Luego de hacer tanta fuerza para que el Verde le empatara y, si el tiempo alcanzaba, le remontara al Tolima el domingo pasado, sentí un fresquito cuando el árbitro pitó el final del partido. ¡Por fin se acabó este semestre! Porque aunque aún falta el juego del miércoles ante Junior, estos seis meses han sido todo un suplicio que lo mejor, quizá, es rebarajar y volver a comenzar.

odo ha sido caótico, desde la gestión administrativa hasta la planeación deportiva, los planteamientos tácticos y, lo peor, donde más importa: en la cancha.

Pero se acabó este tormento en el que fracasamos en la Libertadores, fracasamos en la Suramericana y fracasamos en la Liga. Punto. Como los adictos a algún vicio, la reparación comienza por la aceptación.

Aceptemos que José Fernando Cuadrado no fue el arquero que vino a solucionarnos la intranquilidad en el arco y en cambio terminó dando razones para pensar que se requiere alguien que lo compita, porque, aceptemos, que Cristian Vargas va para una década en el equipo y ya no fue.

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Aceptemos con Helibelton Palacios, Gilberto García, Déiver Machado y Cristian Mafla no hacemos un solo lateral confiable. Qué envidia me da cuando veo otros equipos cuyas bandas parecen una autopista, que tocan el balón y ya están en la raya final enviando un centro preciso. Los nuestros, ni lo uno ni lo otro, ni pican ni centran (y cuando lo hacen, fallan la mayoría de las veces).

Aceptemos que Daniel Bocanegra nos dio una mano gigante en la zaga central, pero sabemos que ese no es su puesto habitual y a veces se le notó. Aceptemos que Alexis Henríquez, nuestro gran capitán, ya está pidiendo recambio pero el más indicado, Carlos Cuesta, parece que se nos va.

Aceptemos que con Brayan Rovira y Sebastián Gómez nos ilusionamos al principios pero terminamos dudando si son los hombres indicados para contener el medio campo rival. Quizá, quizá, necesiten otro hombre como acompañante que les deje jugar más adelante, en especial a Gómez.

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Aceptemos que Aldo Leao merece una mejor despedida que el marco que seguramente tendrá el Atanasio el miércoles ante Junior, con una tribuna vacía y uno cuantos fieles que, seguro, irán estarán furibundos.

Aceptemos que Steven Lucumí cerró en Ibagüé un paso lamentable por el equipo en el que ilusionó por etapas pero nunca logró hacer olvidar a Orlando Berrío. Un adiós cantado.

Aceptemos que Pablo Cepellini puede y tiene que dar más; su entrega y sacrificio debe ir de la mano con un rendimiento más constante, pero se ganó una nueva oportunidad.

Aceptemos que si a Hernán Barcos no se le nutre con asistencias, terminará fundido con ese ida y vuelta en busca de la pelota.

Aceptemos que Juan Pablo Ramírez navegó en la intrascendencia y le sigue pesando la camisa de Nacional.

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Aceptemos que Yeison Candelo, cuando mejor jugaba, se lesionó, pero sería bueno que a partir de julio tuviera consciencia de su papel en el Verde y eso se notara.

Aceptemos que los juveniles nos dieron una mano importante en este semestre, pero que de ellos esperamos más; es preocupante ver a veces deficiencias técnicas y de fundamentación muy evidentes, que bien podrían servir para analizar qué se hace bien y qué no en las divisiones menores.

Y aceptemos, por último, que aunque no siempre podremos ganar, sí nos merecemos como hinchas una nómina donde más que los grandes nombres, se destaque la entrega, el compromiso, la lucha y, sobre todo, el amor por la camiseta.

¡Vamos Verde que de esta salimos juntos!

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