Se busca una mamá

Por: Heidy Juliana Poveda Virguez

Centro Educativo Autónomo

Grado Octavo

Tallerista: Valentina Areiza Ramírez

Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana

Universidad de San Buenaventura

“Heidy toma la vocería para narrarnos en primera persona el dolor de una búsqueda que marcó la vida de una niña de 6 años. Ella entrevista, escucha y nos presenta una historia que bien podría ser la de muchos niños en Colombia y nos permite intuir la humanidad en cada personaje. Tres palabras le sirven a Heidy, de manera poética, para hilar esta historia: oscuridad, falta, unir. Un dolor de años se reviste de sanación”. 

Oscuridad: 

  1. Falta o escasez de luz para percibir las cosas.

“Eran las 3:00 a.m el camino estaba oscuro por lo que yo me aferraba mucho a ella”. 

  1. Espacio en el que hay falta o escasez de luz.

“Otra vez me perdí en la oscuridad y la distancia”.

Oscuridad era todo lo que veía cuando José llegaba de trabajar. Ambos éramos jornaleros que teníamos como hogar una casita pequeña y vieja a las afueras del pueblo de Guayacán, Santander. Sobrevivíamos con lo que recogíamos de las cosechas y del poco dinero que nos daban por ellas. José adoraba el alcohol por lo que cada noche era inevitable verlo llegar borracho a más no poder. Su temperamento en ese momento era peor que de costumbre, el simple hecho de escucharlo llegar hacía que mi corazón latiera más rápido; mis pensamientos estaban poseídos por el temor pues me encontraba en medio de la nada, sola en mi casita, donde por más que gritara nadie podría escucharme, solamente el monte que me acorralaba por lado y lado. 

Su forma de desquite durante la borrachera era darme palo ventiado hasta que se cansara, para después encerrarme con candado en un cuartico de lo más oscuro, mientras mis hijas, despertadas por el miedo, escuchaban todo, a la vez que temblaban, lloraban y gritaban. Ante la reacción de las muchachas José respondía de la forma más violenta posible, amenazándolas con una escopeta para que se callaran y no lo irritaran más. 

Por esta razón, con el pasar del tiempo, el solo hecho de sentir sus pasos generaba que mi cuerpo, ya de manera automática, tratara de salvar a mis hijas, haciendo que yo reaccionara para llevarlas a un lugar seguro antes de que los pasos de su papá se escucharan más cerca. Este lugar era un matorral cerca de la casa, donde le era imposible encontrarnos hasta el día siguiente, ese era nuestra cobija para el frío de la noche y nuestro espacio para mirar la luz, algo opaca, de la luna, mientras José nos buscaba durante un rato hasta caer rendido y entrar a la casa. 

Por más que quisiera dejarlo algo me amarraba a José, no me importaban todos sus intentos de matar a su propia familia, para mí él era todo; un rey al cual debía servirle. Muchos dirán que mi actitud se debía a mi crianza en medio del desconocimiento, en la que pensaba que una de mis muchas labores era cuidar el hogar a toda costa, un hogar que dependía del esposo y de trabajar en el monte hasta que se me pelaran las manos, o quizás lo hacía por las niñas, que eran ocho, vivíamos todas en un infierno constante que hasta el momento era todo lo que conocían. Pero hablando sinceramente, yo tampoco tengo una respuesta al por qué, todo lo que yo hacía dependía de él, hasta matar a una gallina pa’ un sancocho. 

A medida que las muchachas dejaban la ropa todo empeoraba, pues la necesidad de plata se notaba cada vez más, y no es como que fueran todas unas señoritas para que empezaran a trabajar o conseguir un hogar; todas estaban pequeñas, la mayor tenía solo 6 añitos por lo que tenía que rebuscármela cada vez más. Algunas veces me llevaba a las dos más pequeñas en un talego al hombro para irme a trabajar, mientras que otras veces las dejaba solas en la casa,  a cargo de las mayorcitas. Así fue durante un tiempo, hasta que empecé a preguntarle a la mayor si le parecía la idea de ir a vivir con unos tíos, ya que comida no había de sobra en la casa. Nana, en medio de su pensamiento de niña, aceptó, y, finalmente, José tomó la decisión.

