Por: May

Foto Colprensa
Cada fin de semana invierto aproximadamente 12 horas viendo fútbol, incluidas las idas a la cancha cuando juega el equipo del color de mi camiseta. Si, mi camiseta es verde y el futbol es el espacio y el tiempo donde verdaderamente se manifiesta la libertad, creo yo. No hay nada más gratificante que observar a un futbolista jugarse su existencia al eludir un rival y marcar el gol. Con éste llega el éxtasis de la fiesta, su razón de ver, ser y participar.
En la actualidad, Nacional está consiguiendo victorias. Algunos futbolistas eluden la desidia y convierten goles, pero el fútbol como esencia y universo es fútil, mezquino, y frívolo. La ciudad está en problemas al igual que el fútbol. No quiero decir que tengan relación o tal vez si. ¡Quién sabrá! porque yo no o tal vez si, pero ya lo olvidé. Lo cierto es que hay zozobra en la vida y en la cancha y según Maturana y otros, “se juega como se vive”.
El meollo es que se consiguen puntos y mi alma sigue triste. Al partido contra los motilones fui a ver fútbol y el verde del Atanasio semejaba la pista de un circo, con 27 payasos. No faltó ninguno: estaba Clown aunque vestido de negro y con dos monaguillos; Augusto, sin nariz roja y zapatones, pero con guantes; los Excéntricos que por su condición no se les entiende; Vagabundo, la gran mayoría; Soireé encerrados en su rectángulo al lado de la cancha y Mimo-Clown que no dijeron ni hicieron nada.
Del encuentro contra los albos, se rescatan las joyas previas a los goles y el continuo sufrimiento, que es un apéndice moderno e innecesario en las lides del juego y que nos quita la vida en vez de prolongarla, como dicen que sucede con los hechos felices; sin embargo, es cierto que esto pertenece al pasado, también lo es que me gusta Nacional, lo que significa que este equipo, mañana, haga otra de sus macanas.