Por: May
Desde las 7 de la mañana, hora en que transitaba por la ciudad rumbo a mi quehacer diario, evidencié la posibilidad de otra alegría para la nación verdolaga. Todas las condiciones confluían: la posibilidad de 3 puntos más para asegurar la participación en la fiesta del fútbol criollo; la manifestación de muchos transeúntes que portaban como estandarte la camisa verde, signo inequívoco y filial de sus preferencias balompédicas; la posibilidad de relegar aún más a Millonarios, rival siempre en turno y anticipador de glorias verdes y en la noche, una tribuna que acogió a más de 25.000 hombres, mujeres, niñas, niños, padres, madres, novias y amigos.
Transcurre el juego y se reafirma una situación del verde en las recientes temporadas, dentro de la normalidad de los jugadores aparece la exultante figura de uno, ayer fue Gio y hoy es Dorlan. Y es que este petizo encarna en su diminuta figura el ansia verdolaga. Ya existen pocos que se atrevan al regate, la gambeta, eso que los gauchos nombran como “este sabe”. Y no quiero opacar a los demás; sin embargo las osadías de Memín son un buen aliciente, el combustible necesario para que este verde carbure hacia adelante.
Con su genialidad clarificó el camino e igual de genial fue la rubrica ejecutada por Palomino. La defensa ya parece defensa y se ganó movilidad, entereza y dinamismo en la zona de la luna llena. Reza cierta canción que “si estas en el abismo, todo lo que queda es subir” y Nacional, como el ave mitológica del tamaño de un águila, de plumaje casi irisado, de garras y fuerte pico, empieza a ser igual que los dioses celestes “que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros”.