Así pasaron los días y llegó el momento de decir adiós. Nos fuimos a las 3:00 de la mañana para que el sol no nos sofocara, me puse una falda que me llegaba hasta los tobillos, me arreglé, vestí a Nana y nos fuimos. El camino se sentía raro, era como una presión en el pecho, sumado al hecho de que mi niña, al darse cuenta de que viviría con sus tíos toda su vida se agarraba a mi falda con todos sus ánimos, me rogaba que no la dejara, pues a pesar de todo yo era su mamá, una mamá que ella pedía a gritos y no la encontraba, justo como yo pedía ayuda.  

Los golpes y el silencio del campo me la arrebataron. Esa niña estaba en su punto máximo de vulnerabilidad, ella no me quería dejar, yo era su tesoro preciado. Sé que yo necesitaba estar más presente en su vida. Las dos lo entendíamos sin necesidad de traer plastilina, pero a pesar de su desesperación tuve que decirle adiós, adiós a esa niña con un buen corazón brillante.  Ahora su corazón iba a estar tan oscuro como la luz de luna que nos alumbraba por las noches en el matorral, todo por culpa de una mamá que no se quedó a su lado.

Falta: 

  1. Hecho de no haber aquello que se indica o de haber menos de lo necesario.

“Falta de dinero y amor”

  1. Ausencia de una persona en un lugar.

“Nadie notó su falta”

Mamá en ese momento me dijo adiós, sin más. No podía aceptarlo, no podía tomar en serio el hecho de que no la volvería a ver. Por más que le supliqué simplemente continuaba con su mirada firme en el camino, y al llegar a saludar a los tíos, me dijo el adiós más simple que escuché jamás, mientras el bus partía conmigo. Esas son memorias que se quedan grabadas de por vida, en la mente, por más niño que uno sea… cómo olvidar el último adiós. 

Todos los días imploraba para regresar a mi hogar, a pesar de que lo habitara un monstruo cada noche, a quien me hacían llamarle papá. Yo me sentía completa porque mi mamá era toda una verraca que, con sus millones de defectos y errores que cometía constantemente, iluminaba mis días con su valentía para afrontar las cosas. Decían que nos faltaba tanto, pero yo no lo sentía así porque mamá estaba a mi lado para protegerme, junto con mis hermanitas; mamá era tan única como un sol de venado, un sol que cuando menos lo esperé dejó de reflejarse en el cielo para ya no indicarme a dónde debía ir. Ahora yo solo era una niña perdida sin un sol que la guiara, una niña que no se cansaba de suplicar que le dejaran ver a su mamá por más que se lo negaran. 

 ― ¡¿Cómo te atreves a dejarme sola?!  ― Era lo único que podía pensar cada día.  ―Ni siquiera mis llamadas contestas. Y la única ocasión en la que te pude volver a ver me trataste como a una extraña y como alguien en quien no se podía confiar. Cada ceremonia, evento, logro, todo… todos mis sueños consistían y consisten en que tú estés ahí para mí y, aun así, ni en los sueños te apareciste. Solo quiero un abrazo, solo deseo como loca que vuelvas para decirme que me amas, solo quiero un consejo, por favor hazlo, te lo suplico, vuelve y no me abandones. Es lo que siempre había querido decirle.

Cada vez que me preguntaban qué le había pasado a mi madre o dónde estaba mi familia, prefería decir que no tenía, porque eso era lo que sentía. Mis hermanas y mi mamá dejaron de ser mi familia en el momento en que no se preocuparon por mí, aun sabiendo que al cumplir mis 11 años dejé la casa de mis tíos. Ellas no hicieron nada al respecto, mamá nunca me llamó y mucho menos le dijo a alguien que me preguntara cómo estaba yo, simplemente quiso continuar con su papel de indiferencia.

Solo habían pasado cuatro años, aún era pequeña y estaba sola contra el mundo.  Ya no tenía ni siquiera donde vivir, ya el monstruo no solo era mi papá si no que lo eran todos a mi alrededor. A partir de esos pensamientos que se fueron construyendo desde mis seis años, y todo lo que me sucedió que me hizo tanto daño, hasta dejarme herida de muerte, me fijé un objetivo: continuar para que luego llegara el día de encontrarme con la familia que me dejó en el olvido. Y que, por más que yo tratara, no podía hacer lo mismo que hicieron conmigo.

