y las posible financiación irregular de la campaña, por el grado en una escuela de Los Ángeles, Estados Unidos, país que, a propósito, le volvió a quitar la visa.
Finalmente está su actual pareja, Adelina Guerrero, relación de la que nacieron Camilo y Francesca. Con ella se casó en Taormina, Italia, y es la misma a la que el propio Benedetti hace referencia en uno de los audios cuando le reclama a Sarabia que por qué la había contactado para que mediara en la guerra que se desató entre ellos en el Gobierno.
En los años que han pasado desde mediados de los 80, cuando se dio su primer matrimonio, hasta la fecha, que el país está pendiente de si regresa o no al país como él mismo dijo que haría para ponerse a disposición de las autoridades que lo requieran, ha sido clave otra persona.
Se trata de Armando Benedetti, su padre, un exministro liberal radicado en Barranquilla al que constantemente consulta sobre sus movimientos políticos y a quien le pide consejo por cada ficha que va a mover en medio del controvertido ajedrez que ha sido su vida pública.
Benedetti, el papá, tiene una famosa tertulia en la capital del Atlántico, a la que asisten expresidentes, ministros en ejercicio, empresarios y toda suerte de personas con mucho poder que se reúnen al menos una vez a la semana para compartir opiniones sobre cómo va el país. Por allí han pasado Uribe, Santos, Gaviria y otros.
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Y si hay un cuarto capítulo de lo que es Benedetti es la forma en que opera. En su oficina en el Congreso, en otra más que tuvo en Chapinero y en las instalaciones de La U cuando ofició como presidente del partido, la gente le reconocía su capacidad de trabajo, de movimiento constante.
Sus apartamentos, todos decorados con un gusto exquisito, como lo describieron varias de las personas consultadas para este perfil, se volvían de un momento a otro centro de operaciones políticas por los que pasaron varios poderosos e incluso amigos a medias como es el caso de Roy Barreras, el expresidente del Congreso y ahora embajador en Reino Unido con quien ha mantenido una agria relación. Se ayudan, se necesitan, pero es evidente que se repelen. Personas que lo conocen cuentan que una de sus estrategias era aguardar el giro del salario que le entregaba el Congreso como senador y, de inmediato, enviar a una de sus asesoras a retirar ese dinero y hacer todos sus pagos en efectivo, lo que incluye gustos personales, mercado y, entre otros, las asesorías que como todo político solicita externamente cada tanto.
Una de esas personas en su momento fue Laura Sarabia, de quien no se puede decir que le manejó el dinero, pero sí que le conocía todas sus intimidades. Y antes de ella fue Elsy Pinzón, una mujer que terminó enredada en el expediente por la compra de un apartamento en el norte de Bogotá por el que Benedetti dice que pagó $1.600 millones y que había pertenecido previamente a la Sociedad de Activos Especiales (SAE).
Este es el proceso que la magistrada de la Sala de Instrucción de la Corte, Cristina Lombana, asegura tiene todas las pruebas que evidencian el supuesto enriquecimiento ilícito y por el que pidió procesar al fiscal Gabriel Jaimes por haber cerrado el expediente. En los folios que ella construyó hay informes de Policía Judicial y de la Unidad de Análisis Financiero (Uiaf) que muestran los movimientos de dinero de Benedetti y que, a juicio de la togada, levantan sospechas. ‘Beneditinos’ aseguran que Lombana y Sarabia se aliaron para meterlo preso.
Y otro más que fue cercano al excongresista y que terminó preso en medio del expediente de las chuzadas que salpicó al general (r) Guatibonza es el abogado Diego Rayo. Él finalmente salió libre, pero quienes lo conocen aseguran que sabe a fondo cómo opera Benedetti, lo que no quiere decir que sea algo ilegal.
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El epílogo de la vida pública y política de Armando Benedetti aún no está escrito, pues hay expectativa sobre si regresa o no este martes a Colombia; también, si es verdad que está dispuesto a revelar los nombres de esas personas que dice dieron los $15.000 millones y que no eran precisamente “emprendedores” y en especial si terminará hablando en Estados Unidos de lo que conoció en Caracas sobre Maduro.
Lo cierto es que al final siempre estuvo aislado, el canciller Álvaro Leyva dejó de confiarle los movimientos del Gobierno en Venezuela y lo sacó de las negociaciones de temas clave como la eventual compra de Monómeros. Eso, de hecho, enfureció más a Benedetti.
Ahora, con un futuro político y judicial incierto, y con las elecciones regionales en ciernes, lo que está por verse es si Benedetti seguirá dando de qué hablar, muchos lo señalan de ser la fuente de las filtraciones -pese a que él lo niega-, y si sus próximos pasos los dará en el escenario electoral o jurídico. Lo cierto es que a este exembajador y exsenador, practicante del tenis y el golf, no le gusta quedarse quieto. Y mucho menos callado.