La brutalidad de los hombres que matan a cambio de dinero no respeta edades, ni inocencias, mucho menos a los seres queridos de sus víctimas.
Esto quedó demostrado, una vez más, en dos violentos ataques perpetrados en los últimos días contra grupos familiares que llevaban bebés, en Medellín.
El caso más reciente ocurrió el pasado viernes 4 de junio, en el barrio Fátima, al suroccidente de la ciudad. Eran las 10:15 a.m. y una familia oriunda del departamento de Putumayo se movilizaba en un automóvil Renault Twingo.
Cuando aún estaban en movimiento, fueron sorprendidos por unos sicarios abordo de una moto y armados con una pistola con silenciador.
Todos los tiros entraron por la ventanilla abierta del piloto, impactando al conductor y padre de familia Geovany Rosero Araújo, de 30 años. También resultó herida su cónyuge Yanet Romo Ruales, en el pecho y el abdomen.
Lo más execrable fue que el bebé que cargaba la mujer recibió una bala en la cabeza. Rosero perdió el control del carro y se estrelló levemente contra un árbol, en tanto que los criminales desaparecieron.
Las tres víctimas fueron llevadas a la clínica, donde murieron el papá y su hijito de 22 meses de nacido.
El incidente anterior había ocurrido un par de semanas atrás, el 24 de mayo, en el barrio Acevedo, al norte de Medellín.
Eran las 6:30 p.m. y cinco personas de la misma familia viajaban en un campero Grand Vitara. Una pareja de esposos, procedente de Cimitarra (departamento de Santander) y residente en el municipio de Sabaneta, traía de visita a unos seres queridos.
En la autopista los esperaban los asesinos, en una motocicleta DT negra. La lluvia de disparos de pistola 9 milímetros con silenciador no se hizo esperar. Los ocupantes del carro se estrellaron contra un poste, dieron un trompo y rebotaron contra el muro exterior de una estación del Metro.
Los homicidas también se esfumaron. La conductora Tatiana Carreño Solano, de 24 años, fue la primera en morir en el hospital, pocos minutos después de la agresión. Dos días más tarde falleció su esposo Rodrigo de Jesús Quintana Rivera, de 34 años.
Este hombre, ganadero, comerciante y prestamista con negocios en Cimitarra y el departamento de Bolívar, era minusválido. Hacía tres años lo habían lisiado en un atentado con arma de fuego.
Del ataque en la autopista sobrevivió un sobrino de Tatiana, de 17 años, con un proyectil incrustado en un pie. En la silla trasera, junto a él ,viajaba una hermana de la conductora, de 30 años, con su bebé de cuatro meses de nacido. Madre e hijo salieron ilesos.
Estos dos casos parecen aislados entre sí, aunque causa curiosidad que, además del modus operandi y la cercanía en el tiempo, todas las víctimas eran forasteras.
El punto es que a los asesinos no les importa acabar con cualquiera, con la familia particularmente, para liquidar a su objetivo y cobrar el dinero. Pero luego, cuando están en la cárcel, protestan porque sus allegados tienen que padecer incomodidades cuando van a visitarlos. ¡Qué paradoja!
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El Inspector.
Malditos, sicarios de mierda, al infierno es que se deben ir, no respetan la vida de los pobres infantes. Malditos mil veces malditos, por cualquier peso acaban con la vida de las personas, malditos malditos.
No existe el reproche sin acciones valederas, y menos cuando en el contrato social se ha manejado la justicia para negociarla a través de grandes contratos estatales. ¿Cuántos crímenes más deberán llegar para que las generaciones dignas se compromentan a cambiar la mal llamada justicia en Colombia, y comenzar a obligar al Estado a que responda con verdaderos instrumentos para el logro de la justicia y no la paz?… La paz no se maneja, ella llega después de impuesta la justicia. Nadie puede estar por encima de las leyes de dios, si él aceptó la muerte, es porque se necesita en todos los órdenes.
Desgraciados asesinos, malditos sin escrúpulos, ojalá dios les dé un castigo con sus hijos para que vean lo bueno que es lo que le hacen a un bebé.
Desgraciados malditos, al infierno lacras inmundas att Alba Elida.