Unir: verbo transitivo

  1. Juntar dos o más elementos distintos para formar un todo.

“unir lo que nos queda”

  1. Concordar las voluntades u opiniones de dos o más personas o grupos para conseguir un fin determinado, o hacer que sientan confianza o afecto uno por otro.

“unir lo que sentimos”

Estaba cansada de formar parte de ese olvido del cual ya era tan amiga, por lo que tan pronto como pude decidí volver al lugar que sepulté en lo más profundo de mis entrañas con las ilusiones, los juegos y todos los besos perdidos. De ese lugar que una vez llegué a llamar hogar, ahora solo quedaban migajas que traté de unir por años, pero nunca lo logré. 

Llegué a casa a buscar las respuestas que hasta el momento se habían convertido en el reemplazo de los sueños de una niña que quería un abrazo de su mamá. Al momento de llegar, lo primero que vi fue a mi mamá, una mezcla de emociones me inundó, al mismo tiempo que las preguntas estallaban mi mente. Por eso, lo primero que hice fue empezar a preguntar: ¿por qué me abandonaste? A lo que mamá respondió: “faltaba comida en la casa”. En ese momento sentí como si el peor de los males se apoderara de mí. Nuestra situación en esa época era muy mala, recuerdo que había días en los que incluso no llegábamos a comer, pero aun así sentía que mamá habría podido hacer algo al respecto, lo sabía, sabía que había más opciones que abandonarme. Después de todo yo siempre la veía como una mujer verraca, capaz de mover el cielo y la tierra. 

Ella era mi tesoro, pero ¿cómo un tesoro, algo tan preciado, podría hacerme tanto daño con una sola respuesta? En ese momento, el cúmulo de emociones que tanto tiempo había estado sepultado en lo más profundo de mi ser, estalló: 

–¡¿Si una fiera es capaz de defender a sus cachorros por qué tú no me defendiste a mí de ellos?! –  le refuté.

Las pocas ilusiones que no sabía que me quedaban se habían ido al suelo, y en cuestión de poco tiempo me fui de la casa nuevamente, pero esta vez estaba decidida a borrar a todos de mi memoria, de una vez por todas.

Así los años siguieron pasando y pasando, hasta que en el momento menos esperado mi familia me contactó para informarme que mamá estaba muy enferma; le habían diagnosticado Alzheimer, una enfermedad incurable que al final la terminaría matando por las complicaciones. No lo podía creer, a aquella persona a quien tanto tiempo le guardé rencor, de repente se encontraba tan indefensa como la niña a quien ella le dijo adiós frente a un bus. Estaba sola y no tenía a nadie, pensé que esa era mi oportunidad perfecta para pagarle con la misma moneda. 

Sin embargo, yo no era mi madre y a pesar de eso, en el fondo sabía todo lo que ella sufrió por causa de un mal hogar, nunca lo quise admitir, pero ya era hora de hacerlo. Era como si el destino me diera otra oportunidad de tratar de recuperar lo que perdí, fui a ver a mamá nuevamente para, al final, tomar la decisión de llevarla a un lugar donde cuidarían mejor de ella que cualquiera de la familia. Ya que todos estábamos allí, y ya éramos mayores, decidimos llevarla a la Fundación Amor y Vida Nicoline, en Soacha, Cundinamarca.

Cada día iba a visitarla, charlábamos, jugábamos, nos contábamos chismes, cosas que haría una madre con su hija, me sentía como una niña cuidando de otra. La mamá que un día decidí enterrar, finalmente estaba a mi lado, no como yo quería, pero con su sola presencia me bastaba, era tal como yo la recordaba cuando era pequeña: dulce, amable y valiente. Probablemente nunca había dejado de lado esa esencia que trató de camuflar por miedo de lo que sucedería. 

Un día cuando fui a visitarla me abrazó sin más, fue el abrazo más cálido que pude sentir en mi vida, fue el primer abrazo que sentí de verdad. Ese había sido mi primer sueño y también el primero roto, y en menos de un segundo había renacido completamente y se había cumplido. Mamá por fin volvió.

 

Importante: Heidy, realiza un ejercicio de investigación a través de entrevistas y llamadas telefónicas para tener la versión de la madre, la hija y su prima, quien es la encargada de la fundación. Decide narrar la historia en primera persona con el consentimiento de los personajes, quienes le solicitaron no mencionar sus nombres.

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