Tierra, barro y polvo

Todo ocurrió hace 6 años, mi familia y yo nos mudábamos desde el barrio Popular 1 a Santo Domingo Savio, más específicamente al sector de El Pinar; en aquel vecindario no conocía a nadie. Recuerdo que cuando llegamos no teníamos luz, la calle no estaba pavimentada, no había agua potable y mucho menos alcantarillado, eso era como vivir en la nada, solo se veían algunas casas por el lugar y me ponía a pensar… ¿por qué nos mudamos a vivir a un lugar así, sabiendo que donde estábamos antes, estaba bien? Pero en ese entonces no lo comprendía del todo, porque era muy pequeño para entender lo dura que es la vida.

Por esos días, lo único que me distraía era jugar solo con arena, o sentarme a ver pasar las horas sin nada que hacer. Después de estar una semana en aquel lugar, un vecino nos dio algo de luz, pero solo por un rato, y yo aprovechaba para pasar horas sentado viendo la TV.

Al pasar el tiempo, empecé a estudiar nuevamente en la escuela, me sentía algo desubicado porque yo era el típico niño nuevo que llegaba con su antigua ropa del colegio, sentía que todos me miraban como si quisieran que no estuviera ahí. Un día, alguien se me acercó saludándome y me preguntó: “¿De dónde eres?” En ese momento sentí algo de esperanza porque las cosas no parecían ir tan mal.

Miguel-Angel-palacio

Luego de un tiempo de estar en este nuevo lugar yo me sentaba y empezaba a recordar los momentos que había pasado en mi antiguo hogar y con toda mi familia, pero también pensaba en todos los nuevos recuerdos que podría hacer en este nuevo sitio y, así, ya sentía como si siempre hubiera estado aquí. Al principio, solo pensaba que volver a empezar mi vida en un nuevo vecindario iba a ser imposible, por el hecho de que desde mi niñez siempre fui algo tímido y probablemente me costaría más adaptarme, pero con el tiempo se acostumbra uno a eso, se quiera o no.

Después de un año en mi nueva escuela, la Institución Educativa Antonio Derka Santo Domingo, empecé a hacer más amigos y a pasar el tiempo con ellos, también sentía que en este lugar aprendería más que en mi anterior colegio, porque percibía que aquí mi vida había mejorado, tanto social como educativamente, sentía que en este me prepararía mejor para salir a un mundo tan complicado, y poder ayudar a mi familia.

Cuando recién nos mudamos, nuestra vivienda comenzó siendo solo una casa de madera, ya que como era una casa propia, teníamos que invertirle poco a poco. Por ello, había días en los que trabajábamos en ella, sacando tierra y paleando durante horas, pero todos sabíamos que eso era por un beneficio mayor, que con esfuerzo y dedicación podríamos levantar esta casa, para en un futuro gozar de nuestro propio esfuerzo. Al hacer esto, mi padre siempre decía: “Hijo, estudia para que no te toque volver a hacer esto”, y en mi cabeza, yo solo pensaba que siempre recordaría estos momentos con mi familia, porque nunca se sabe qué nos puede deparar el futuro.

 

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