Un baño de humildad para limpiar heridas

Por Sebastián Aguirre
@aguirresebas

Luego de la eliminación en Copa Sudamericana quedó demostrado que gran parte de la culpa del momento actual la tienen los jugadores. FOTO CORTESÍA DIMAYOR.

Luego de la eliminación en Copa Sudamericana quedó demostrado que gran parte de la culpa del momento actual la tienen los jugadores. FOTO CORTESÍA DIMAYOR.

Comencemos por aceptar que el hincha de Nacional no es precisamente –no lo somos– los más humildes del mundo, y a veces nos gusta no serlo. Nos encanta ser arrogantes y enrostrarles a los demás, cada que podemos, esos 29 títulos obtenidos en setenta y pico de años, sobre todos esas dos Libertadores. ¡Ahhh, qué dicha, y quién nos la quita, pues!

Pero a veces también olvidamos que durante muchos años no fuimos nadie en el fútbol de este país; que entre el 48 y el 72 –¡24 años!– solo obtuvimos un título, y que cuando alcanzamos la primera Libertadores apenas contábamos cuatro ligas. Hagan cuentas: las mismas que ganamos entre el 2013 y el 2015.

Para ser grandes, los más grandes en la actualidad, tuvimos que tragar mucha tierra, y de eso dan fe nuestros abuelos y padres, que veían a este equipo caer una y otra vez, y aún así se mantuvieron firmes.

Hoy el panorama luce complicado: han sido cuatro años horribles, terribles, una mancha en nuestro historial: eliminaciones por doquier, en torneos internacionales, en torneos nacionales, en ligas, en copas y en copitas. Una Copa Colombia luce solitaria en la vitrina de títulos entre 2018 y 2020. Eso, en un equipo como Nacional, es muy pobre. No sirve.

Todos han cometido errores: los directivos, desde De la Cuesta hasta Botero y Pérez, que se han hecho un lío con Rueda, Lillo, Almirón, Autuori y Osorio, y con otras culpas más arriba de ellos: conflictos de intereses, negociaciones mal hechas, demandas por aquí y por allá. Un carrusel sin freno. Nombres y más nombres…

Los entrenadores con alineaciones incompresibles, juveniles mal orientados, rotaciones sin sentido, los discursos desopilantes que más parecen salidos de una taberna que de un camerino, la mano blanda para corregir.

Ni qué decir de los jugadores, que con contadas excepciones no han mostrado su valor. Son figuras por fuera, pero al ponerse las rayas verdes y blancas se bloquean, se paralizan, deambulan sin un rumbo fijo por una cancha que les calienta los pies.

¿Y la hinchada? ¡También! Porque aunque responde en número, perdió en parte todo sentido de tolerancia y de sentido crítico. Una tribuna impaciente, retadora, desafiante, que no le tiemblan los labios para silbar al menor que pierde la pelota, que raspa a los jugadores con sus rumiar constante. Que se le olvida que Berrío tuvo que ir hasta Patriotas y ¡Millonarios! para volver y ser figura, que a Armani le criticaba su falencia en los penales, que decía que para qué traer refuerzos de la B y después aplaudió a Mejía, Murillo y Borja, por no decir otros más (el mismo Duque, que fue goleador con Rionegro).

A todos nos viene bien un baño de humildad. Y no nos echemos penas por eso: para levantar la cabeza de nuevo, conviene primero agacharla y aceptar nuestros errores. Todos tenemos responsabilidad, en lo bueno y en lo malo. Si levantamos la Libertadores del 2016, fue en parte por ese estruendoso “vamos todos juntos” que entonamos en un coro frenético que nos unió como tropa.

Démonos ese gusto. Aguántese el meme del vecino, permítale gozar de nuestra desdicha por un rato. Enfoquémonos en lo importante: salvar un camino que costó mucho construir, pero que a diferencia de otros equipos, ya sabemos cómo hacerlo. ¡Volveremos, ténganlo por seguro!
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