Tal vez algún día nos hagamos ricos si seguimos trabajando

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Por: Heidy Juliana Poveda Viguez

Centro Educativo Autónomo

 

¿Si en Colombia se trabaja tanto por qué nunca hay plata?

Mientras el DANE anuncia en los periódicos un aumento del trabajo informal del 56%, las abuelas escuchan en el noticiero como Colombia ingresó nuevamente en el ranking de países más felices del mundo. 

Como si tuvieran un reloj biológico al igual que un gallo, múltiples familias en Colombia se levantan a diario a las 5:00 a.m., levantando sus pesados cuerpos a causa del cansancio acumulado de días malos y trabajos peores, que se dan fuera de los pies de la cama; bostezan y con somnolencia matutina, ojos hinchados y ojeras, se dirigen al baño para alistarse y posteriormente, una vez arreglados preparan el desayuno y almuerzo de un largo día mientras en el camino, por supuesto, ocasionalmente, se les escapa una maldición para un jefe que no hace más que humillarlos y explotarlos en su trabajo. 

El pobre es pobre porque quiere, porque trabajo es lo que hay, podría llegar a citarse en bastantes mentes. Pero, si eso resulta verdad ¿por qué Felix, aquel hombre rebosante de canas al igual que de cayos en las manos no ha podido aspirar a tener el suficiente dinero para dejar de ser menospreciado? ¿Por qué es visto con disgusto, disfrazado en ocasiones de pesar, por las personas que mientras caminan por la calle, postran su ojos en sus manos cansadas? Las típicas de un hombre que le ha dedicado 69 años de su vida al trabajo de los 83 que tiene. Ellos miran esas mismas manos que una vez construyeron casas y ahora reciclan en un acopio de Boyacá Las Brisas, porque su jefe un día le dijo que ya era demasiado viejo para tener un trabajo.

Y es que la comida no llega sola a la mesa. A veces no basta con que trabaje uno, se necesita a la familia de 3: el hijo, resignado a esta labor, ya que otras siempre se le han negado por su falta de estudio; y la esposa que nunca se terminó de jubilar del único trabajo para el cual le decían que podía hacer, el de ser ama de casa. De vez en cuando me gusta pensar en la frase de Oscar Wilde La juventud es un desperdicio para los jóvenes, y vaya que sí, lo que hacemos es desperdiciar, eso es algo que Felix tiene bastante claro, ya que hace 27 años cuando su capataz le dijo con el usual tono frío y hostil de jefe de construcción que estaba despedido, aprendió en un año por su cuenta lo que se necesita saber del oficio.

Empezó reciclando todo lo que había en su casa y lo vendía en la chatarrería, hasta que un día decidió aventurarse y salió a recoger toda la basura que le ofrecía la calle. De 5:00 a.m. a 7:30 p.m., la ciudad era suya y él tan solo era un punto en un mapa de Acevedo, Pedregal y Las Brisas dedicado a limpiarla a cambio de plata. El kilo de plástico vale 1000 pesos, el vidrio está a 200, el aluminio a 1.500, el cartón y la chatarra a 500. Con esos cálculos, un día de suerte saca 45.000. Esa era la cantidad a la que un hombre tiende a aspirar trabajando por su cuenta, a menos, claro está que llegue Navidad y se encuentre con las cosas que los demás desechan prácticamente nuevas, que son casi como regalos para él y que le permiten obtener  50.000 en un día y ropa nueva para trabajar, la que solo hace falta quitarle la etiqueta para empezar a ser usada. 

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Ilustración: Manuela Correa Uribe

El tiempo y el trabajo son cosas que traen consecuencias, a Felix con los años se le fueron dañando la vista, el oído y una pierna a causa del desgaste articular; además, encorvó y adelgazó más al hombre alto y delgado que era. Todo esto fue un motivo más por el que su hijo mayor y esposa decidieron que debían trabajar junto a él para así llegar a fin de mes y poder tener un poco más para pagar los servicios y la comida de cinco personas que habitan en una casa que, afortunadamente, es propia: Felix, Claudia (su esposa), sus dos hijos y una hija. 

Entre los tres ganan 75,000 pesos trabajando de 9:00 a.m. a 4:00 p.m. Tener un horario “tan corto” es un lujo que solo pueden permitirse quienes no dependen exclusivamente de estos ingresos. Incluso aquellos que, desde nuestra posición de privilegio, despectivamente llamamos “muertos de hambre” tienen en su propio círculo a algunos con más oportunidades que otros. Y es que, en el caso de Felix, su hija es quien le ayuda con los gastos más grandes del hogar y las necesidades que puedan surgir. 

Aun así, él aún cuenta con su cuerpo que, a pesar de las dificultades, le sigue permitiendo trabajar, como lo ha hecho siempre, pues desde una edad temprana, él ha sido fuerte, invencible ante las enfermedades que el trabajo trae consigo y que suelen hacer que muchos renuncien después de dos semanas de fiebre y tos. Esta fortaleza comenzó cuando él y su familia fueron desplazados de su pueblo natal por el conflicto armado, terminando en “Barrio Cartón”, un lugar donde las casas de bloque, madera, ladrillo, y hasta cartón, se alzaban en un pantano de barro, separadas cada 100 o 200 metros. 

Es fácil reconocer a los habitantes de Barrio Cartón cuando salen a tomar el bus: sus pantalones siempre tomaban el color característico de su hogar, el del cartón. Pero quizás este color no sea sino el reflejo de una resistencia que no se borra con el tiempo, y del esfuerzo y la lucha diaria de las casi 13 millones de personas que en Colombia, como Felix, viven de un trabajo informal. 

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